EDITORIAL
EDITORIAL
Espionaje, sociedad
y civilización
Es probable que nunca se sepa con certeza cuáles han sido los objetivos y a quién obedece el agente de inteligencia Ciro James. En este campo, donde lo que predomina es la viscosidad, es muy difícil determinar la identidad de un “topo”, entre otras cosas porque se trata de personajes escurridizos que no responden a un exclusivo patrón.
Por el momento, los indicios comprometen al gobierno de la ciudad de Buenos Aires, en tanto James mantenía estrechas relaciones con el comisario Palacios, designado y protegido por la gestión de Macri hasta que la presión política se tornó insoportable.
Habría que preguntarse, de todos modos, hasta dónde este gobierno estaba o está interesado en controlar las actividades de uno de los reconocidos dirigentes de las organizaciones que buscan esclarecer el atentado terrorista contra la Amia. Por lo pronto, las respuestas que han dado los principales ministros del oficialismo porteño no han sido satisfactorias, aunque habría que ver si esa incapacidad responde a la falta de oficio para afrontar estas lides, o a que efectivamente fueron sorprendidos, como quien dice, con las manos en la masa.
De todos modos, y atendiendo a los antecedentes, no debería descartarse la injerencia del gobierno nacional, a través de los ya conocidos y clandestinos operativos de espionaje y contraespionaje tendientes a vigilar, controlar y desacreditar a dirigentes opositores. A pocos escapa que el régimen de los Kirchner ha sido, desde la recuperación de la democracia, el que más ha recurrido a estas operaciones sucias.
Sin ir más lejos, está aún fresco el episodio vivido por el dirigente opositor Enrique Olivera, que fue víctima de una de estas maniobras pocos días antes de un acto comicial. Y hace semanas ocurrió algo parecido con un reconocido periodista del diario La Nación. En cualquier caso, se sabe que distintos servicios de espionaje están activos en el país -y particularmente en Buenos Aires-, y que muchas acciones se relacionan con el oficialismo.
Corresponderá a la Justicia determinar las responsabilidades en este caso, pero en principio sería deseable que de aquí en adelante los servicios de inteligencia del Estado se ajusten estrictamente a la ley. Si bien el secreto es una de las características de su actividad, ninguna sociedad civilizada puede permitir que se transformen en una suerte de doble poder y pasen a tomar decisiones al margen de las instituciones y muchas veces en contra de ellas.
Los antecedentes de la Argentina en esta materia son graves. Muchas veces los servicios de inteligencia han operado bajo la hipótesis de que el enemigo de la Nación es interno. Esto llevó al Estado no sólo a perpetrar atropellos de todo tipo, sino a cometer errores que en más de un caso lo dejó al borde del ridículo.
Por eso, ante manifestaciones concretas de una intensa actividad del sector de inteligencia, se debe encender en la sociedad la luz de alerta. El secreto, repetimos, no puede transformarse en coartada para la ilegitimidad.