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“Diálogo sobre el poder”

El 8 de junio de 1953, Carl Schmitt envió a la radio de Hessen un diálogo entre un joven estudiante y él mismo. El tema está sintetizado en el título: “Diálogo sobre el poder y el acceso al poderoso”. El poder era un tema del cual Schmitt se había ocupado en numerosas ocasiones. Incluso en los juicios de Nüremberg, donde se había visto obligado a testimoniar, había descripto detalladamente “la concentración extrema de todo el poder en las manos de Hitler” y la cuestión del acceso al poder.

Jurista del Estado alemán y militante del Nacionalsocialismo, fue colaborador en altos cargos hasta ser desplazado por la S.S. De 1945 a 1947 estuvo en un campo de prisioneros. Sus aportes en el campo de la ciencia política se han ido valorando cada vez con mayor interés en las últimas décadas. En el diálogo que nos ocupa, un joven que el propio Schmitt define “sin experiencia” y un hombre mayor “experimentado” “hablan del problema del poder; problema complejo cuyo tratamiento se ha tornado aun más complejo y más difícil de explicar en virtud del extraordinario desarrollo de los modernos instrumentos de poder... No se trata de un diálogo al estilo de Platón”.

Podríamos resumir el desarrollo del diálogo individualizando los siguientes subtemas: El hombre no es lobo ni Dios; El consenso genera poder/ El poder genera consenso; La antesala del poder y el problema del acceso a la cima; El poder en sí mismo, ¿es bueno, malo o neutro?; El poder es más fuerte que la bondad, la maldad o la neutralidad del hombre.

En su brevedad (su lectura radial contemplaba la duración de una hora) el texto está lleno de sentencias reveladoras y dignas de meditación. Transcribamos algunos ejemplos:

Citando a San Pablo y la epístola en que sostiene que “Todo poder proviene de Dios” y al Papa Gregorio Magno, Schmitt escribe: “Lo dice san Gregorio Magno: sólo la voluntad de poder es mala, pero el poder en sí mismo es siempre bueno... Es curioso que la teoría del poder malo se haya difundido precisamente a partir del siglo XIX. Habíamos pensado que el problema del poder se solucionaría o en todo caso se mitigaría si dicho poder no proviniera de Dios ni de la naturaleza, si fuera algo que los hombres acordaran entre sí. ¿A qué debe temerle entonces el hombre si Dios ha muerto y el lobo ya no espanta ni siquiera a los niños? Pero es precisamente a partir de la época en que parece completarse esta humanización del poder -a partir de la Revolución Francesa- que se difunde de manera irresistible la convicción de que el poder en sí mismo es malo. La sentencia Dios ha muerto y la otra sentencia El poder es malo en sí mismo proceden de la misma época y de la misma situación. En el fondo ambas afirman lo mismo”.

Y también: “Sería un éxito enorme si pudiera lograrse que el verdadero poder apareciera, público y visible, en la escena política. Al poderoso, por ejemplo, le recomendaría que nunca se presentara en público sin los atributos ministeriales o la vestimenta correspondiente. A quien no tiene poder le diría: no creas que eres bueno tan sólo porque no tienes poder. Y si la carencia de poder le causa sufrimiento, le recordaría que la voluntad de poder es tan autodestructiva como la voluntad de placer o la de poseer otras cosas que saben a más. A los miembros de una asamblea constituyente o consultiva los exhortaría a tener en cuenta especialmente el problema del acceso a la cima, para que no crean que les sería posible organizar el gobierno de un país siguiendo un modelo, como si fuera una tarea que conocen desde hace mucho tiempo”. Publicó Fondo de Cultura Económica.

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