Las manos mágicas
Las manos mágicas
Ignacio Periés, conocido como “el padre Ignacio”, no se cansa de negarlo, pero su fama de sanador mueve a personas de todo el país a asistir a sus multitudinarias misas en Rosario.
TEXTOS. SOL LAURÍA. FOTOS. EL LITORAL
Es jueves. Son las seis de la tarde en Rucci, un barrio que se cuela en la puerta de entrada a Rosario, justo a un costado de la autopista que une esta ciudad con Santa Fe.
En medio de los edificios de planes de vivienda con aires setentistas, la iglesia de la Natividad del Señor ya está llena. Todos esperan estar frente a Ignacio Periés para recibir su bendición.
Las manos se ven como mágicas a los ojos de los tres mil jóvenes que esperan ser tocados por ellas. Ignacio, de pie en la tarima del altar y por riguroso orden, abraza a uno por uno. Las pasa por su cabeza, espalda -con tres golpes súbitos y consistentes-, por el pecho y el vientre. Eso en general, claro. En algunos casos va directo a las rodillas, la panza o la zona que tiene “a mal traer” al visitante.
El padre se detiene ante cada uno, sonríe, habla al oído y les hace señas a sus colaboradores, que lo miran a un costado y, en un rato, le dirán a la persona qué tiene que hacer: tomar medio vaso de agua bendita a diario, o pasársela por la cara o hacerse gárgaras con ella, o utilizar miel, rezar cinco padrenuestros y el mismo número de avemarías, entre otras cosas.
Y habla. Esgrime esa “palabra justa”, la clave del trabajo de este sacerdote para sus seguidores.
Su voz, dicen los que la escucharon, tiene la fuerza de la transformación. Los hace pasar de la enfermedad a la salud, de la tristeza a la alegría, de la desesperanza a la fe.
Fuera de la iglesia, el silencio. Un halo protector que ejercen como un dogma quienes trabajan con él, y él mismo. Quieren esquivar a los fanáticos y evitar el sensacionalismo. Alejar la propaganda que propicia el lucro: “Viajes a ver al Padre Ignacio”, se leyó alguna vez en un clasificado pagado por una empresa de turismo en Salta. Tratar el tema con santa seriedad y ferviente fe.
Ignacio prefiere el bajo perfil. Sólo existe un libro dedicado a él, que compila testimonios de personas recuperadas de sus enfermedades. Allí comentó: “Yo no soy un sanador, sólo transmito el poder de sanación de Dios. El actúa a través de mí”.
Un hombre de Sri Lanka
¿Quién es este hombre de poca estatura, piel morena e incipiente panza que todos quieren ver y tocar? Ese jueves, apenas pasado el mediodía, ya se acerca a 500 los jóvenes que esperan encontrar la mano abarcadora que les desea paz. Cada fin de semana, son más de 200 mil las almas que peregrinan al rincón que promete bendiciones. Dicen saber que sana. Aseguran que su sola presencia aumenta la fe.
No tienen tan claro que llegó a Argentina en 1979, cuando debutó como sacerdote en Tancacha (Córdoba) y al poco tiempo, en diciembre de ese año, desembarcó en Rosario. Tampoco saben que nació el 11 de octubre de 1950 en el humilde pueblo de Balangoda, en Sri Lanka; que su papá, que se llamaba Mateo Kurukulasuriya, trabajaba en una firma británica fraccionadora de té; que se ordenó sacerdote en un seminario de Londres y que es la cabeza del movimiento llamado Cruzada del Espíritu Santo en el mundo.
Sí saben del efecto abrasador de sus palabras y su mirada cautivante. Saben que no le gusta hablar con la prensa y que es enemigo acérrimo del autobombo. Destacan que después de todo un día de trabajo, a las 2 de la mañana, el hombre sigue recibiendo gente y bendiciendo como si recién hubiera empezado. Conocen sus prodigios, y aclaran en un intento incansable por defenderlo: “No es él el que hace los milagros, él es un intercesor, Dios es el que actúa”.
Los vecinos del barrio resaltan que es el mismo hombre que llegó hace más de 20 años. Claro que antes no era tan conocido, y tenía tiempo para ir a comer a lo de la gente del lugar que recorría en bicicleta. Iba casa por casa repartiendo bendiciones y confesando al que lo pidiera. Siempre fue humilde, sencillo y dulce, coinciden. “Un ser humano como cualquiera, nada más que tiene un don”, acota Ángela.
Dice que ahora está mucho más ocupado y ya no puede pasar cuando un vecino lo llama, incluso ellos mismos ahora tienen que hacer cola y pedir audiencia “como todo el mundo para hablar con él”. Sin embargo, sigue repartiendo sonrisas y llama a todos por su nombre, como si tuviera una memoria gigantesca y perenne que burla a los miles de rostros que aparecen ante él día tras día.
Eso es lo que pondera Julieta, una vecina del barrio que eligió para sus dos hijos la escuela que el padre dirige: “Es muy bueno con todos... Es dulce, si te ve en la escuela te saluda, se acuerda de la gente. Aparte es como que sabe un montón, sin que vos le digas las cosas él te dice lo que te está pasando... a mí me dijo a los tres meses que iba a ser una nena, que iba a estar todo bien, que saque las culpas... Te lee la mente”.
Claro que “cuando se enoja”, acepta una de sus colaboradores que inmediatamente justifica la sobredosis de realidad: “Es que acá viene mucha gente siempre, por lo que él quiere que todo se haga en orden, que se respeten los turnos, que esté todo bien organizado”. Y Matías refuerza: “Es estricto”.
El cura que cura
Para el resto del mundo, ése que está más allá de Rucci, el Padre Ignacio es un “cura que cura”. “Él es así -lo describe Miguel Ledesma-, es un cura que cura. A usted la toca y se le va todo, se le pasa todo... los dolores del alma y del cuerpo”.
La leyenda de este padre sanador fue creciendo a medida que entraban enfermos en la Natividad del Señor que se iban sanos, o fortalecidos. Martín Conciglio cuenta en la fila que hace dos años, con sus 26, fue a verlo porque a su papá le tenían que hacer un by pass. El hombre tenía una arteria tapada. Cuando Martín estuvo frente a Ignacio, él le dio el abrazo fuerte que le tenía que dar a su papá de parte suya: “Va a estar bien”, profetizó. La certeza, jura hoy Martín, fue realidad. “Papá zafó de la operación”.
Germán, que escucha la experiencia de Martín, dice que él vivió algo similar: “Mi tío tuvo un ataque cardiovascular. Se desmayó en el auto, chocó dos autos y terminó contra una columna. Estuvo en coma 15 días, yo vine y hablé con el Padre, que me dijo que no iba pasar nada, que se iba a mejorar. Me dio una medallita y en una semana salió del coma. Ahora está perfecto”.
Un poco más allá, Angelina quiere acotar lo suyo y cuenta cómo su hija Laura, que “no quedaba embarazada” pese a incontables tratamientos y estudios, fue a verlo y “quedó”. Le puso Milagros al milagro que está convencida que engendró.
Alicia aporta que Ignacio salvó a su hijo de una enfermedad cardiovascular, y otros tantos suman experiencias de personas enfermas que llegan allí y salen cambiadas. Incluso, sostienen otros, aunque no tengan enfermedades físicas, Ignacio cura las del alma.
El mito traspasó las fronteras del barrio. Hoy cientos de miles de personas buscan la transformación. Emilia, con 19 años y una enfermedad que identifica como “grave”, viajó desde Rafaela porque está segura de que la fantasía se convertirá en la dicha que le saque de su cuerpo el mal de la afección: “Yo espero que me ayude. Sé que ha curado a mucha gente enferma, por eso vengo. Yo me voy a quedar en la misa, voy a esperar la bendición y lo que quiero es tomarlo de la mano y pedirle ayuda. Lo voy a ver hoy por segunda vez. Hoy creo ya en el milagro”.
Boleto al padre Ignacio
Jueves otra vez primero de mes, 11 de la mañana en las afueras de Rosario. El contestador que atiende cada vez que suena el teléfono en la Parroquia de la Natividad del Señor anuncia la misa de los jóvenes a las 19. Una voz con erres arrastradas y un poco trabadas lleva a pensar que la indicación que llega desde el otro lado del auricular no es de un lugareño. Se presenta como el Padre Ignacio y sugiere al que se comunica que si desea obtener información sobre las misas, debe apretar el 1; para saber cómo llegar a la iglesia, el 2; para rezar junto a él “por alguna necesidad que tiene de algún familiar enfermo”, el 3; para averiguar sobre los turnos, el 4.
Día tranquilo en el barrio Rucci. Sólo se ven mujeres que van a hacer las compras y chicos con sus padres en el Centro de Salud de este rincón donde se alzan varios monoblocks desde 1973, cuando la entonces cabeza de la Confederación General de los Trabajadores (CGT), José Ignacio Rucci, decidió construir un proyecto habitacional que, pese a la nomenclatura que dispuso tiempo después la dictadura, aún lleva su nombre.
En medio de los símbolos en pie del peronismo, otro igual de místico y legendario comienza a recibir los primeros interesados en ver al sacerdote que ya es famoso por estas latitudes.
En el centro, a varios kilómetros de ahí, un turista ve pasar un colectivo 107 por la esquina de Pasco y Corrientes. El cartel en el parabrisas marca la meta: “Al padre Ignacio”. Ignacio ya es sinónimo de lugar.
A las 12, ya son cerca de 150 los que se pasan el mate de mano en mano, galletitas, jugos y hasta cartas, para matar el tiempo de espera. Mucho más mate en el patio lateral de la capilla, una especie de playa de estacionamiento cercada por rejas negras sostenidas en paredes bajas de ladrillos a la vista. La sombra de un toldo de 50 metros protege a algunos de un sol de agosto digno de disfrutar.
El movimiento de la barriada se limita al de las piernas que dan pasos intempestivos, intrigados o interesados, en dirección al lugar donde la bendición del cura augura sorpresas. Todos esperan el contacto con Ignacio. Que te toque, que te mire a los ojos, que te abrace y sepa lo que te pasa. Tal la promesa. Una revelación, una cura, un páramo espiritual.
La leyenda de este padre sanador fue creciendo a medida que entraban enfermos en la Natividad del Señor que se iban sanos, o fortalecidos.
ignacio periés Llegó a Argentina en 1979, fue sacerdote en Tancacha (Córdoba) y al poco tiempo desembarcó en Rosario. “Dios obra a través de los sacramentos y, no tengo la menor duda, en el Padre Ignacio. Pero lo hace como a través de todos los sacerdotes”, opina monseñor Emilio Cardelli.
La palabra justa
Cinco jóvenes sentados al lado de la puerta de la capilla. Mientras apura el mate, uno de ellos se lamenta por la relación que tiene con su mamá: “Ella no valora todo lo que yo hago... y eso que soy su perrito faldero. Hago todo lo que me pide”. La amiga que lo escucha atentamente intenta en vano buscar un consuelo, más bien una justificación. El chico insiste. Que no, que no. Que la madre no lo quiere. Que él es bueno con ella. Que labura para llevar unos pesos a la casa. Que la lleva, la trae, la busca, la acompaña. Por eso vino, quiere encontrar una razón, o al menos alivio.
Del otro lado, el tema recurrente entre las chicas son las relaciones. Una cuenta su experiencia al grupo que la sigue con movimientos de asentimiento -eso que indica mover la cabeza de arriba hacia abajo en un interminable sí-. Que se dio cuenta que el novio no la dejaba hacer nada. Que le había modificado sus costumbres. Que ya nunca veía a sus amigas. Que dejó de hacer un montón de cosas por él. Que cuando se avivó, se peleó, pero ya había hecho lo que nunca hubiese querido.
Ignacio les tenía preparada una respuesta a los dos en la homilía.
-Si ustedes eligen convivir y compartir, nunca intenten complacer todos los gustos de la otra persona. Porque si siempre quieres complacer a una persona, tu vida se transforma en una persona que mendiga. Uno a veces quiere complacer a todos. Pero no, nunca intentes complacer a nadie, más bien a tu propia conciencia. Porque si vos no estás dando lo que corresponde a tu propia conciencia, a largo plazo perjudica tu propia vida.
La identificación con las palabras del cura con sonrisa de ganador del Prode acrecienta el mito: “Parece increíble, pero el padre siempre tiene la justa... puntualmente él te dice algo que era lo que te estaba jodiendo o te molestaba o venías pensando en eso. Y no sólo en la bendición, en la misa también. Si te parece que te estuviese hablando a vos”, dice Germán, de 30 años.
“Ayudo a despertar la fe. Si alguien se siente curado es por la gracia de Dios”, sostiene Ignacio Periés.
La gracia de Dios
Cada fin de semana, son más de 200 mil las almas que peregrinan al rincón que promete bendiciones. Muchos enfermos buscan un turno para que Ignacio, que sostiene la esperanza de la curación física, les dé una entrevista a solas.
Su fama empezó al mismo tiempo en que el papa Juan Pablo II les guiñaba el ojo a los sacerdotes carismáticos, a fines de los “80. Una década después, el fenómeno se propagó por el país y se hizo popular.
Ignacio fue declarado Ciudadano Ilustre por el Concejo Municipal de Rosario, se convirtió en el director general de la Cruzada del Espíritu Santo, abrió una escuela, un seminario, un dispensario y empezó a editar una revista, Compartiendo.
Hoy es, en los relatos que ya son ley en su ciudad, el conquistador de finales de cuentos de hadas para enfermos terminales, problemas económicos y dificultades para concebir.
“Dios obra a través de los sacramentos y, no tengo la menor duda, en el Padre Ignacio. Pero lo hace como a través de todos los sacerdotes”, equilibra desde el Arzobispado monseñor Emilio Cardelli, al ser consultado sobre el fenómeno de Ignacio. Enseguida aclara que Periés “trabaja hace muchos años en comunión con el obispo en la Arquidiócesis”, y que por lo tanto se somete a sus “orientaciones”.
-¿Pero es un cura sanador?
-No me consta. Sé que va muchísima gente, pero la Iglesia es muy prudente en este tipo de manifestaciones. Hacen falta muchos estudios para establecer eso.
Ignacio, cada vez que se lo preguntan, esgrime su respuesta que se repite como un replay interminable: “No despierto la fe sino el entusiasmo que existe dentro de cada uno. Es la gracia de Dios la que soluciona, al permitir descubrir en la persona su capacidad interior para salir adelante. Ayudo a despertar la fe. Si alguien se siente curado es por la gracia de Dios. El milagro existe cuando Dios obra en cada uno de nosotros”.