El peronismo y la prensa (I)
Génesis de una relación difícil

Un símbolo. Jaime Yankelevich escucha radio en su casa junto a su esposa e hijo. Después de soportar intensas presiones, el dueño de la exitosa Radio Belgrano se sometió a los designios del gobierno y se convirtió en empresario peronista.
Foto: Archivo El Litoral
Rogelio Alaniz
Las relaciones del peronismo con la prensa nunca fueron buenas y en algunos momentos llegaron a ser pésimas. Según Perón, la responsabilidad de modelar la opinión pública pertenece al Estado, motivo por el cual es imprescindible una fuerte estructura estatal que asegure que la sociedad pueda conocer los beneficios de una patria libre, justa y soberana.
Esta concepción, alentada en su momento por el máximo jefe del movimiento, se ha mantenido vigente con distintos niveles de intensidad a lo largo de los años. Y de alguna manera constituye el fundamento doctrinario de la relación que el peronismo establece con la prensa. Si al nacimiento del peronismo hay que datarlo en el golpe de Estado del 4 de junio de 1943, no bien se repasan las crónicas de aquellos tiempos puede apreciarse que las nuevas autoridades políticas no estaban dispuestas a consentir críticas. Sin ir más lejos, a principios de 1944 el diario El Litoral fue clausurado dos días por haber escrito una editorial contra el interventor de la UNL, el integrista católico y nazi confeso Giordano Bruno Genta.
En aquellos tiempos, destinos parecidos corrieron varios diarios del interior. Las sanciones más importantes las recibieron La Nueva Provincia de Bahía Blanca y el Intransigente de Salta, pero clausuras y sanciones recibieron la mayoría de los diarios del interior, empezando por La Capital y La Voz del Interior y siguiendo con el Diario de Paraná, La Gaceta de Tucumán y Los Andes de Mendoza; en este último caso, con una edición confiscada por “haber agraviado la investidura de Benito Mussolini”.
De más está decir que los diarios favorables al régimen o que simpatizaban con el Eje no tenían problemas; por el contrario, eran alentados con publicidad y elogios oficiales. Los casos más emblemáticos fueron El Pampero, directamente financiado por la embajada alemana, y Cabildo, dirigido por Manuel Fresco, el exponente más típico del régimen conservador fraudulento de los treinta, devenido activo militante peronista.
Otro conservador, ladero de Fresco y, como su maestro, de manifiestas simpatías por el Duce, diría años después con indisimulable orgullo que había clausurado alrededor de setenta diarios, muchos de ellos pequeños, “porque una revolución nacional no se puede detener en nimiedades”. Este distinguido caballero se llamaba Emilio Visca, había sido diputado de Fresco en la provincia de Buenos Aires y luego, desde una tristemente célebre Comisión Bicamelral, sería uno de los principales operadores del peronismo en materia de libertad de prensa.
A partir de 1945, la persecución de los diarios y las radios cesó por un tiempo. La apertura política fue un viento renovador para un país que soportaba desde hacía dos años persecuciones, censuras y amenazas. No obstante, el periódico El Argentino -fundado en 1939- seguiría sufriendo persecuciones, sobre todo porque sus directores se empecinaban en mantener el logo de tapa cuyo contenido no dejaba de ser sugestivo: “Clausurado dos veces por el régimen de Castillo y seis veces por la dictadura”. Para colmo de males, uno de los directores era judío.
En las elecciones de febrero de 1946, la mayoría de los diarios y algunas radios fueron opositoras a Perón. Eso le permitiría decir muchos años después que en 1946 había ganado el poder con todos los diarios en contra, y en 1955 lo había perdido con todos los diarios a favor. Una reflexión sabia y prudente, que algunos de sus seguidores contemporáneos no han asimilado como corresponde.
A partir de 1946, la historia del peronismo con la prensa es la historia de las persecuciones, clausuras y represiones. El otro artífice de esta hazaña “nacional y popular” fue, además de Visca, un personaje talentoso, creativo y que no tenía empacho en compararse con Goebbels. Se llamaba Alejandro Apold y fue durante todos esos años el poderoso titular de la Secretaría de Información Pública, el verdadero zar de la prensa, el creador de los eslóganes y consignas más divulgados por el peronismo de entonces.
Apold fue descubierto por Perón en 1945, cuando se desempeñaba como responsable de prensa de Argentina Sono Films, la poderosa empresa cinematográfica de entonces. La primera tarea que le encargó el líder al joven publicista fue la edición de los célebres “Sucesos argentinos”. Apold, a diferencia de Visca, Decker, Aloé y la corte de alcahuetes que rodeaban a Perón, conocía el mundo de los medios de comunicación y sabía qué hacer con ellos. Una de sus grandes hazañas fue la organización del festival de cine internacional de Mar del Plata, al que asistió Perón acompañado por Nelly Rivas y se divirtió como un chico.
Al año de llegar al poder quedó claro que el peronismo no estaba dispuesto a convivir con una prensa opositora. Las instrucciones que recibieron ministros y secretarios son elocuentes: lo que no se puede clausurar con la ley hay que clausurarlo con otros métodos; esto incluía inspecciones impositivas, aplicación de decretos municipales contra ruidos molestos o movilización de sindicalistas. Por su parte, los muchachos de la Alianza Libertadora Nacionalista se dedicaban a apedrear vidrieras, pintar consignas en las calles o, lisa y llanamente, a perpetrar atentados terroristas como el del 29 de junio de 1947, cuando como consecuencia de una bomba murieron cuatro trabajadores socialistas.
El otro camino para amordazar a los diarios o reducirlos a lo anodino fue el chantaje ejercido con las cuotas de papel. Los diarios “contras” se debieron reducir a la mitad de las páginas mientras que los oficialistas las duplicaban. Tantas persecuciones y mordazas alentaron, como suele ocurrir en estos casos, la lectura de diarios opositores. Pero lo más aleccionador sucedió con la radio. Como los noticieros locales estaban controlados, los oyentes se volcaron a la célebre radio Colonia que en esos años llegó a ser la emisora más escuchada en Buenos Aires.
Para esos años se había hecho célebre un caricaturista que firmaba con el apodo de Tristán. Los dibujos de Tristán eran la pesadilla del oficialismo. José Antonio Ginzo, alias Tristán, finalmente fue a dar con sus huesos a la cárcel. Con Apold no se jugaba.
Para someter a la radio, el peronismo empleó recursos que demuestran que si para algo sirve la historia es para saber que muchas veces lo que se hizo en el pasado se repite en el presente. Un operador clave para ello fue Nicoloni, titular de Correos y Telégrafos y habilitado para otorgar o sacar licencias. Como se dice en estos casos: cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
Con las radios el peronismo era obsesivo, porque consideraba que era el medio que tenía más llegada a las clases populares. Con una pequeña dosis de buen humor, una caricatura de Tristán o una editorial de Américo Ghioldi podían soportarse, pero una radio en manos opositoras era inconcebible. Esto explica por qué las principales radios de entonces fueron bombardeadas con inspecciones, censuras y amenazas. La mayoría de los propietarios optaron por venderlas a precio vil.
El caso de Jaime Yankelevich fue emblemático. Yankelevich, propietario de Radio Belgrano, después de soportar diversas presiones oficiales y extraoficiales procedió a pasarse con armas y bagajes al peronismo. Allí su situación empresaria mejoró significativamente. Yankelevich será uno de los gestores de la televisión local. Más no pudo hacer porque falleció en 1952. Yankelevich fue el inventor del otro as del periodismo peronista: Luis Elías Sojit. Como diría uno de los escribas oficiales: “Si controlamos el deporte y la publicidad, que La Prensa escriba lo que le dé la gana”.
Para esa fecha Apold ya había organizado Alea, el poderoso conglomerado estatal que editaba diarios y revistas y controlaba las radios. Alea funcionaba no muy lejos de la Casa Rosada, en un edificio de 43 pisos. Como la estatización era muy alevosa, permitieron una apertura privatista con las radios. Al respecto se diagramaron tres cadenas privadas. Un vocero oficial diría luego que, con ese gesto, se demostraba que el peronismo no era estatista en materia de medios de comunicación. Los titulares de esas cadenas no autorizaban a pensar lo mismo. Uno era Apold, el otro Aloé y el tercero, Jorge Antonio. (Continuará)




