De regalo

De regalo

En esta revista han visto ya las opciones para regalar en estas fiestas. Ahora les vamos a mostrar -otra nota a pedido, mecachi- la verdad de la milanesa y lo que realmente sucede con los regalos. No agradezcan nada que lo nuestro no es un apostolado: es un regalo.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI

Fue y es un año complicado. La inflación oficial y la extraoficial (sumadas las dos se acercan a la real) fueron licuando los ingresos (y lo que menos quiere uno a esta altura es un licuado, a menos que incluya vodka o algo power) y entonces nadie tiene demasiado margen para comprar nada extra. Pero las fiestas son las fiestas y de algún lado algo sale para expresarles con un presente a nuestros seres queridos lo ausentes que estuvimos el resto del año...

En los casos de familias numerosas que se reúnen en la mesa navideña, hay acuerdos previos, soterrados movimientos que deciden la suerte de los más pequeños y de todos. Como toda conspiración, no hay noticias públicas de este sigiloso movimiento. Una llamada telefónica o una serie de llamadas resuelven, por ejemplo, que este año “sólo a los chicos”, con lo cual uno queda miserablemente afuera. Y no vale en mi caso ostentar mi apodo oficial (“nene”) porque cuando lo sugiero me hacen señas y comentarios obscenos que asoman o cuelgan de mi propia persona. No se le hace ni dice eso a los nenes. Queda feo.

Vale decir que en esas horas cruciales (por estos días, justamente, previo a la organización misma de la fiesta, que tiene sus propios bemoles) se discute primero el universo de los beneficiarios; luego se sugiere además el monto y la característica de los presentes y por último, en los casos de más férrea y sofisticada planificación, se determina quién le regala a quién un único regalo.

Como pasa en algunos laburos en que se pone una mensualidad para los cumpleañeros, al final no hay misterios ni sorpresas porque más o menos vas a recibir esto y callate y alegrate ingrato de miércoles. Y poné cara de sorpresa, aunque hasta los angelitos de yeso o plástico del arbolito sabían que ibas a recibir un calzoncillo, un vino o, dios no lo permita, una corbata...

Es jodido siempre hablar de la distribución justa de la renta: en algunos casos la partición de los beneficiarios con regalería no llega hasta cada uno de los individuos que estarán presentes alrededor de la mesa navideña, pero tampoco se reduce sólo a los chicos, pues ya se sabe que todos llevamos un niño adentro. Así, algunos hacen compras colectivas: para la familia tal, para la familia cual, sesgando los regalos para cosas que disfrutaría presuntamente toda la familia. Casi nunca se acierta con esa opción, se los aclaro ya mismo.

Pero supongamos que la cuestión no se encuentre tan regulada y uno pueda realizar finalmente varios regalos. En otras épocas, excepto las tías que se veían en la obligación de no despilfarrar y regalar una remerita, que siempre indudablemente es útil (y uno espera a gritos para estas fechas regalos inútiles), los juguetes copaban la base del arbolito y se hacía toda la hermosa liturgia de la cartita al Niño Dios o a Papá Noel y esa noche los chicos eran felices con sus juguetes nuevos.

Ahora, parece que la onda se ha corrido hacia la tecnología, la practicidad y la imposición del mercado y así tu dulce nena mira con desprecio la muñeca y reclama por el celular que no le llevaste; y el pibe sugiere que te metas la pelota en el baúl y le compres, rata anticuada, el último juego para la play station.

Después tenés a los padres inmaduros que le compran el juguete al nene o a su pareja pero pensando en ellos mismos y ahí los tenés a los grandotes usurpándole tempranamente los regalos a sus seres queridos y desnudando sus verdaderas y mezquinas intenciones.

Sólo les digo una cosa, mis chiquitos: regalen, piensen o, mejor, no piensen: dejen que su corazón se exprese; sientan en las entrañas qué regalo halagaría, sorprendería o le gustaría a fulanita o menganito. Y no me pidan más a esta altura del año, que literalmente estoy regalado. Con moño y todo.