¿Quién es Herta Müller?

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Herta Müller, Premio Nobel de Literatura 2009.

Foto: EFE

Esther Andradi (*)

Ahora que las noticias de todos los rotativos y televisoras del mundo lo dijeron, está claro: Herta Müller es el nombre del nuevo premio Nobel de Literatura. Y sin embargo, muy pocos saben quién es. En Alemania es un nombre tan común, casi como llamarse María Pérez en castellano, y para colmo, Hertha, específicamente en Berlín, es el nombre del club de fútbol más popular de la ciudad, que hace sufrir enormemente a los berlineses. Siempre está a punto de caerse de la tabla de posiciones. Esta pequeña mujer, delgada y de grandes ojos tristes, no es de las que arrasa con las ventas, ni la figura mediática que está en todos los cócteles. Y aunque recibió el Premio de Literatura de la ciudad de Berlín hace tres años, seguía siendo una desconocida. Hasta ayer.

Seguramente hay más de una razón para esta ignorancia, pero la más decisiva, creo yo, es que el nombre de esta escritora es como los personajes de sus libros. Herta Müller es la “María Pérez“ de la migración, de la persecución, del exilio, de aquella que no tiene ni siquiera el refugio de un nombre con todas las letras de algún pasado glorioso o no, de algo que la defina. Como el anonimato de quienes transitan por sus novelas, sus relatos, su poesía. Los sin nombre, sin lugar, los miles y miles de despatriados, desplazados, forzados, privados de documentación. Un destino de millones en el mundo de hoy. Y en Rumania, el país donde le tocó nacer. Hija de la minoría lingüística alemana, sus libros no circulaban, o eran censurados. Trabajó por años en una fábrica donde “no se producía nada, no había nada, nadie llegaba a viejo. Cuando los obreros alcanzaban la edad de retiro ya estaban enfermos y, un poquito después, muertos“. Finalmente consiguió emigrar con su madre a Berlín (Occidental) adonde llegó en 1987, con 34 años. La conocí entonces, en esas lecturas poco concurridas de “los extranjeros“, porque su alemán es, al decir de mi amigo Karl Müller, como un español antiguo. Ella escribe desde el lugar de la lengua exiliada, de la lengua recuperada, como quería Cannetti.

¿Es alemana o rumana?, se preguntaron inmediatamente los grandes medios y también la academia. Parecían ignorar que la literatura alemana viene siendo atravesada desde hace más de veinte años por aquellos autores que llegan desde los márgenes, lo que encarna un compromiso vital con la lengua elegida, y en el caso de Müller, con la lengua de una minoría en un país de régimen totalitario.

Es literatura alemana contaminada por el rumano, un idioma que Hertha Müller aprendió a los quince, y que ha influenciado su manera de ver, de sentir. “Hablo muy mal el rumano pero, estructuralmente, por mi tesitura interna y por lo que realmente me convence, también en poesía y sensualidad, soy rumana. En mi caso, el rumano siempre coparticipa en la escritura. Porque ha crecido en mi mirada. Está en mi cabeza, igual que el alemán. Lo uno no excluye lo otro. De modo que tampoco puedo decir qué es rumano y qué alemán. Y que así sea, es una suerte para un escritor, lo mejor que puede pasarle”.

“No hay que ser un autor del propio país para escribir un libro sobre “ese’ país“ dice Herta Müller. García Márquez, con su “Cien años de soledad”, por ejemplo. “Macondo era para mí Nitzkydorf [su pueblo natal], porque era un pueblucho similar con mucha soledad dentro. O aquel páramo en “El otoño del patriarca’. No en vano, algunos países sudamericanos estaban también marcados por dictaduras“.

De la veintena de libros de ensayo, poesía y prosa de Müller, sólo unos pocos están traducidos al español, entre ellos los relatos de “En tierras bajas“ y “El hombre es un gran faisán en el mundo“. Acerca de este título hay una interesante reflexión de Herta Müller publicada en la revista mexicana Crítica. “En rumano es muy frecuente decir “He vuelto a ser un faisán’, que significa “He vuelto a fracasar, no lo he logrado’. O sea, en rumano el faisán es un perdedor, mientras en alemán es un fanfarrón. El faisán es un ave incapaz de volar, vive en el suelo. Cuando empiezas a cazar y todavía no sabes hacerlo bien, cazas faisanes. Es la presa más fácil, puesto que el faisán no puede escapar. Los rumanos han incorporado ese rasgo a su metáfora. ¿Y cuál han tomado los alemanes para la suya? Las plumas, el plumaje, lo superficial. La vida del animal no interesa a la metáfora alemana; a los rumanos les interesa la existencia del ave, y eso me fascina. El faisán rumano ha estado siempre más cerca de mí que el faisán alemán“.

El otro detalle es el género. Cuando le preguntaron a Marcel Reich Ranicki, el papá de la literatura alemana sobre la flamante Nobel, respondió: “No voy a hablar ahora de la Müller. No pensé que este año se lo darían a una mujer.” Y basta. Mientras, en la conferencia de prensa, Herta Müller estuvo muy clara: “El Nobel es un premio y está bien, pero es algo externo, la escritura llega desde otro lugar. No puedo ser una Nobel todo el tiempo, mientras frío un huevo o voy a comprar papas al mercado”. Tengo la impresión, y esto es muy personal, que cuando las escritoras ganan el premio mayor, se sienten a lo sumo sorprendidas, sin ningún tipo de orgullo, o algo que denote su ambición, como si tuvieran que justificarse que las haya alcanzado tamaña distinción. Por lo menos, los últimos tres premios en esta década fueron así: baste recordar el espanto de Elfriede Jelinek, quien apenas posó para los fotógrafos, y ni fue a Estocolmo a recoger el premio; o la sencillez de una Doris Lessing, quien luego de pocos minutos despachó a los periodistas que hacían guardia frente a su puerta diciéndoles: “Perdón, pero ahora tengo que hacer las compras“.

Que sea un premio para el idioma alemán me alegra, porque vivo en esta lengua y entiendo a quienes resisten para escribir en ella. W.G. Sebald no habría podido escribir una línea en otro idioma, aunque hacía ya varias décadas que vivía en la lengua inglesa. Lo único que me apena es que Christa Wolf, la gran dama de la literatura alemana, haya quedado otra vez con las manos vacías. Lo sé: ella es más que una disidente, ella es la exiliada de un país que ya no existe. Pero si la patria es el idioma, ese espacio seguirá registrándola para siempre como un tesoro. Como esas cosas que nunca se alcanzan.....

(*) Escritora argentina radicada en Berlín.