De domingo a domingo

¿Cómo convencer con prejuicios para que los empresarios inviertan?

 

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Tiene razón la presidenta: “Hay dos proyectos de país” y ha sugerido que sería bueno un debate, mientras una vez más apela a los empresarios para que la ayuden a enderezar un barco que se le escora.

El convite a la discusión encuentra al gobierno bastante debilitado tras las elecciones de junio y con el Congreso en franca rebelión, como para buscarle alternativas a un paquete cerrado al que es muy difícil perforar, un programa bastante primario que sirvió para la coyuntura y que ha perdido su pilar más emblemático, el superávit fiscal.

Un plan que, además, por estas horas no sabe qué hacer con el remanido dólar alto que le reclaman los industriales. Para hacer una descripción de las dificultades económicas que se derivan del proyecto oficial que defienden Cristina Fernández y su esposo, habría que desechar en primera instancia la teoría conspirativa que enarbolan muchos miembros de la oposición, que dicen que todos los errores de política económica se cometen adrede para dejarle el campo minado a quienes sucederán al matrimonio en el poder.

Fuera de este prejuicio, la situación parece indicar que hoy, el proyecto del fortalecimiento del consumo interno combinado con el cierre discrecional del comercio exterior, el asistencialismo furioso que se alienta junto a la mano inversora del Estado y el gasto galopante que se suele defender desde la Casa Rosada está en terapia más que intensiva, en situación casi terminal y en manos de las exportaciones de soja, a partir de las luces casi rojas que han encendido las tensiones inflacionarias crecientes.

Sin seguridad jurídica ni institucional

Además, a esta receta cortoplacista tantas veces probada y tantas veces fracasada en la Argentina que cierra con emisión, el kirchnerismo le ha agregado su propio estilo arrollador, de cuño populista y dramáticamente alejado del mundo, estilo que ha necesitado imponer, como dos anclas necesarias del proyecto que los Kirchner defienden con tanto ardor, la inseguridad jurídica y el desprecio por lo institucional.

Así, estos ingredientes han generado resultados alarmantes: desde hace mucho tiempo, la falta de inversión está haciendo derrapar al gobierno, no hay demanda de crédito, los dólares que tanto se promocionan como supéravit comercial se fugan por las ventanillas de la desconfianza y no existen casi proyectos serios de radicación de capitales.

Por ese motivo, las industrias apenas reponen los bienes que se deterioran, las reservas energéticas están en retroceso, el campo ha liquidado vacas y terneras y la educación pública se debate en retirada.

Aunque haya quienes prevén una recuperación del producto para este año que podría hacer sonreir al gobierno, las asignaturas pendientes en lo social son lapidarias, ya que hay cada día más pobres y trabajadores en negro, mientras el empleo formal está, al menos, estancado.

La concepción económica regente ha dado por hecho durante bastante tiempo que todo eso podía ser sustituido por la canilla fiscal, y las cosas estuvieron más o menos encaminadas mientras la bolsa estuvo medianamente llena de recursos y el gasto en subsidios estatales no se había espiralizado. Ahora, es todo al revés, campea el déficit, es imposible conseguir un dólar en los mercados internacionales, el canje nunca termina de salir y se necesita imperiosamente recurrir a las reservas del Banco Central.

Indec Pinocho

Además, se ha terminado de caer el velo, a partir de la suba constante de los precios, algo que las mentiras del Indec ya no pueden esconder. Al respecto, ha resultado patético observar durante la semana cómo los gremios y las empresas han comenzado a posicionarse en relación a la credibilidad de las mediciones oficiales y a la futura negociación salarial, de modo inverso a lo que se espera de cada uno de ellos.

El miembro de la UIA y ex ministro de la Producción, José Ignacio de Mendiguren, señaló con interesada bonhomía que no le parece que ahora haya un proceso de inflación estructural como en los años ‘80, mientras que el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, con el casco puesto, sigue sosteniendo que el mejor índice de precios es el que miden las amas de casa.

Tampoco el camionero se privó de sumar su opinión a la polémica sobre el modelo: “La industria más importante de un país es el consumo interno, el consumo masivo de los trabajadores, porque eso hace poner en funcionamiento a la economía”, sostuvo.

Este concepto de Moyano, que viene desde casi la prehistoria del peronismo, no toma en cuenta que los salarios nominales son siempre los que más sufren cuando se los come la inflación y que a menores ingresos hay mayor deterioro, a partir de un proceso como el actual que pone en segundo plano la inversión que se necesita para generar la necesaria oferta de bienes y servicios que equilibre el mercado, mientras endiosa, como él mismo, la demanda.

La misma presidenta acaba de rechazar las críticas hacia quienes “nos ocupamos de mantener una fuerte inversión por parte del Estado en la demanda agregada, para que la actividad económica siga creciendo”, mientras que aún se recuerda que la semana pasada había dicho que el problema de la inflación no es la expansión de dinero, ya que eso se opina en “rincones monetaristas”.

Anteojeras ideológicas

Todo un cóctel de definiciones que mantienen la incertidumbre en la futura marcha de la economía y a la nueva presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, bajo la lupa de los mercados. Al respecto, no todos creen que la ex titular del Nación cederá tan fácilmente a los eventuales pedidos de emisión del Ejecutivo y suponen que ocupará su tiempo en darle cosas periféricas a los Kirchner, como mucho activismo crediticio a tasas negativas, al que tampoco es ajena ideológicamente.

Además, Marcó del Pont deberá pasar por el examen de aprobación del Senado ahora nomás, en marzo, para completar el período de Martín Redrado y por otro en octubre, si es propuesta para un próximo período, lo que se descuenta a que aspira.

Con alguna perspicacia algo mayor a sus tajantes definiciones económicas, Cristina también ha señalado que “si realmente las ideas que nos proponen fueran mejores... y pudiéramos hacer mejor las cosas ¿por qué razón lógica no las haríamos? ¿De caprichosos, de tercos? Obviamente no, porque tendríamos más rédito político”, dijo.

Pero éste es otro de los problemas del discurso oficial que, mientras se opone al malestar creciente de la sociedad, a la que no logra recuperar, persiste en usar anteojeras ideológicas de difícil remoción.

En materia comunicacional, la presidenta y todo el gobierno en general tienen otro problema evidente, ya que están metidos en un brete de difícil solución: buscan desesperadamente cómo hacer para convencer, mientras que sus discursos, por saturación de conceptos y de imagen, llegan cada vez menos al gran público, salvo a los militantes más comprometidos.

Cristina genera al menos dos alocuciones por día para tratar de marcar, a través de la televisión, las bondades de sus políticas y gasta su figura en disquisiciones didácticas que indefectiblemente señalan que hay un complot en su contra, en el que los medios de comunicación tienen siempre alguna responsabilidad, más allá de que su pasión por improvisar a veces la deja mal parada.

Nada menos que para el Fútbol para Todos

Pero lo que no ha tomado en cuenta la presidenta -o no se lo han dicho- es que todo lo que diga o no se escucha, o bien no se cree, o se olvida. Que la palabra oficial está devaluada lo muestra el hecho de que Aníbal Fernández, quizás el político más aguerrido y el más hábil declarante que tiene hoy por hoy el gobierno, ha tenido en la semana múltiples problemas para explicar por qué usó fondos provinciales para pagar el llamado Fútbol para Todos.

El jefe de Gabinete no tuvo empacho en envolver con inconsistencias y chicanas al periodista Víctor Hugo Morales para terminar diciéndole que iba a reintegrarle el dinero a las provincias, tras las protestas de dos gobernadores, aunque no dudó en echarle la culpa a la “perversidad” del Grupo Clarín de una decisión que, con su firma, apareció en primicia en el mismísmo Boletín Oficial.

Al gobierno tampoco le gustó una portada de ese diario sobre los empresarios llamados “amigos del poder”, algo sobre lo que Cristina insistió varias veces durante la semana hablando sobre su honorabilidad y trayectoria, cuando allí se publicó que dos consorcios integrados por empresarios que habitualmente tienen contactos aceitados con la Casa Rosada se iban a presentar en la licitación de las represas santacruceñas Cóndor Cliff-La Barrancosa, aunque nada se dijo sobre otra denuncia del mismo diario sobre que Lázaro Báez, amigo de los Kirchner, había comprado estancias aledañas al complejo hidroeléctrico para, supuestamente, beneficiarse con la inundación de los terrenos.

Por último, cuando se abrieron las ofertas, aparecieron compitiendo tres consorcios y eso pareció darle algo más de transparencia a la operación, aunque es sabido que varios otros contratistas de obra pública de mayor data y envergadura, han decidido mantenerse al margen de la obra, pese a que involucra un contrato de U$S 15,4 mil millones.

La sombra de la sospecha hacia los medios también surgió en boca de la presidenta, tras haber consignado las manifestaciones críticas de algunos mandatarios provinciales, en relación a la suba del piso nacional para los docentes que recién comienzan su carrera en el orden de 23,4%, un porcentaje que las planillas oficiales que se enviaron a las provincias con las nuevas escalas se cuidaron de reproducir y que los diarios calcularon en sus tapas, algo sobre lo cual Cristina hizo un mundo, cuando dijo que a ella “nunca” le tocó vivir “tal nivel de disparate”.

Lo cierto es que haber explicitado el número ha complicado la defensa oficial de la baja inflación, mientras que los gremios docentes apuntan a trasladar a toda la escala una suba similar y los gobernadores que se quejan dicen que ellos no pueden atender dicho salto.

En el curso de esta semana, la presidenta intentará avanzar en todos estos temas con los empresarios y buscará convencerlos en dos frentes: que se acerquen a la CGT para que haya una suerte de convergencia salarial y para que se decidan a invertir de verdad y que no hagan como qué. ¿Cómo lograr que ambas cosas se encolumnen, ya que las restricciones que tiene el gobierno no le permiten ni siquiera acercarse a un discurso tan cautivante como el que escucharon los hombres de negocios hace diez días de la boca del ex tupamaro José Mujica? ¿Cómo convencerlos, manteniéndose en sus trece, respecto de un proyecto económico en franca declinación? ¿Qué ofrecerles a cambio de un nuevo apoyo? El método que se aplicó siempre en Santa Cruz es que un plato de lentejas no se le niega a nadie.