Represión ilegal
“La Justicia Federal del proceso
era la patota de saco y corbata”
La testigo Silvia Abdolatif hizo una minuciosa descripción de lugares, rostros e impresiones, grabadas en su memoria durante un año de encierro en la Guardia de Infantería Reforzada.
De la Redacción de El Litoral
Silvia Abdolatif es una de las diez mujeres que tras ser secuestradas y torturadas en una casa de Santo Tomé, fueron trasladadas una madrugada de fines de marzo de 1977 a la Guardia de Infantería Reforzada, donde padecieron un largo cautiverio. Esta mañana brindó un pormenorizado testimonio de sus años de encierro, en el marco del juicio que se lleva a cabo contra cinco ex policías y el ex juez federal Víctor Hermes Brusa, por delitos de lesa humanidad.
El Tribunal Oral Federal, integrado por los jueces Roberto Manuel López Arango, Andrea Alberto de Creus y Carlos Renna, oyó esta mañana el relato de la mujer, que se extendió durante más de dos horas. En ese lapso contó con crudeza, pero con voz firme y clara, los oprobios a los que fue sometida desde abril de 1977 al mismo mes del año siguiente en la GIR. Después la mandaron a Devoto, donde pasó casi tres años más de encierro, hasta que recuperó la libertad.
Colores, espacios y objetos que pudo ver en el edificio de calle Urquiza al sur, en barrio Centenario, se fueron representando en la sala de audiencias, a los que acompañó con nombres de compañeras en la desgracia, así como los de sus verdugos, muchos de los cuales pudo reconocer.
En otro pasaje de su testimonio declaró que “la Justicia Federal del proceso era la patota de saco y corbata”. Además de los interrogatorios a los que fue sometida por policías y militares, sufrió los aprietes de quienes se presentaron como el “Toto” Nuñez y el secretario Víctor Brusa, de la Justicia Federal. Este último es recordado por todas las mujeres como un hábil lanzador de patadas voladoras y tomas de karate con las que aterrorizaba a las víctimas para forzarlas a firmar declaraciones armadas.
“Convivir con la patota”
“Teníamos 24 horas para sentir un montón de cosas. Para tener hambre y frío; para tener que ir al baño y no poder, para sufrir... Pero también para registrar detalles”, declaró la mujer con tono enérgico. A su mente vino el recuerdo del patio donde formaba la tropa, “los perros negros” que desde arriba espiaban a las carceleras, chicas que debían ser de sus mismas edades, por entonces 20 años.
Trajo a cuento un dato curioso, cuando una mañana, muy temprano, un temblor sacudió la ciudad y vio cómo los policías se abrazaban al mástil del patio.
Mirando el plano de la GIR, acompañado por algunas imágenes, pudo afirmar que “la habitación donde estaban las menores fue totalmente reformada”, a lo que sumó una serie de precisiones topográficas que serán valoradas por el tribunal oportunamente.
“Estar en la GIR fue convivir con la patota”, aseguró Abdolatif al recordar las visitas a la oficina del jefe, el comisario Juan Calixto Perizzotti. Los traslados los hacía María Eva Aebi “que no era una guardia interna común, sino la secretaria de Perizzotti”.
Contó que la primera vez que la llevaron a la oficina había dos hombres y Perizzotti estaba parado, “recostado contra la pared”. “Sentate Turquita”, le dijo una voz amable. “Yo soy el Tío, vamos a empezar a hablar en buenos términos o si no volvemos a la joda”. “Acordate que afuera tenés un hijo, sabemos dónde está tu familia”, fueron algunas de las amenazas que recuerda.
También contó cómo la sometían a una constante tortura psicológica. “Vos quedaste viva porque tuviste suerte, porque sos un perejil”, le decían, dejandole en claro que su vida dependía de ellos.
La alternativa era “aceptar que estábamos en manos de ellos o resistir. Yo resistí”, siguió Abdolatif, que señaló a los imputados presentes en el banquillo y les reprochó las crueldades a las que las sometieron, aunque descree que en ese entonces hayan sabido que estaban llevando a cabo un plan sistemático de exterminio que destruyó al país.