De errantes, príncipes y mendigos

Villa miseria en Dharavi, Bombay. El recorte en su horizonte la asemeja a cualquiera de las villas miseria en Argentina.
Foto: Archivo El Litoral
De errantes, príncipes y mendigos

Villa miseria en Dharavi, Bombay. El recorte en su horizonte la asemeja a cualquiera de las villas miseria en Argentina.
Foto: Archivo El Litoral
Mariano Busaniche
Años atrás, en un pequeño hotel de Santa Fe, me encontré conversando con un hombre literalmente nómade. Imagino que tenía algo más de cuarenta años de edad. Contó que viajaba sin destino fijo desde hacía más de diez años.
Dijo haber estado en los cinco continentes. Repaso su relato sobre Bangkok y aún me sorprende, donde según contó, existía un mercado negro en el que todo es posible de comprar y vender.
Drogas, mano de obra esclava, compra de menores de edad como objeto y propiedad para ser usados para lo que a sus “dueños” se les ocurra, son algunas de la perversas posibilidades que este mercado encierra.
Mientras me contaba sus viajes por América, Africa, Oriente y Europa, me describía situaciones y culturas por él vistas.
Imagino estar en la piel de esos errantes incansables, encontrarme en lugares que deseo y me intriga regresar a encantadoras ciudades y conocer tantas otras.
Así llego a Estambul, me veo sentado en el interior de Santa Sofía, Ayasofya Muzesi (en turco), mientras la luz ingresa desde las semicúpulas iluminando tan logrado arte bizantino, afuera, los minaretes turcos, vigías que representan ex profeso la reconquista musulmana.
Creo estar en Alejandría, intentando posicionarme donde alguna vez existiera el gran faro y desde allí observar el mediterráneo, para después buscar la universidad donde el ángel griego Lucano estudiara medicina.
Pienso en cómo sería en otras épocas, inmemoriales, Lagash la de las blancas murallas.
Me acerco en el tiempo hasta Venecia y camino junto a las columnas de San Marco y Teodoro, flanqueándolas por la derecha, por si fuera verdad la leyenda que dice que el infortunio sucede a quien las cruce por la izquierda. Sigo junto al palacio ducal, en la Basílica de San Marcos, miro hacia arriba las estatuas ecuestres que, según creo, fueron traídas desde Constantinopla tras una cruzada.
Llego hasta Dubrovnik, la “Perla del Adriático” que en los siglos XV y XVI tuvo su apogeo compitiendo con Venecia por poseer el principal puerto. Sufrió terremotos, pasó a manos italianas, otomanas, húngaras, yugoslavas y austríacas; fue reconstruida y finalmente, tras tantas conflagraciones, anexada a Croacia. Veo su incomparable muralla sobre el mar que abraza y protege toda la ciudad antigua. Desde un cerro distingo los techos de tejas naranja y otras islas, pienso en cómo sería su gente, imagino rostros y vestidos.
Sigo viajando en el tiempo hasta nuestros días. ¿Cómo será la vida hoy en Hafun, pequeña ciudad de Somalía sobre el océano Índico en el extremo norte del “Cuerno de Africa”? Quisiera conocer sobre cómo es vivir en El Arish, cerca de Gaza, o en Yambu al Bahr, sobre el mar rojo; cuáles son sus costumbres, tradiciones, gustos, odios y amores, problemas y diversiones.
Siento que el hombre es miserable o profundamente virtuoso independientemente de su medio, me refiero a eso que es igual por naturaleza y pienso en ello mientras reconozco y deseo ver las evidentes diferencias intrínsecas de cada cultura.
Sigo viaje y me detengo en Dharavi. Aquí una situación me alarma. Me encuentro en Bombay en una de las villas miseria más grande de Asia. En este conglomerado insano se hace difícil determinar por dónde comenzar a describir la miseria extrema.
En Dharavi, se sobrevive y trabaja, sin infraestructuras mínimas, comúnmente en condiciones infrahumanas.
Semanas atrás, el príncipe Carlos de Inglaterra se refirió a Dharavi sin comprender una situación tan compleja, o sin tomarse el trabajo de entenderla. “Creo firmemente que occidente tiene mucho que aprender de sociedades y lugares que aunque algunas veces son más pobres en términos materiales, son espirituales e infinitamente más ricos en las maneras en que viven y se organizan como comunidades”, dijo.
La ponderación de Carlos por Dharavi como si ésta fuese una ciudad espiritual por excelencia, a la cual toma como ejemplo de “comunidad organizada”, la forma en que viven, habla de desconocimiento sobre la pobreza y la dignidad del ser humano. Dharavi puede ser tan espiritual como Gualeguaychú, Singapur o Nueva York. Lo ridículo es justificar una vida miserable con mantos de espiritualidad.
Esta penosa actitud de romantizar la pobreza extrema por parte de este príncipe, revela displicencia, y desinterés, en el mejor de los casos.
En la misma conferencia, se refirió a la forma en que allí se mezclan viviendas precarias, comercios más precarios aún, con calles desbordadas de basura, donde se hacinan 600.000 personas en sólo 250 hectáreas, esto es 11 veces mayor densidad que Bombay. Además está atestada de ratas y animales de todo tipo y tamaño, por supuesto sin ningún tipo de servicios. “Suman para convertirse en una subyacente e intuitiva gramática de diseño que está totalmente ausente de los bloques de cemento sin rostro que todavía se construyen en el mundo para almacenar a los pobres”.
¿Qué habrá querido expresar con “una intuitiva gramática de diseño”?, ¿Carlos sabrá lo que dice? La gente de Dharavi se hacina allí porque no tiene alternativas mejores, como vivir en “esos bloques de cemento sin rostro” que al príncipe tanto disgustan.
El hecho de que personas vivan y trabajen en tales condiciones no es una forma de identidad propia, no hay mérito en vivir en indignas pseudoconstrucciones hechas con “materiales locales” sin infraestructuras, donde la gente hace cola para usar letrinas comunales en las que se acumulan los desechos. Peor aun en época de monzones, cuando las calles se inundan, arrastran desechos humanos y animales, determinando focos infecciosos y enfermedades de todo tipo.
Esta visión decepcionante de alguien económicamente rico hacia los que sobreviven en las peores condiciones es un eufemismo y devela ausencia de sentimiento.
Pienso en tanta desdicha para quienes resisten a diario, pienso también en “nuestras Dharavi” y recuerdo que existe una leyenda árabe que dice: “Una vez volaba los cielos de Arabia el ángel Gabriel, y llevaba consigo un gigantesco saco con la arena necesaria para dispersar en distintas regiones de oriente, cuando de repente el diablo lo intercepta, y de un corte abre el formidable saco. Así cayeron inmensas cantidades de arena conformando interminables desiertos. Entonces Dios intervino, y en compensación concedió a esos desiertos las noches más bellas y extraordinarias, con los cielos estrellados más hermosos que jamás hayan existido”.
Pensando en esta hermosa historia árabe, me pregunto si la Divinidad ejerce ese tipo de concesiones. Trato de imaginar rostros y expresiones en Dharavi, y ¿cuál sería su compensación divina?, pienso en las villas miseria de Santa Fe, ¿cuál será aquí la compensación dada?