Domingo French, entre la leyenda y la historia

Rogelio Alaniz

De pibe siempre creí que French y Berutti eran una sola persona. La niñez es ignorante. En algún momento descubrí la verdad y si la memoria no me falla la revista el Billiken fue la responsable de esa modesta revelación. French y Berutti eran dos personas, en realidad dos muchachones alegres y despreocupados que repartían cintas celestes y blancas en la plaza acompañando el gesto con una sonrisa traviesa y juguetona.

En realidad, de acuerdo con lo que nos enseñaban entonces tomando como referencia las láminas del Billiken, la jornada del 25 de mayo de 1810 se parecía a una alegre kermesse donde French y Berutti eran los principales animadores, aunque no los únicos, porque también en la plaza había negros y mulatos, hombres y mujeres vestidas de largos, todos sonrientes y felices festejando el nacimiento de la patria.

Después comenzaron los desengaños. Los muchachos no eran chicos gentiles y amorosos sino aguerridos y agresivos militantes de una causa; las cintas no eran un adorno sino una contraseña que permitía distinguir a los revolucionarios; la gente que parecía festejar no eran “respetables” vecinos sino orilleros decididos a repartir garrotazos y algo más si llegaba la orden de hacerlo.

La Plaza de Mayo, o la Plaza de la Victoria para ser más preciso, no era el escenario de una fiesta inocente sino de una jornada revolucionaria. Domingo French y Antonio Berutti eran los responsables de asegurar el control de la calle. La célebre frase “el pueblo quiere saber de qué se trata” no era un comentario o un deseo inocente, sino un amenaza proferida por hombres que, a la menor señal, estaban dispuestos a irrumpir en el Cabildo y empezar a repartir palos contra los godos.

La leyenda asegura que French esperaba que Belgrano se asomara al balcón y dejara caer un pañuelo blanco para movilizar a los “chisperos”, personajes -repito- que estaban muy lejos de exhibir el porte elegante y distinguido que apreciamos en las litografías escolares. Belgrano no salió al balcón porque no hizo falta hacerlo. Cisneros entendió muy bien lo que pasaba y presentó la renuncia. No le quedaba otra alternativa. El virrey conocía la lógica del poder y sabía cómo ejercerlo. Si hubiera podido o hubiera tenido con qué, no habría vacilado en reprimir como lo hizo en el Alto Perú. “Si el pueblo no me quiere y las tropas me abandonan, hagan lo que ustedes quieran”, toda una declaración de principios y, al mismo tiempo, una resignada confesión de impotencia.

No concluyeron allí mis desengaños infantiles. También en los detalles la verdad parecía no ajustarse exactamente a la descripción del Billiken. Hoy los historiadores se preguntan si efectivamente el 25 de Mayo fue un día de lluvia. Las desconfianzas han alcanzado, incluso, a los inocentes paraguas, ya que no faltó el investigador que asegure que para esa fecha no habías paraguas en Buenos Aires. Como para que nada falte en la empresa demoledora de mitos, se asegura que las célebres cintas de French y Berutti no eran ni celestes ni blancas, con lo que se pone punto final a todo un género literario de poemas patrióticos y de inspirados discursos docentes leídos al lado del mástil ante una arrobada platea de niños vestidos con impecables guardapolvos blancos.

¿Pero quién era Domingo French? ¿Es posible sacarlo de las láminas del Billiken y colocarlo en el lugar que se merece? Es posible porque su protagonismo antes y después de la revolución de mayo fue importante. French no sólo era un revolucionario sino que, además, expresaba las posiciones más duras de la revolución. Cuando en agosto de 1810 Balcarce se niega a cumplir con la orden de fusilar a Liniers, Moreno lo envía a French para que cumpla con su deber.

Podrá discutirse si la ejecución de Liniers fue o no una decisión acertada, lo que importa destacar en este caso es que a la hora de tomar una decisión delicada, la Primera Junta recurre a los servicios de French porque sabe que no le va a temblar el pulso.

Efectivamente, Liniers y sus principales colaboradores son fusilados y el propio French le pega le tiro de gracia a quien fuera el héroe de la resistencia a la ocupación inglesa y el hombre que en su momento lo ascendiera a teniente coronel. Es probable que la misión no le haya resultado agradable. French no era un asesino, un mercenario, era un revolucionario que sabía muy bien que cuando estos procesos se inician el peor error que se puede cometer es no asumir las responsabilidades históricas.

“Con la revolución no se juega” va a decir un conocido revolucionario cien años después. French no lo dijo, pero es probable que lo haya pensado. La víctima en este caso fue Liniers, pero sería interesante preguntarse cómo habría actuado Liniers si se hubiera salido con la suya. Por lo pronto, la correspondencia que mantiene con los jefes godos del Alto Perú autoriza a pensar que habría pagado con la misma moneda.

Entre 1810 y 1820 French estuvo presente en los episodios más importantes de un ciclo revolucionario que, como toda revolución, se encargó de ir devorando a sus propios hijos. A la semana de la revolución le ordenaron organizar el Cuerpo de Infantería “América”, conocido popularmente como “Estrella” por la estrella que los soldados llevan bordado en la manga del uniforme.

Morenista convencido, corre la suerte de su jefe. Como consecuencia de la movilización saavedrista del 5 y 6 de abril -una movilización que a los peronistas les gusta compararla con el 17 de octubre-, French es deportado a Carmen de Patagones y regresa cuando asumen las autoridades del Triunvirato. En 1814 el hombre participa del sitio de Montevideo y es el encargado de dar la noticia en Buenos Aires de que ha caído el principal foco de la contrarrevolución.

Gobernador-intendente de Montevideo, deja su cargo político para marchar al Alto Perú y hacerse cargo del ejército que acaba de ser derrotado en Sipe Sipe. Alguna vez será interesante hablar de las disidencias en el interior de la revolución y, muy en particular, de las duras disputas internas entre jefes militares, sobre todo en el norte. Sobre el tema French sabía mucho, tal vez demasiado.

Para 1816 está en Buenos Aires. Amigo de Pueyrredón, debe de haber resultado algo molesto para que su compañero de barricada durante las invasiones inglesas lo destierre a Estados Unidos junto con Dorrego y otros políticos porteños que empiezan a identificarse con el ideario federal.

De Estados Unidos regresa en 1818 y, porteño al fin, en 1820 pelea bajo las órdenes de Soler contra las montoneras de López, Carreras y Alvear. En la batalla de la Cañada de la Cruz las tropas directoriales son derrotadas y el poder político de Buenos Aires construido en 1810 empieza a derrumbarse.

También Domingo French empieza a derrumbarse. Una penosa enfermedad lo aparta del escenario público y muere en Buenos Aires el 4 de junio de 1825. Su amigo, Manuel Dorrego le rinde honores, pero se ignora dónde descansan sus restos.

Domingo French había nacido en Buenos Aires el 21 de noviembre de 1774. Las crónicas insisten en su origen humilde y lo recuerdan como el primer cartero del Río de la Plata. Se inició en las lides políticas y militares cuando los ingleses invadieron Buenos Aires. Su primer jefe fue Martín de Pueyrredón. Cuando como consecuencia de las luchas facciosas porteñas Pueyrredón vaya a dar con sus huesos a la cárcel, French se encargará de organizar el rescate, ocultarlo en la casa de su amigo Cornelio Zelaya y luego trasladarlo a un barco que lo llevará a Río de Janeiro.

Para esa fecha se casa con Juana Josefa Posadas, hermana de quien luego sería el Director Supremo y pariente de Carlos de Alvear, uno de sus más enconados rivales. Junto con Vieytes, Castelli, Belgrano, Rodríguez Peña, integrarán la logia masónica que conspirará contra el poder colonial. En la célebre jabonería y en la quinta de Orme, el llamado partido de la revolución mantiene sesiones secretas y prepara la toma del poder.

Quienes lo conocieron lo describen alegre, vital, generoso y valiente. Amigo leal, mujeriego, jugador empedernido, bebedor y camorrista, era querido por sus amigos y odiado por sus enemigos. Cuando en el cabildo del 22 de mayo emite su voto a favor de la propuesta revolucionaria, agrega en el texto: “el mío y el de 600”. Se refería a los orilleros, los hombres que lo respetaban y lo consideraban más un amigo que un jefe.

Domingo French, entre la leyenda y la historia

La Plaza de la Victoria en 1829. El 25 de Mayo de 1810 fue el escenario de una jornada revolucionaria donde French esperaba que Belgrano se asomara y dejara caer un pañuelo blanco para movilizar a los “chisperos”.

Foto: Archivo El Litoral