AL MARGEN DE LA CRÓNICA

Cristinismos

 

Comparar los goles con los secuestros y torturas durante la dictadura; asimilar los placeres de la carne (de “cerdito”) con la virilidad química del sildenafil; denunciar apocalípticamente conspiraciones desestabilizadoras; dividir y antagonizar una sociedad en dos frentes, el propio y el enemigo (“piquetes de la abundancia” versus “consumidores rehenes”), confrontar desde la chicana sin recatos, han sido los rasgos discursivos característicos de la presidenta Cristina Fernández.

Lo interesante, más allá del alto impacto mediático de sus declaraciones y de las adhesiones y los rechazos que ellas despiertan, son las estrategias discursivas empleadas, la composición de los mensajes y los efectos semánticos buscados. El discurso presidencial de Cristina, el “cristinismo” discursivo, ya es casi un género en sí mismo, para bien o para mal. Y merece el siguiente esbozo en una pretendida aproximación a su análisis.

En sus mensajes públicos, la presidenta usa y abusa sistemáticamente del “yo”, forma pronominal que devela ese súper-yo político del hiperpresidencialismo enquistado en la conciencia de la clase dirigente argentina. Segundo, la escasa utilización de conceptos “abstractos” -tales como Nación, República, Democracia, etcétera- es reemplazada por expresiones más tecnocráticas y burocráticas (“obras”, “proyectos”, “millones de inversión”, “gestión”), propias de la ejecutividad y del pragmatismo.

La potencialidad objetiva del mensaje está en el siempre presente balance de actuación (“se hizo esto, eso y aquello”). Y la potencialidad subjetiva es la metáfora y la comparación, recursos por lo general utilizados inoportunamente (tal el caso de los goles y la dictadura), pero que por la espontaneidad y el protagonismo enunciatario despiertan un efecto multiplicador en los medios.

Luego aparece la confrontación sistemática: aquí los subjetivemas (rasgos con una deliberada aunque implícita carga de valoración, positiva o negativa) delimitan la trinchera; el fogoneo de las armas lo dan las imputaciones descalificatorias hacia “los otros”, o “ellos”, o los “enemigos” (Clarín y sus generales multimediáticos, los señores dueños del campo, la oposición destituyente). Los eufemismos refuerzan la potencialidad subjetiva en el subsuelo ideológico de la plataforma discursiva.

Somos puro discurso. El discurso forma y deforma, construye o destruye. “Cuida bien tu mensaje o serás devorado por él”, decía un viejo semiólogo. Y el discurso de Cristina Fernández aparece con el significante vacío y los significados llenos de nada, sin los “filtros” semánticos que exige la institucionalidad republicana, sin ese gris necesario (llamado mesura) que concilie entre los extremos de lo blanco y lo negro. Con el diálogo republicano fracturado a pocos meses del Bicentenario de la Nación, urgen la moderación y el respeto.