Alvear y Pinedo


Grandes figuras públicas.
Foto: Archivo El Litoral
Alvear y Pinedo


Grandes figuras públicas.
Foto: Archivo El Litoral
Rogelio Alaniz
Habitualmente se dice que en el mes de enero la política se va de vacaciones. Lo sucedido este año autoriza a pensar algo distinto, aunque no va a faltar quien diga que es la excepción que confirma la regla. En realidad los políticos de raza nunca dejan de hacer política, ni siquiera cuando están de vacaciones. Recuerdo a un conocido dirigente radical que luego de las insistentes presiones de su esposa había accedido tomarse unos días de descanso en Bariloche. Los dos primeros días se dedicó a caminar y pasear en bicicleta con ella. Al tercero la mujer empezó a notarlo nervioso, irascible; al cuarto día el hombre le anunció a la esposa que esa mañana se había reunido con unos correligionarios de Bariloche y para la noche habían organizado una cena donde él haría uso de la palabra. Para el resto de la semana estaban previstos otros actos en San Martín de los Andes y El Bolsón. No sé lo que dijo o pensó la mujer. Recuerdo que esa noche en el acto estaba sentada al lado del marido. Era una mujer educada y amable, pero la expresión de su rostro demostraba algo de cansancio y algo de resignación.
De todos modos, es verdad que la actividad pública en enero disminuye al mínimo. A veces esa monotonía se rompe con alguna novedad. Cuando esto ocurre, los periodistas corren agotados detrás de la inesperada noticia. Esto fue más o menos lo que ocurrió en la Argentina en enero de 1941, cuando las tapas de los diarios anunciaron con grandes letras que Federico Pinedo, el ministro de Economía del flamante presidente Ramón Castillo, había viajado en un avión privado a Mar del Plata para reunirse con el líder de la oposición, Marcelo T. de Alvear.
Don Marcelo veraneaba todos los años en Mar del Plata. Le gustaba pasar allí la temporada de verano. Durante su primera presidencia había iniciado la construcción de la mansión “Villa Regina”, nombre que le rendía homenaje a su esposa, Regina Paccini. En Mar del Plata, Alvear desarrollaba una intensa vida social. Los vecinos podían verlo a la mañana temprano o a la caída de la tarde caminar por Rambla, siempre vestido de elegante sport. Con los años su calvicie se había acentuado y sin los bigotes su expresión era más amable. Alto, elegante, sus modales eran los de un gran señor, pero ese gran señor había sido presidente de la Nación por el partido popular de entonces, la UCR.
Como era un caballero y un político de fuste aceptó reunirse con Pinedo, considerado por muchos como la “bestia negra” de la política conservadora, el responsable de las calamidades atribuidas al régimen conservador. La historia después probaría otra cosa o reconocería otros matices. Pinedo había sido una de las expresiones juveniles más lúcidas del Partido Socialista fundado por Juan B. Justo. Pertenecía a una familia patricia -el estudio jurídico de su padre era el más importante de Buenos Aires, sobre todo por la nacionalidad de sus clientes- pero por esas cosas de la vida, en su primera juventud había optado por el socialismo y tan en serio se tomaba su compromiso político que no sólo se jactaba de haber leído “El Capital” en alemán, sino de haber conocido a Rosa Luxemburgo y a las principales espadas del socialismo europeo.
Según lo describen quienes lo conocieron, era tan inteligente como pedante. Junto con De Tomaso, integraron la crème de la crème de la juventud dorada del socialismo de la década del veinte. En 1928 se fueron del partido de Justo y fundaron el Socialismo Independiente. Si en su primera juventud había escandalizado a la clase alta adhiriendo al socialismo; unos años después escandalizaría a la izquierda casándose por la Iglesia.
En Capital Federal, los socialistas independientes llegaron a ser mayoría. En 1930 fueron los animadores “por izquierda” del golpe contra Yrigoyen. No fueron los únicos. Alvear, desde París, hizo declaraciones tremendas contra su maestro, declaraciones de las cuales nunca dijo arrepentirse.
Los socialistas independientes jamás tuvieron buenas relaciones con Uriburu, pero sí con Justo. Cuando en noviembre de 1931 la Concordancia ganó las elecciones, Pinedo y De Tomaso fueron los grandes ministros de la coalición. Las trascendentes reformas económicas de los años treinta fueron promovidas por Pinedo. Como ministro alentó la creación de las juntas reguladoras, el Banco Central, las regulaciones cambiarias y, para sorpresa de progresistas, el impuesto a los réditos. Un liberal por formación y convicción planteaba la intervención del Estado y las regulaciones económicas para salir de la crisis. No sería su última herejía.
En 1936 Pinedo fue uno de los ministros que discutió con Lisandro de la Torre por el tema de las carnes. Cuando Ortiz pidió licencia para recuperarse de la diabetes y Ramón Castillo asumió la presidencia de la Nación, Pinedo fue nombrado una vez más ministro de Hacienda. En octubre de 1940 terminó de redactar su plan de reactivación económica.
Según los entendidos fue un programa económico audaz e innovador. A lo largo de su carrera pública Pinedo siempre defendió tres grandes principios: el desarrollo económico nacional, la adecuada integración internacional y un orden político interno republicano. Su plan contemplaba las nuevas relaciones de fuerza en el mundo y alentaba por lo tanto el alineamiento con los Estados Unidos sin dejar de sostener hasta donde fuera posible los acuerdos económicos con Gran Bretaña. La clásica triangulación económica iniciada durante la Primera Guerra Mundial se ajustaba a las nuevas condiciones, condiciones que incluían un proyecto de industrialización y la constitución de un espacio económico regional con Brasil que, para más de un crítico, anticipaba el Mercosur, Por último planteaba una estrategia para nacionalizar los ferrocarriles, un proyecto mucho más serio que la “piñata” nacionalista organizada por el peronismo a favor de los intereses británicos.
Lamentablemente, para los argentinos el plan de Pinedo no prosperó. Los radicales lo rechazaron y también lo rechazaron los conservadores. Fue una lástima. Se asegura con buenos argumentos que si esa iniciativa hubiera prosperado nos hubiéramos salvado del peronismo, pero en 1941 nadie estaba en condiciones de pronosticar el peligro que se avecindaba.
En principio se dice que a Alvear la propuesta le interesó, pero lo único que podía hacer era someterla a la evaluación del Comité Nacional de la UCR. A decir verdad, para esos meses las relaciones entre radicales y conservadores eran pésimas. Los radicales habían tenido algunas expectativas con el presidente Ortiz, pero su renuncia había permitido el retorno al poder de las conservadores más comprometidos con el fraude. La primera reacción de las principales espadas radicales ante la propuesta de Pinedo fue de rechazo. Honorio Pueyrredón, uno de los más moderados, sostuvo que hasta tanto el régimen no resolviera intervenir las provincias de Mendoza y Santa Fe, los radicales no iban a dialogar con los responsables políticos de la muerte de Risso Patrón en Santa Fe y Héctor Martens en Mendoza.
Por el lado conservador, Pinedo tampoco tenía todo el apoyo que hubiera deseado. Para 1940 más de un conservador miraba con simpatía al Eje, mientras que los neutralistas y liberales no compartían el acercamiento que Pinedo promovía con Estados Unidos porque para ellos el socio excluyente era Gran Bretaña. Digamos que la movida de Pinedo y Alvear carecía de consenso. Ni los conservadores, ni los radicales estaban dispuestos a tomar en serio un acuerdo político que sustentara un plan de reactivación económica que hubiera transformado a la Argentina y, hacia el futuro, habría impedido que llovieran tremendas desgracias.
Cuando los hechos se empecinaron en probar que sus palabras habían caído en saco roto, Pinedo presentó la renuncia, la cual fue aceptada en el acto. Alvear, mientras tanto, siguió lidiando en las internas radicales cada vez con más escepticismo. En marzo de 1942 se moriría sin darse el gusto de ver a la UCR una vez más en el poder. Para la misma época morían Justo y Ortiz. Un tiempo histórico llegaba a su fin y se abría un horizonte cargado de acechanzas y peligros.