Al margen de la crónica

El día que Lula lloró

El viernes pasado cerca del mediodía, la prensa del mundo esperaba el anuncio de la sede de los Juegos Olímpicos 2016. Cuatro ciudades eran las finalistas: Chicago, Río de Janeiro, Tokio y Madrid. A través de una minuciosa selección, se fueron eliminando lugares, hasta que se llegó a la instancia final y la elegida debía ser una. Casi seguro los mandatarios de Estados Unidos, España, Japón y Brasil, estaban pendientes de esos segundos interminables en los que se coronaría al vencedor.

Cuando se pronunció el nombre de la capital mundial del carnaval, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, rompió en llanto.

Y no es para menos, el estadista sudamericano está cumpliendo sus sueños de a uno. Constancia, carisma, inteligencia, trabajo y diplomacia son los adjetivos que combina para llevar a que Brasil sea a Sudamérica, lo que Estados Unidos es al norte.

De origen humilde y proveniente de las filas del gremialismo, este tornero convertido en presidente de los brasileños consiguió, en relativamente poco tiempo, convertir a su país en la novena economía del mundo. Después de estar siete años al mando del Ejecutivo tiene casi el doble del apoyo popular con el que asumió. El 80 % de sus compatriotas, adhieren y respaldan su gestión y admiran su imagen.

Antes de las Olimpíadas, en 2014, los vecinos esperarán a los visitantes del planeta con el Mundial de Fútbol. Pero quizás todo eso no es lo más importante; el presidente brasileño logró bajar los niveles de pobreza de un 36 a un 18 % y apuesta a reducirla a un 8 % en los próximos cinco años, promete que su país crecerá casi un 5 % en 2010 e impulsa un plan de defensa que convertirá a Brasil en la potencia mundial de Sudamérica. Invirtió con buenos frutos en la búsqueda de petróleo, en salud y educación, se acercó a las potencias del mundo, apostó al éxito de la Unasur, abrió nuevos mercados a la economía de su país, dialoga habitualmente con sus pares europeos y es el interlocutor elegido por Obama.

Emocionado hasta las lágrimas, le arrebató el trofeo a tres grandes del mundo desarrollado. Lejos del populismo que caracteriza a un buen número de gobiernos de América del Sur, este político laborioso, no piensa en enriquecimientos personales ni en perpetuarse en el poder; quiere para su país una distribución más justa de la riqueza y lo imagina líder de América. El llanto de Lula contagió a muchos argentinos, más que por emoción, como resultado de comparar a esa categoría de dirigentes, con nuestros políticos de papel que trabajan día a día para que Argentina se posicione tan lejos del mundo avanzado, como la Tierra de la Luna.