EDITORIAL

Populismo y falsas

cuestiones raciales

Luis D’Elía insiste en criticar a la que denomina Argentina “blanca”. El concepto es tan injusto e intelectualmente tan deplorable, como criticar la Argentina “negra”. Al racista se lo conoce por su aspiración a interpretar los complejos problemas sociales y políticos a través del concepto de raza. D’Elía, en ese sentido, reúne todas las condiciones para ser calificado de racista por más que su hipotética reivindicación esté relacionada con la raza supuestamente explotada o marginada.

En principio, la Argentina históricamente no ha atravesado por la desgracia de dividir a su población alrededor de cuestiones raciales. Los episodios relacionados con estos temas han sido marginales y por lo general, el Estado democrático ha desactivado cualquier tentación que se haya planteado en este sentido. En la Argentina hay problemas graves, pero por suerte, -y muy a pesar de D’Elía- los problemas raciales que afectan seriamente a otras naciones, en nuestro país no son importantes.

¿Por que D’Elía insiste en plantear las contradicciones sociales en términos de raza? Seguramente por su ideología populista y autoritaria; seguramente por una equivocada percepción intelectual y, seguramente, porque supone que un discurso así planteado llega con más facilidad a la sensibilidad de la gente. Digamos que D’Elía, al mejor estilo conservador y autoritario, trabaja sobre los prejuicios más primarios de la sociedad con un criterio oportunista y falaz.

Decíamos que en nuestro país hay problemas sociales, algunos muy serios; hay desigualdades evidentes que, dicho sea de paso, con los últimos gobiernos kirchneristas se han acentuado, pero bajo ningún punto de vista esta realidad puede leerse desde una perspectiva racista. No sólo que no puede hacerse porque es equivocada, sino que no debería hacerse porque significa alentar contradicciones falsas fundadas en el resentimiento y el rechazo a la modernidad.

¿A quiénes alude D’Elía cuando habla de la Argentina “blanca”? ¿A los rubios, a los trigueños, a los pelirrojos? ¿No se preguntó acaso sobre el color de la piel de los gobernantes que él apoya con tanto entusiasmo? A la inversa ¿A quiénes reivindica como opuestos a los blancos? ¿A los negros? Racialmente la población negra en la Argentina es ínfima. ¿A los morochos? ¿A los descendientes de los indios? ¿A españoles o italianos provenientes de regiones donde lo que predomina es la piel trigueña? ¿A los judíos sefaradíes? ¿A los árabes al estilo Menem?

Como se podrá apreciar, estos interrogantes son de imposible respuesta porque las preguntas son disparatadas. No es posible seriamente explicar los problemas sociales de la Argentina desde una concepción reaccionaria, prejuiciosa e injusta. Las ciencias sociales han elaborado interesantes dispositivos teóricos para abordar la realidad y sus desgarrantes contradicciones. Pretender suplantarlas por un discurso racista es retornar a los principales ideólogos de los nazis con los cuales pareciera que D’Elía se encuentra muy cómodo.