Kafka y su báculo

Por Natalia Rosen

“Galaxia Kafka”, antología compilada por Edgardo Cozarinsky. Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires, 2010.

La lista de precursores de Kafka (cuyo puntapié dio Borges, anotando apenas algunos nombres) es larga (con Robert Walser a la cabeza, maestro que no pocas veces supera a su inmenso discípulo); la de sus continuadores se confunde con el número de escritores que le sucedieron. Sólo la ignorancia o la ceguera podría explicar que un escritor posterior a Kafka no haya sido seducido y transformado por su obra. En “Galaxia Kafka”, Edgardo Cozarinski compila algunas de esas huellas; algunas precursoras, como una parábola del rabino Nachman de Breslov, o un cuento de Hawthorne; o postreras, como Singer o Hrabal. Entre los autores de nuestra lengua figuran, entre otros, Santiago Dabove, Virgilio Piñera, Julio Cortázar y J.R. Wilcock.

La compilación incluye textos que directamente aluden a Franz Kafka. Otros profetizan o recuerdan lo kafkiano, ese dispar conjunto de elementos estilísticos y semánticos que conforman su obra. Así, Guy Davenport elabora la anécdota que la última compañera de Kafka, Dora Diamant, habría contado a algunos amigos. Cozarinsky la resume así: “Un día de otoño de 1923, Franz y Dora paseaban por el parque de Steglitz, en Berlín, cuando vieron a una niñita que lloraba porque había perdido su muñeca; el escritor la consoló diciéndole que la muñeca había partido en un largo viaje y que le escribiría cartas; al día siguiente, en el mismo parque, le entregó la primera. El ritual se prolongó durante tres semanas. El episodio fue recogido en uno de los libros de Max Brod sobre Kafka, posteriores a su biografía pionera; según el amigo y albacea, Kafka, después de un tiempo de escribir, habría comprado una muñeca nueva para la niña”.

Párrafo aparte merecen las presentaciones que Cozarinsky ejercita para cada uno de los autores presentes en la compilación. Del ya citado autor estadounidense Guy Davenport, verbigracia, recuerda: “En 1992, al reseñar una biografía de Hawthorne, Davenport pareció hablar de sí mismo al escribir: “Aprendió muy temprano a vivir en su imaginación, aunque también tuvo el don poco frecuente de vivir sensatamente en el mundo práctico, tomándose su tiempo con paciente desconfianza’. Lo que nunca aprendió fue a conducir un automóvil, cosa anómala en los Estados Unidos. Publicó su ira cuando le pidieron su driver’s license para otorgarle un pasaporte: “Como no tengo ninguna revolución racional que ofrecerles, sugiero, por el gusto de hacerlo, optar por la erewhoniana. Rescaten su cuerpo del cautiverio del automóvil; rescaten su imaginación del aparato de televisión; rescaten su riqueza del barril sin fondo del Congreso y su gasto demencial; rescaten sus habilidades manuales de los fabricantes; rescaten sus mentes de los argumentos de necesidad y de los mercaderes del miedo y el prejuicio. Rescaten la paz de la guerra perpetua. Rescaten sus cuerpos: son suyos”.

De Virgilio Piñera, el autor cubano de quien transcribimos en estas páginas uno de los cuentos presentes en “Galaxia Kafka”, Cozarinsky nos recuerda esta sentencia certera: “Kafka no es otra cosa que un literato que da fe de la marcha del mundo. Ahora bien, este dar fe no tiene ninguna verificación teológica, ética o filosófica. Se verifica estrictamente por medios puramente literarios, es decir, mediante enormes arquitecturas de imágenes”. Unido especialmente a la Argentina (donde colaboró en la loca traducción colectiva de “Ferdydurke”, de Gombrowicz), no fue un autor tolerado por la dictadura castrista. “Es famoso el episodio, relatado por Juan Goytisolo y Guillermo Cabrera Infante, en que Ernesto “Che’ Guevara, al encontrar un libro de Piñera en la embajada cubana en Argel, lo arrojó por el aire exclamando que ese maricón no tenía lugar allí”.

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Franz Kafka.

Foto: Archivo El Litoral.

Dibujos de Franz Kafka.

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