Crónica política

Las puertas del infierno

Rogelio Alaniz

“En la vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias”. Robert Ingersoll

Se dice que el inconveniente más visible de un régimen populista es la falta de dinero. Los entendidos en el tema consideran que el populismo sólo puede ser eficaz cuando dispone, además de la famosa “caja”, de una masa de recursos económicos que le permitan asegurar la “felicidad del pueblo”, una estrategia que en términos prácticos no se puede prolongar por mucho tiempo, pero que da muy buenos resultados a mediano y largo plazo.

Sin ir más lejos, el peronismo hace sesenta años que está en danza gracias a la cadena de felicidad montada por Perón en su momento, cadena de felicidad que, por supuesto, estuvo acompañada de otras iniciativas y de las inevitables vicisitudes de todos los procesos históricos, pero queda claro que sin ese origen “Papá Noel” el peronismo no hubiera sido posible.

Los Kirchner reúnen todos los atributos de las gestiones populistas, incluidos sus vicios. Los pasillos del Banco Central no están cubiertos de lingotes de oro como en los tiempos de Perón, pero disponen de una “caja” que les permite someter y disciplinar a gobernadores, intendentes y legisladores. El poder de los Kirchner se asienta en la “caja”, pero no es el único instrumento de gobernabilidad. Una concepción política fundada en el disenso permanente y el ejercicio del poder liberado de todas las mediaciones posibles constituyen herramientas decisivas de la hegemonía kirchnerista.

La reciente aprobación de leyes consideradas claves para la gobernabilidad oficialista en el Congreso, confirma la eficacia de los Kirchner en estos temas. La procesión del correntino Colombi a la Casa Rosada para humillarse ante el soberano, es otro de los datos sobre la eficacia para vigilar y castigar. El caso de Corrientes en ese sentido es representativo de los alcances y los límites del kirchnerismo. Colombi ganó las elecciones en su provincia presentándose como opositor a los Kirchner; sin embargo, antes de asumir el poder marchó a Buenos Aires para ponerse de rodillas.

Esta contradicción entre un gobernador que gana las elecciones como opositor y luego está obligado a declararse oficialista pone en evidencia que el kirchnerismo dispone de poder político pero carece de poder social. Dicho de una manera más lineal: los Kirchner tienen plata, pero no tienen votos, lo cual constituye una seria debilidad para cualquier gobernante y una tragedia para un político populista.

Los humores de la sociedad a veces son previsibles, a veces no. Lo que la experiencia enseña es que en términos electorales los votantes pueden encandilarse con un dirigente, pero cuando le retiraron el apoyo es muy difícil, por no decir imposible, que regresen al viejo amor. No en vano Maquiavelo comparó el amor de la multitud con los amores de una cortesana. De todos modos, es posible que por una combinación de razones causales y casuales, un político sin votos gane popularidad; lo que es difícil, por no decir imposible, es la posibilidad inversa. Para bien o para mal, la popularidad tiene un toque exitista, tal vez frívolo, pero inevitable. Los libros escritos por políticos retirados quejándose de la ingratitud del pueblo, podrían llegar a colmar una biblioteca.

Los Kirchner en el 2010 como Menem en el 2000 han perdido ascendiente social. Un ochenta por ciento de la sociedad no quiere saber nada con ellos. Los atributos del poder, la disponibilidad de recursos económicos e institucionales, una vocación política feroz para defender el poder con uñas y dientes, explican en parte su vigencia, pero está claro que para un imaginario político que supone la adhesión de grandes mayorías sociales, este escenario de rechazo e indiferencia es calamitoso.

Por su parte, el ochenta por ciento de los argentinos está esperando al dirigente, al partido o a la coalición política que sea capaz de representarlos. No es tarea fácil. En política uno más uno no siempre es dos y el futuro nunca está escrito de antemano. Los Kirchner en algún momento se van a ir, pero los problemas de la Argentina no necesariamente se van a ir con ellos. Es más, es probable que se agraven, porque mal que bien los Kichner han montado un sistema de controles y equilibrios que se derrumbará cuando ellos se vayan.

No me preocupa tanto la salud de los Kirchner como la salud de la democracia. Como dijera Aron, “el hilo de la civilización es muy delgado como para ponerlo a prueba todos los días”. Y desde hace meses esa delgada hebra está siendo sometida a la presión de una manada de elefantes que le saltan encima invocado -eso sí- muy buenas razones para protagonizar esas piruetas.

El excelente historiador Stanley Payne reflexiona en uno de sus libros sobre los motivos del derrumbe de la república española en 1936, para llegar a la conclusión que las instituciones cayeron porque no pudieron soportar el asedio sistemático de todos los actores políticos, los de derecha y los de izquierda, los centrados y los no centrados. “Esa demanda facciosa de reclamos no sufrió la república organizada luego de la muerte de Franco”, concluye Payne, con lo que se demuestra que a las Repúblicas hay que cuidarlas, nunca jugarlas a cara o cruz y mucho menos a degradarlas y corromperlas.

No pretendo ser alarmista, pero tampoco irresponsable. Alguna experiencia he adquirido en la vida como para percibir, casi como un escalofrío en la piel, que ningún sistema se puede mantener con una clase dirigente y una sociedad que parecieran trabajar todos los días en su contra. En esta semana, las calles de Buenos Aires estuvieron tomadas por los piqueteros de todos los signos y colores. Los muchachos se dieron todos los gustos, incluso el reparto de algunos palos y trompadas entre héroes de Malvinas y pretendientes a héroes de la misma causa.

Mientras los canales de televisión se dedican a poner en pantalla durante horas a las víctimas de los asaltos criminales, el resto del tiempo lo destinan a la enfermedad de Sandro o a detallar los percances del último paro organizado por los empleados del subterráneo, paro que deja a más de un millón de personas a la intemperie. Las pantallas tal vez exageren o manipulen, pero en esa exageración y manipulación hay que saber apreciar el síntoma que lo distingue. También esta verdad hay que saberla: cuando los medios se vuelven sensacionalistas podemos criticarlos, pero no podemos ignorar que ésa es una señal que anticipa nuevas borrascas.

El miércoles a la noche, los chicos de la Fuba tomaron el Colegio Nacional de Buenos Aires para impedir que sesione la asamblea universitaria. Arbitrarios, prepotentes, inmaduros, tiran de la cuerda de las libertades con la esperanza perversa de confirmar lo peor, es decir, una respuesta represiva que les permita decir que el capitalismo es injusto y explotador. Lo trágico de todo esto es que quienes los mandan a los chicos a canalizar su rebeldía en nombre de objetivos revolucionarios infantiles y anacrónicos saben, o deberían saber, que algo parecido se intentó hacer en los años setenta hasta que efectivamente se logró probar que el capitalismo podía ser criminal. El problema, la tragedia, es que esta verificación empírica costó miles de muertos.

Insisto una vez más: no quiero ser aguafiestas pero advierto que si bien no estamos al borde del abismo, marchamos alegremente en esa dirección. Las clases medias y las clases populares no van a soportar indefinidamente un estado de caos que se reproduce a sí mismo cada vez en mayor escala. Hoy, no hay militares que salgan a la calle para imponer la dictadura, pero si seguimos jugando al caos como lo estamos haciendo, el ajuste político de la derecha se va a producir. Serán militares o serán civiles, peor en todos los casos, no serán ni delicados ni discretos Es más, la gente va a salir a la calle para pedirles que vengan. ¿Eso es lo que estamos esperando? ¿Alguien necesita verificar una vez más que un régimen acorralado es capaz de dar respuestas brutales? ¿Otra vez estamos decididos a golpear las puertas del infierno para verificar que el Diablo existe?

Las puertas del infierno

Los Kirchner reúnen los atributos de las gestiones populistas, incluidos sus vicios. El populismo sólo puede ser eficaz cuando dispone de la famosa “caja” y de una masa de recursos que permitan asegurar la “felicidad del pueblo”.

Foto: Archivo El Litoral