Tribuna de opinión

La resistencia

La resistencia

Los niños y a los jóvenes son los nuevos sujetos-objetos del mercado. La mejor trampa del liberal-capitalismo es habernos hecho creer que no hay otra forma posible de vida fuera de la lógica del consumo.

Foto: Archivo El Litoral

 

Susana Squeff

Los que tenemos más de cincuenta años, a poco de mirar el mundo y reflexionar sobre él, tomamos conciencia de que éste ya no es nuestro mundo.

Nos cuesta comprender la lógica de funcionamiento de las relaciones humanas; no podemos descifrar los nuevos códigos comunicacionales que manejan con destreza los más jóvenes; hemos hecho todos los esfuerzos por mantenernos con los ojos bien abiertos para adaptarnos a los cambios tecnológicos pero debemos leer con voracidad infantil todos los manuales de uso y, aun así, no pasamos de ser unos usuarios más o menos mecánicos de computadores, teléfonos multifunciones, equipos de audio sofisticados, cámaras fotográficas a las que se les sonríe y se disparan... En fin: hemos tratado de adaptarnos pero precisamente en esa adaptación se refleja que no somos los sujetos a los que están dirigidas todas las mercancías que alborotan a los niños y a los jóvenes, porque ellos sí son los nuevos sujetos-objetos del mercado.

Cada tanto, nos surge una cierta melancolía, como una baba nostalgiosa que sigue derramando el mundo en el que nos formamos. Pero, urgidos por el mandato de no estar fuera de época, volvemos rápidamente al relativismo, al dejar hacer, al dejar pasar, porque, como decían los mercantilistas, el mundo se arregla solo. Y aquí aparecen dos cuestiones: ¿necesita arreglo el mundo?, y si así fuera, ¿quiénes están en condiciones de decir cómo se arregla? ¿qué significa arreglar el mundo? ¿volver a alguno de los viejos dogmas? ¿reconstruir un sistema de valores que, de algún modo complejo y oscuro está en la génesis de este presente? No parecería, en este aparente caos atravesado por pulsiones contradictorias, que se pudiera acceder a una alternativa dialéctica. La filosofía ya ha demostrado que la síntesis de dos contradicciones no es un Uno nuevo, sino la cooptación de una de aquéllas por la otra. La bonita elaboración hegeliana, por la cual nos creímos que la dialéctica del amo y el esclavo desparramaba una cierta lírica justiciera (el amo es en tanto hay un esclavo que lo constituye y viceversa), elaboración corregida y aumentada por Lacan (la mirada de un Otro constituye lo Uno), no sirve ya para dar cuentas de este presente que nos acosa.

No digo nada nuevo (como diría Foucault, es casi repetir banalidades) si menciono los más de mil millones de personas hambreadas en el mundo, o el daño que el desarrollo liberal-capitalista le ha hecho al planeta, o, lo que es más grave aún, las formas solapadas o explícitas de esclavitud que se viven en el siglo XXI, para ejemplificar que no existe síntesis posible con estas reglas de juego.

En fin: en el miasma pos-posmoderno (¿existió la posmodernidad?), y como decía mi madre, “no queda títere con cabeza”.

Sólo nos queda, sí, resistir, porque, como nos enseñó Nietzsche, hay que saber conservar el pesimismo de la inteligencia junto con el optimismo del ánima.

¿Qué implica resistir? Me atrevería a decir que, en primera instancia no aceptar todo como “dado”. Hay infinidad de cuestiones cotidianas que podemos modificar a pesar del discurso dominante. Por ejemplo, no cruzar de vereda si, al anochecer, viene un muchacho de apariencia marginal en sentido opuesto al nuestro, porque no creo equivocarme si digo que uno de cada mil o más, puede tener intenciones de delinquir.

En segundo lugar, no aceptar cualquier conducta porque “cada uno es como es”. Y no me refiero a la libertad de elección de cada uno para elegir el modo en que vive su vida, sino a aquellas decisiones irresponsables que terminan produciendo algún daño a otros. Hay un diálogo maravilloso entre padre e hija en el final de “Dogville”, la película de Lars Von Triers, acerca de la altanería que implica el perdonar todo, el justificar todo, sea lo que sea y venga de donde venga. El relativismo de nuestro tiempo tiene mucho de altanería (y de descompromiso, agregaría).

Por último, aprender a decir no a lo que nos ofrece el mundo de los deseos artificiales para poder recuperar nuestros deseos más profundos. Así como la mejor trampa del diablo es habernos hecho creer que no existe, frase que recuerdo de una película también (aclaro que no creo en Dios y mucho menos, si eso fuera posible, en el diablo), la mejor trampa del liberal-capitalismo es habernos hecho creer que no hay otra forma posible de vida fuera de la lógica del consumo que nos impone el mercado.

Finalmente, no creo que haya mejor forma de resistir que sostener o recuperar la más profunda libertad de elección que es la que nos posibilita construir alguna forma de verdad por fuera de la que nos indica el “Gran Hermano”.