Diario de la muerte de mi abuela (fragmento)

2_ng.jpg

“La abuela en el patio”, de Ernesto Fertonani.

Por Irma Verolín

22

Afilar la memoria como si se le sacara punta a un lápiz, día tras día, noche tras noche. A fuerza de no contar con otra cosa, de acercarse a la muerte sin demasiado cuidado, es preciso avivar lo acontecido. Eso hace mi abuela. Y usa no sólo su cabeza sino su voz, su voz de pajarita en un departamento de Villa Crespo. Le gusta escucharse a sí misma repitiendo lo que ya sabemos, lo que ella misma repitió ayer y anteayer y la semana pasada. Necesita convencerse de que tuvo una vida. Dice la palabra “yo” y eso la regocija. ¿Hay alguien detrás de la palabra “yo”? Mi abuela golpea y golpea una puerta con sus palabras para ver si la puerta se abre. La puerta queda entornada y del otro lado circula el viento, el viento proverbial que teje las palabras. Sólo palabras. ¿Es eso la vida? ¿Estamos hechas de viento y no de tierra y agua como dice la Biblia? Y el fuego está lejos, muy lejos, está en el sol que ya no se puede mirar, porque lastima los ojos. Lejos viento y sol, tierra y agua dentro de un libro y luego esto, la vida misma, hecha y deshecha, nada entre las manos, palabras.