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“El otro Bicentenario”

En “El otro Bicentenario”, Gustavo NG, Néstor Restivo y Camilo Sánchez compilan doscientos hechos que no hicieron patria. Como ellos mismos puntualizan, se trata de una “compilación de hechos que quizá podrían haberse evitado y que terminan conformando ese clima tan inefable que llamamos, de apuro, la argentinidad. Por eso es un ecléctico itinerario que ha buscado -en lo posible- la empatía y no el lamento, el golpe de humor y no la queja, la perplejidad ante una tendencia y no la bajada de línea”.

Del caso Barreda (Y una de las tantas bromas: “Con las hijas se le fue la mano”), a la pesadilla del corralito en 2001 (y el caso del jubilado Norberto Roglich que fue al banco con una granada lista para ser detonada a menos que le devolvieran su plata robada por el “corralito”. “Roglich cobró su dinero, lo llevó a su casa y horas después lo fue a buscar la Justicia. El dinero ya no estaba allí”). Del suicido del doctor René Favaloro (y la transcripción de su última patética carta) a la obra conceptual con que Federico Peralta Ramos decidió gasta su beca Guggenheim, pagando una cena millonaria (“Leonardo pintó La última cena; yo la di”, sentenció).

Se cita el caso del escandaloso rechazo (¡en 1963!) del Museo Nacional de Bellas Artes de la donación de un conjunto excepcional de cuadros del genial Cándido López

Entre tantas historias vergonzosas y vergonzantes están algunas actuales, como la del mentiroso Indec de Guillermo Moreno.

Se relata la historia de las 25 parejas de castores que la Armada Argentina liberó en Tierra del Fuego, esperando que se reprodujeran y atrajeran la caza peletera. Las parejitas se reprodujeron con harto éxito, pero al no tener enemigos no desarrollaron las toxinas que hacían sus pieles preciadas, y ahora son una plaga espantosa.

O la censura al humorista Mario Sapag por imitar a Borges, ya oráculo nacional. Hubo voces diciendo que había sido el propio escritor quien lo denunciara. Los periodistas corrieron al célebre departamento de calle Maipú. Resultó que Borges no sabía quién era Sapag. “¿Se quedó sin trabajo?”, preguntó Borges. “Pobre hombre. ¿Le pueden mandar saludos de mi parte? Y disculpas: con el esfuerzo que se habrá tomado para copiar mi manera torpe de hablar”, se lamentó.

O la primera censura en democracia, cuando en 1992 la jueza María Romilda Servini de Cubría presentó una demanda porque un personaje de Tato Bores se preguntaba en un futuro 2492 sobre los rastros de la Argentina, y de que gran cantidad de dinero debían ser sesenta pesos, “ya que era la cifra de la sanción a la jueza por mal desempeño en el escandaloso caso Yomagate”.

O el caso de Ronald Richter, el alemán contratado por Perón para desarrollar la energía atómica en el país en el Centro Huemul, en Bariloche. Un bochorno rotundo y loco que fue desactivado en 1952. Una compilación, en suma, de memorables desaciertos argentinos. Publicó Aguilar.

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