Carne y soja, el mismo modelo

Mariano Beristain

Buenos Aires Económico

La distribución de la renta agrícola, el abastecimiento del mercado interno y la ausencia de una política agroindustrial coherente siguen siendo los elementos que dominan el escenario común que se esconde detrás de la pelea por el precio de las carnes y la sojadependencia. Mientras no haya consensos básicos, esta discusión corre el riesgo de paralizar el desarrollo de un sector económico estratégico.

Veamos: los sujetos agrícolas más conservadores que anidaron el concepto del capitalismo sin reglas siguen creyendo y sosteniendo que el sector debe aprovechar en toda su expresión la suba de los precios internacionales, sin tomar en consideración al resto de la sociedad. Dentro de esta cosmovisión, la tierra y el soporte físico y educativo que hacen posible la producción, agregado de valor, comercialización y exportación de los productos agroindustriales son independientes de la política económica. Paradójicamente estos mismos actores recogen y reclaman los beneficios de un tipo de cambio competitivo, las compensaciones que otorga el Estado, la inversión en infraestructura y el aporte clave de algunas entidades como el INTA y el SENASA. También exigen créditos blandos y preferencias impositivas cuando la sequía, las heladas o las inundaciones afectan sus negocios o se produce una caída de los precios internacionales que afecta su rentabilidad.

Esta cosmovisión liberal determina hoy por qué la soja ocupa las tres cuartas partes de la tierra cultivables: desapareció la rotación que asegura la sustentabilidad del negocio agrícola, cayó la oferta vacuna y se redujo la cosecha de girasol. Pero lo que es más grave, el arrastre de esta visión también explica porque la Argentina mantiene un alto grado de “primarización” de sus productos agrícolas y cada vez está más lejos de Australia y Nueva Zelanda.

Esta incapacidad ideológica que los enfrenta con el rol del Estado les impide negociar y hacer concesiones básicas para garantizar un precio más bajo en los cortes populares de carne y la materia prima que incorpora valor a cambio de una política de largo plazo con metas y compromisos para cada uno de los sectores.

Del otro lado, el Gobierno también mostró una inhabilidad evidente para elegir a sus socios y fijar reglas de juego claras para toda la agroindustria.