“Los hombres que no amaban a las mujeres”

Una cacería policial a los demonios del alma

Una cacería policial a los demonios del alma

Una pareja inesperada: la hacker Lisbeth Salander (Noomi Rapace) y el periodista Mikael “Kalle” Blomkvist (Michael Nyqvist), unidos por un crimen de hace 40 años.

Foto: Archivo El Litoral

 

Ignacio Andrés Amarillo

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El sueco Stieg Larsson revolucionó el mercado editorial con la denominada trilogía Millennium (se habla de 15 millones de ejemplares vendidos en el mundo), con la que para muchos revitalizó el género policial, algo alicaído en estos tiempos dominados por la policía científica (téngase como muestra el éxito de la franquicia televisiva CSI y sus sucedáneos). Quiso la historia que este periodista insomne, fumador y degustador de comida chatarra muriese en 2004 de un infarto al subir una escalera, poco tiempo antes de la publicación del primer tomo de la trilogía: un destino propio de uno de sus personajes.

Ante el fenómeno, en su país se decidieron a llevar los libros a la gran pantalla, destino habitual para cualquier best seller: así, Niels Arden Oplev se encargó de “Los hombres que no amaban a las mujeres” (filme que hoy nos ocupa), mientras que Daniel Alfredson se puso simultáneamente al frente de las dos secuelas: “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” y “La reina en el palacio de las corrientes de aire”.

La pesquisa

El relato comienza cuando el periodista Mikael “Kalle” Blomkvist (un guiño: el niño detective Kalle Blomkvist es un personaje de la escritora sueca Astrid Lindgren, autora de “Pipi Calzaslargas”) pierde un juicio contra un poderoso empresario, que le costará tres meses de prisión, mucho dinero y su credibilidad: todo indica que ha sido víctima de una trampa.

Mientras tanto, es investigado por una empleada de una firma de seguridad: se trata de la hacker Lisbeth Salander, una rara chica de 24 años con imagen punk, actitud introvertida-agresiva y muchos tatuajes y piercings. Abusada por el tutor que el Estado le ha puesto para vigilar su libertad, se presume que no es la primera vez que sufre a manos de los hombres.

Quien ha contratado la vigilancia es Henrik Vanger, un anciano empresario que finalmente decide emplearlo para investigar la desaparición de su sobrina Harriet, 40 años atrás, en el marco de una reunión familiar en la isla donde viven varios de sus parientes. La clave: la isla estuvo cerrada ese día, así que el asesino tiene que ser alguien que estaba allí, alguien de la familia.

Así, el periodista aprovecha para salir del revuelo del juicio en Estocolmo y decide instalarse en la isla para investigar el caso, en los seis meses que tiene antes de presentarse en la cárcel. Ante un atolladero, y mientras resuelve su vida a su manera, Lisbeth tomará contacto con Mikael, con dos consecuencias: un giro en la investigación y la conformación de una dupla despareja que se consolidará más allá de la pesquisa.

Parecerá que hemos contado mucho, pero no: en las dos horas y media del filme habrá una sobreabundancia de información, aunque cuidadosamente dosificada, por lo que el tiempo se pasa volando y el espectador queda atornillado a la butaca, esperando saber qué nueva vuelta de tuerca traerá aparejada la historia.

La chica dragón

Oplev maneja adecuadamente los ritmos, relatando las dos historias paralelas al principio y generando la paulatina tensión cuando la trama comienza a tomar rumbo.

Pero, sin duda, uno de los puntos fuertes son los personajes, un legado del fallecido novelista. Blomkvist es esencialmente un buen tipo: periodista un poco justiciero, tiene un historial limpio, salvo por un divorcio desde el cual no maneja. Siempre dispuesto al renunciamiento, leal, no duda en apasionarse con el caso planteado. Michael Nyqvist no tiene así problemas en meterse en la piel de este cuarentón bebedor de café que cualquiera querría contar entre sus amigos.

En el otro extremo está Lisbeth: antisocial, irascible, sufrida, bisexual, fumadora compulsiva, con memoria fotográfica, resistente al amor, inteligentísima, implacable, oscura, fuerte y frágil a la vez. Cualquier alma sensible no dudaría en enamorarse perdidamente de este ángel caído a la espera de redención, interpretado con particular soltura por Noomi Rapace: hay allí una carrera internacional incipiente para esta chica de cabello corto y mirada dura.

Hasta Mario Vargas Llosa cayó en las garras de la pequeña criatura, algo que plasmó en su artículo “Lisbeth Salander debe vivir”, en el que decreta su ingreso al panteón de los grandes personajes. También fue considerada por algunos como un nuevo paradigma feminista, algo que tal vez no sea casual: fue otro escandinavo, el noruego Henrik Ibsen, el creador de otro ícono de la liberación femenina, Nora Helmer (protagonista de la obra “Casa de muñecas”). Salvando las insondables distancias, Nora y Lisbeth tienen en común el haber tomado en sus manos el rumbo de sus vidas, habiendo sido manejadas (como muñecas) por hombres que no siempre amaban a las mujeres.

En carne viva

Los detractores de la saga literaria (hoy cinematográfica) se quejan del mundo cruel que refleja: uno donde no se puede confiar ni en los padres, ni en la justicia, en donde el sexo toma la forma de la violencia. Tal vez sea así, pero no exagera demasiado algunas situaciones del mundo contemporáneo. Pero es también un mundo que ofrece la posibilidad del encuentro entre las almas, donde la vida sigue teniendo valor. Donde tal vez uno tenga la posibilidad de invitar a unas copas a un tipo digno como Kalle Blomkvist, sólo para preguntarle cómo logró asir, aunque sea por un instante, las alas de una mariposa de la noche como Lisbeth Salander.


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MUY BUENA

“Los hombres que no amaban a las mujeres”

“Män som hatar kvinnor” (Suecia, 2009, color; hablada en sueco). Dirección: Niels Arden Oplev. Con Michael Nyqvist, Noomi Rapace, Lena Endre, Sven-Bertil Taube, Peter Andersson, Ewa Fröling. Guión: Nicolaj Arcell y Rasmus Heisterberg, sobre la novela de Stieg Larsson. Fotografía: Eric Kress. Música: Jacob Groth. Edición: Anne Osterud. Duración: 151 minutos. Calificación: sólo apta para mayores de 16 años.