Sin reservas disponibles

 

En sus irrefrenables apariciones públicas, que la exponen a un desgaste que es proporcional al uso y abuso del recurso comunicacional, la presidenta incurre en flagrantes contradicciones. Basta pensar en el constante minué en torno al Decreto de Necesidad y Urgencia, que, sin ninguna urgencia comprobable y a pocos días de clausurarse el período ordinario de sesiones legislativas, creó el Fondo del Bicentenario dejando de lado al Congreso.

Como se sabe, esa maniobra evasiva terminó mal, desencadenando una serie de conflictos institucionales que aún no ha concluido. Con el propósito de reflotarlo, ahora el oficialismo dice que los dineros de ese fondo serán empleados para mantener el nivel de actividad económica interna, el ritmo de ejecución de obras de infraestructura y la cobertura de necesidades financieras de provincias exánimes. Nadie parece recordar que el decreto en cuestión es muy preciso: los recursos del Fondo son para garantizar el pago de deuda externa. Pero qué importa, si todo da igual en esta Argentina indescifrable e imprevisible.

El altísimo costo de esta imprevisibilidad, que nos ha aislado del mundo y de la inversión externa, fue expresado por la misma Cristina en el recurrente discurso de los últimos días respecto del beneficio que le representaría al país recibir en préstamo los dineros “disponibles” del Central a una tasa casi simbólica. Ha dicho la presidenta que sería absurdo pagar tasas del 15 al 20 por ciento anual en dólares en los mercados internacionales cuando se puede obtener un préstamo casi gratis en casa.

Dicho así, el peso del argumento parece consistente, salvo que se examinen las palabras con mayor atención y exigencia técnica. Desde esa perspectiva, todo cambia. En primer lugar, los estudios serios coinciden en que no hay “reservas disponibles”, ya que las existentes no alcanzan a cubrir los pasivos reales y potenciales de la República Argentina.

En rigor, gran parte de esas “reservas” es la contraparte de la emisión de títulos de deuda pública con vencimientos en los próximos años. Si a ello se suman los créditos tomados a la fuerza en distintas cajas de entidades públicas, las cifras proyectadas de juicios radicados en el Ciadi por empresas extranjeras a las que se les rescindieron contratos y concesiones, la gigantesca masa de deuda conformada por más de 200.000 juicios iniciados por actualización de haberes jubilatorios (de acuerdo con la jurisprudencia de la Corte) y la deuda pendiente con bonistas externos, habría que multiplicar varias veces las reservas del BCRA.

La verdad es que no hay reservas disponibles y por eso, como dice la presidenta, si se tomaran fondos en los mercados externos, habría que pagar tasas del 15 al 20 por ciento. Ésas son, precisamente, las tasas que pagan los países con profundos descalabros económicos que los ubican al borde de la quiebra.