La poesía de un narrador

Por Analía Gerbaudo (*)

“La sonámbula”, de Carlos Bernatek. Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2009.

Estamos habituados a asociar ciertas firmas con determinados géneros. A Carlos Bernatek lo conocíamos como narrador y como ensayista: a esos oficios se agrega el de poeta. La sonámbula, su primer libro de poemas, está atravesado por un epígrafe de Wystan Hugh Auden que, como todo epígrafe bien elegido, anticipa a la vez que direcciona las insistencias agujereando y luego enhebrando los poemas: “Otros tiempos tienen otras vidas que vivir”. Los cambios y el inasible pasado rearmado a partir del presente, transido por esta condición. Inevitable anacronismo asumido sin fatalidad pero en estado de alerta, incluso respecto de aquello que narcotiza y coloca bajo otra condición. Así, pesadillas y sueños que confunden los estados de vigilia con los de descanso se hilvanan a partir de algunas de las huellas que permiten armar una memoria.

Midiendo silencios contra reiteraciones se hilvanan historias que llevan de Santa Fe a Buenos Aires y a Praga. El dolor que atraviesa disímiles experiencias de la pérdida se inscribe en una poesía consciente de su dicción desde una voz que sabe lo que hace cuando dice: sabe qué ritmo es necesario construir para favorecer qué insistencia que refuerza un significado perseguido.

Son las pequeñas-grandes vivencias cotidianas, las rutinas y a veces el deseo de su quiebre, las vueltas previsibles sobre los mismos quehaceres, los desencuentros, las rupturas lo que hace aflorar una enunciación que ha sabido elegir el nombre para aquello que simula traer (a veces fotográficamente; otras con neto predominio de la narración) mientras reinventa aunque sin dejar de llevar a lo que le falta o le sobra al mundo.

Los sinsabores de la des-pasión, los temores que impone el paso del tiempo, escenas y escenarios distantes aún en su proximidad y la poesía que vuelve sobre la poesía en sofisticadas fórmulas y otras, rayando la recuperación del habla de los que compone desde la letra para dejar, a partir de sus iteraciones, una lectura de la historia y del pasado reciente, una mirada desencantada sobre las narraciones y las fábulas de la patria: “Me había creído ingenioso / al decirte esa tontera / sentenciosa / que deberíamos aprender del glaciar / que se rompe cada vez / para seguir creciendo. / Cosas que digo para mí / y dejo caer / romperse / y salpicar”.

Bernatek explora a partir de los ríos las historias (es decir, los sueños y las distopías, las esperanzas y las caídas, las mezquindades y los derroches del don sin deuda, las decisiones calculadas y la entrega arrojada al azar) que en tiempos distintos pueden armarse en tres ciudades. La reiteración que llama la mirada del lector se potencia desde los símbolos: “Santa Fe vista desde el puente Palito en primavera” y “Praga vista desde el puente de Karol en otoño” son el verso y el reverso en el que se espejan experiencias de pasajes reforzadas por los apartados en los que los poemas se ubican apelando a lo que contiene y evita o controla el desborde para volverlo, no fuerza destructiva sino energía. Puentes, pasajes, pasadizos, ríos y las pequeñas-grandes historias de quienes los circundan se ordenan en “Diques”, “Fronterizos” y “Extramuros”, las divisiones elegidas para ubicar estos relatos de tiempos y geografías diferentes.

No faltan tampoco las mitologías de por aquí nomás que envían a aquellas que ha sabido leer Barthes en la cultura que ha funcionado como nuestro “molde civilizatorio”. En condensado simbolismo, “Rastrojero Dísel” trae historias de sueños rotos, de trabajadores, de miserias y sus enfermedades, de insospechados recursos bien argentinos (es decir, bien latinoamericanos) de los inventos de más allá: “tu música chusca / de utilitario / corta en dos el día / elementales rastrojeros / que han arado la huella bárbara / y peronista de la patria / de cielo a puerto / del sorgo al rancho / sudando tus pistones / entre paraísos florecidos de crespón / fabriqueras textiles que pedalearon / música de fundición y torno / candor proleta que se fue con vos / al horno de pan de la historia / rastro desconocido de gasoil / que ignoró Robert Diesel / ajeno a la barbarie y la vinchuca / anidada / en tu cajita mudancera / chau / rastrojero dísel”.

Cartografías y planos que sólo puede trazar quien mira desde el arte. Diferentes “brumas” dejan entrever algo que deliberadamente refuerza su condición de vestigio, de estela o huella que sólo a tientas es posible percibir. Eso es lo que esta poesía registra y archiva en su reinvención, lo que la obsesiona y la atraviesa: “Lejos de aquí / no habrá memoria capaz / de reconstruir este trazado / sinuoso”. Lejos de aquí, es decir, lejos del arte y más puntualmente, de lo que puede la poesía entre sus formas que, porque epigramática aunque conjetural, habilita a decir bastante sin revelar el secreto que la gesta dejando a quienes la recorren en la inestable palabrería de la lectura que no es sino otra forma de la reescritura que permite volver a decirnos, enredados en la letra del otro.

(*) Conicet - UNL

 

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Carlos Bernatek.