Mesa de café

No da lo mismo

 

Erdosain

Quito está enojado. Le han cortado la luz, se inundó en el barrio y le demoran la jubilación. Es mozo del bar desde hace más de treinta años y nunca ha tenido empacho en decir que siempre ha apoyado a todos los gobiernos militares. En los últimos años sus ídolos han sido Rico, Seineldín y Patti, pero si le obligaran a quedarse con uno, sin dudarlo lo elegiría a Patti.

Como está muy enojado, ayer se acercó a la mesa y lanzó un brulote contra políticos, civiles y militares. Para él todo son lo mismo. Curiosamente no dijo una palabra contra la Policía, porque como buen fascista -en realidad Quito no sabe qué es el fascismo, su fascismo es “espontáneo, tan espontáneo como el de un hincha de fútbol- considera que la institución más importante de la sociedad es la Policía y está convencido de que el mundo andaría mucho mejor si lo manejaran comisarios, y si son de la provincia de Buenos Aires, mucho mejor.

Marcial lo escucha despotricar, pero no abre la boca.

—Discutir con Quito es perder el tiempo -nos ha dicho a nosotros- además yo con los sirvientes no discuto -concluyó.

José dice que hay que respetarlo porque es un compañero trabajador. —Pero hay que explicarle que está equivocado -advierte.

—Eso es lo primero que hay que hablar -digo-, no da lo mismo un gobierno civil que uno militar; ponerlos a todos en el mismo plano es legitimar a los militares y reconocerlos como autoridad política.

—Quito carece de capacidad reflexiva; es como un animalito -reflexiona Abel-, pero su coherencia es asombrosa. No se equivoca nunca. Siempre está con la extrema derecha.

—Como su mundo es muy pequeño y muy pobre no tiene otra alternativa que ser coherente -agrego.

—Es que la contradicción es propia de la cultura, de la inteligencia; los primates no tienen contradicciones, son primates, carecen de esa jactancia de los intelectuales que es la duda -como le gustaba decir a Rico.

—Sin embargo yo sigo creyendo que el pueblo nunca se equivoca -señala José.

—No sólo que se equivoca, sino que se equivoca casi siempre -responde Marcial-. Quito es el ejemplo típico de esas subculturas populares fundada en los prejuicios, el autoritarismo y una inmensa cuota de resentimiento.

—Yo creo que porque haya dicho que da lo mismo un gobierno militar que uno civil no se pueden arribar a conclusiones tan terminantes.

—Nosotros no arribamos a conclusiones terminantes; el que establece conclusiones terminantes es él -digo.

—Pero lo que es cierto es que hay problemas en la sociedad que se reproducen con cualquier gobierno -dice José empeñado no en defender a Quito sino a su visión peronista del “alma popular”.

—Problemas hay siempre, y puede que en una democracia haya más problemas que en una dictadura. Lo que sucede -explica Abel- es que en una democracia somos todos responsables para bien o para mal, mientras que en una dictadura somos todos menores de edad y el único responsable o, según se mire, irresponsable, es el déspota.

—Pero Quito no dice que los militares son mejores que los civiles, dice que son todos iguales -replica José.

—Es un error político y una falsedad histórica. La Argentina no es igual que hace cincuenta años. Hubo cambios buenos y malos, y por lo tanto ningunear los hechos bajo el argumento de “da lo mismo” es una manera perversa de rendirle homenaje a los autoritarios. Hoy la estrategia de los autoritarios no es defender el autoritarismo, sino en desprestigiar a la democracia -digo.

—No comparto -dice Quito, que acaba de acercarse a la mesa para servir la última vuelta de lisos de la tarde.