Mesa de café

Hinchas de fútbol y piqueteros

Erdosain

José comenta que su hijo y dos amigos viajan a Montevideo para ver el partido de Argentina con Uruguay. Agrega que los muchachos estaban contentos porque podían pasar por Fray Bentos gracias a la solidaridad de los piqueteros.

—Eso no es solidaridad -digo yo- ésa es una payasada y una falta de respeto para todos.

—Yo diría -dice Marcial que acaba de llegar- que más que una falta de respeto es un acto demagógico, porque, pregunto: ¿por qué los turistas no pueden pasar y sí los hinchas de fútbol? ¿Por qué los turistas que van a Uruguay son traidores a la causa y los hinchas de fútbol son buenos y santos?

—¿Y se puede saber qué respuesta has dado a tus interrogantes? -pregunto.

—La previsible en estos casos -responde-, para nuestra indigente cultura nacional el fútbol es sagrado y ante semejante becerro de oro todos se inclinan, todos le rinden pleitesía. Lo que hacen los piqueteros de Gualeguaychú no es diferente de lo que hacen los piqueteros en cualquier punto del país. Un trabajador, un viajante, un padre que lleva a sus hijos a la escuela debe soportar los cortes, pero un hincha de fútbol nunca debe ser molestado.

—Me parece que ustedes complican demasiado las cosas -dice José-, un partido de fútbol es un partido de fútbol y no hay que darle tanta importancia política.

—Yo no se la doy -replica Marcial-, los que se la dan son tus amigos piqueteros, que por un rato dejan de lado su intransigencia para rendirle homenaje a la llamada pasión de multitudes.

—Hay que aclarar en este caso -digo- de que se trata de un partido internacional.

—¿Y eso qué importancia tiene? pregunta Marcial.

—A mí el fútbol no me gusta -dice Abel-, pero admito que cuando juega Argentina me transformo en hincha.

—Los radicales y los peronistas, cuando de culturas populares se trata, siempre están de acuerdo -observa Marcial.

—Yo prefiero que la gente defienda el nacionalismo en un partido de fútbol a que lo defienda con las armas en la mano. El fútbol -dicen los sociólogos- es un sustituto de la pasión guerrera de los pueblos primitivos. Es como que las pulsiones salvajes por algún lado deben canalizarse y es preferible que lo hagan a través del fútbol.

—¿Y por qué tus sociólogos amigos dicen que el fútbol es una pasión salvaje? -pregunta José.

—Porque hay pasiones que no son salvajes -contesta Marcial-, conozco pasiones más recatadas, más sinceras, y si se quiere, más estéticas y civilizadas.

—Vos sos un gorila incorregible -le replica José.

—Pero yo lo voto a Reutemann y vos no -contesta Marcial.

—No nos vayamos por las ramas -digo yo.

—El que se va por las ramas es Marcial -responde José-, verificando una vez más la habilidad de los gorilas para desplazarse entre los árboles.

—Alguna vez los peronistas me deberían explicar qué quieren decir cuando acusan a alguien de gorila.

—Mirate en el espejo y tendrás la respuesta -contesta José.

—Yo soy gorila porque creo que un trabajador, un profesional o un padre de familia son más respetables que un hincha de fútbol.

—No comparto -concluye José.