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“Fantasmas”

Los fantasmas son muertos a quienes alguna obsesión ata a la tierra: sus restos insepultos o una venganza, la maldad o el resentimiento, la culpa o la impetración por indulgencias. Se aferran a ciertos lugares con uñas y dientes, y sus nebulosas presencias son capaces de esgrimir cualquier arma sensible, desde el estrépito de cadenas entrechocándose al hedor y al frío. La literatura ha sabido darle innumerables formas elocuentes

Pero a esta visión estricta del fantasma es posible sobreponer una más amplia y que mejor atañe a nuestra época incrédula de espíritus: El fantasma es lo perdido (como la sombra que deja de acompañar al Peter Schlemihl, de von Chamisso). Y aún más: fantasmal es el pasado, a condición de haber a su manera llevado al máximo su condición de singularidad cuando fue presente, de manera que con el transcurso del tiempo fue enriqueciéndose de espectralidad y de misterio. Como en esta descripción que aparece en un cuento de fantasma de Edith Wharton: “La casa era demasiado vieja, demasiado misteriosa y estaba demasiado inmersa en su propio pasado secreto para que su pobre y pequeño presente se acomodase a ella sin dificultades”. De esa tensión entre un pasado cargado de grandeza (esplendor o tragedia, poco importa) y un presente anodino, incauto o frívolo surge la gran vertiente más actual del género, la de lo fantasmal irrumpiendo en lo cotidiano, en lo cotidiano visto como fantasmal al quitarnos las anteojeras de la alienación. Como sentencia un personaje en el cuento de E.T.A. Hoffmann presente en la antología que comentamos: “Ciertamente comparto la viva sensación de que el efecto más aterrador de la historia reside en su sencillez. Me imagino que yo podría resistir al susto repentino causado por una aparición terrorífica. En cambio, un ser invisible, cuyas acciones siniestras afectan los sentidos exteriores, indefectiblemente me volvería loco. Recuerdo que apenas pude resistir al más profundo horror y como un niño ingenuo y atemorizado no lograba dormir solo en mi habitación, cuando leí acerca de un viejo músico a quien durante mucho tiempo persiguió un fantasma que casi lo empujó a la más aguda demencia. Pues por las noches un ser invisible tocaba en su piano composiciones con la fuerza y la presteza de un consumado maestro. El músico oía cada nota, veía cómo las teclas eran oprimidas, cómo temblaban las cuerdas, pero no había ni la menor huella de una persona”.

Los fantasmas pueblan la literatura del Oriente; en la occidental se han rastreado en la antigüedad ectoplasmas en una farsa de Plauto y, sobre todo, en una carta de Plinio el Joven, notables antecesores de la irrupción masiva de espectros que finalmente engalanarán los relatos góticos, del Romanticismo, culminando en la invocación más inquietante (cierta e incierta a la vez) de los cultores del género en Inglaterra, con Henry James como cima.

Eduardo Berti ha compilado un grupo de relatos fantasmagóricos, que van de la célebre Epístola 7, de Plinio el Joven a los autores de la época de oro del género (Joseph Sheridan Le Fanu, M.R. James, Ambrose Bierce, Rudyard Kipling) de manera que las sorpresas y escalofríos son muchos y variados. El volumen se titula “Fantasmas” y fue editado por Adriana Hidalgo.

Cabe acotar que el libro mismo cuenta con un fantasma, adolece de un fantasma magnífico, que brilla por su ausencia, ya que en la contratapa se promete un cuento de la gran Edith Wharton que ojalá, lector, en tu ejemplar se haga presente.

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