Rosas y la suma del poder público

Rogelio Alaniz

El lunes 13 de abril el diario inglés The British Packet lo describe como “un bello día otoñal”. Las crónicas hablan de una mañana de sol en una Buenos Aires engalanada de rojo punzó para celebrar la asunción de Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires. En realidad, Rosas es el poder efectivo y real de Buenos Aires y la Confederación desde 1829, pero jurídicamente hablando la suma del poder público, la concentración del poder en su persona, se formaliza el 13 de abril de 1835.

Los actos de asunción de ese día daban cuenta, con su singular puesta en escena, del nuevo tiempo político que se avecinaba. Las multitudes salieron a la calle a vivar a Juan Manuel. El carruaje que lo trasladaba fue tirado a pulso por los bravos federales. Los balcones de las casas del centro estaban colmados de gente que saludaba el desfile de los soldados. El color que se imponía a la vista era el rojo, rojo en las chaquetillas de los soldados, rojo en las cintas usadas por hombres y mujeres, rojo los chalecos y, en más de un caso, rojo los pantalones y las mantillas. El retrato del Restaurador estaba en todas partes, en los frentes de las casas, en los edificios públicos, incluidos el teatro y los templos de la Iglesia Católica; la consigna “Viva la Santa Federación, mueran los salvajes unitarios” ya está incorporada al folclore rosista. Los muchachos de la Mazorca desfilan amenazantes luciendo orgullosos sus bigotes y patillas federales; también sus puñales justicieros. Más discretos pero más obsecuentes también desfilaban los señores de la Sociedad Popular Restauradora, institución integrada por los poderosos estancieros de la provincia.

A primera hora de la noche hubo una gran función de teatro con un escenario donde lo que más llamaba la atención es el enorme retrato del Juan Manuel; más tarde se celebró un gran baile en el que las damas de la sociedad porteña y los grandes bonetes del federalismo compitieron en servilismo al hombre que había llegado al poder del brazo de las multitudes, expresando los intereses más consistentes de la Confederación.

El discurso que Rosas lee ese día da cuenta de cuál será su programa de gobierno. Vale la pena recordar un párrafo: “Ninguno ignora que una fracción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad y poniéndose en guerra abierta con la religión, la honestidad y la buena fe, han introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad, han desvirtuado las leyes, generalizado los crímenes, garantizado la alevosía y la perfidia. El remedio de estos males no puede sujetar a formas y su aplicación debe ser pronta y expedita. La Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y constancia. Persigamos a muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida y, sobre todo, al pérfido y traidor que tengan la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y espanto”.

Las palabras de Rosas fueron calurosamente aplaudidas y vivadas. Toda Buenos Aires parecía compartir este programa de gobierno. Nunca se había visto hasta entonces un hombre con tanta adhesión popular y, al mismo tiempo, tan ceñido a los principios del orden conservador expresado en su célebre consigna: “Amor al orden y odio eterno a los tumultos”.

Rosas no hablaba en vano. La eficacia para ejercer el poder ya la había probado durante su primera gobernación entre 1829 y 1832. Como se recordará, Rosas llega al poder en 1829 invocando el orden después del fusilamiento de Dorrego. En ese tiempo se gana el título de Restaurador de las Leyes, de las leyes de Buenos Aires sancionadas durante la gobernación de Martín Rodríguez y el ministerio de Rivadavia. Ya entonces reclamó para gobernar las facultades extraordinarias. La Legislatura porteña se las otorgó con cierta reticencia. Cuando en mayo de 1831 el caballo de Paz fue boleado y, como consecuencia, se disgregó la Liga del Interior los motivos para concentrar el poder de manera excepcional perdieron consistencia.

En noviembre de 1832 la Legislatura aceptó la devolución de las facultades extraordinarias. Los legisladores le solicitaron que siguiera gobernado en condiciones normales, pero Rosas no aceptó esa condición e inició su largo periplo de renunciamientos. Durante casi tres años estará alejado del poder, formalmente. De hecho es el político más importante de la Confederación. Todos los resortes del poder, los económicos, políticos y sociales están en sus manos. Se retira al campo invocando razones de salud, pero su mujer, la temible Encarnación Ezcurra se queda intrigando en Buenos Aires

Desde 1833 a 1835 se suceden tres gobernadores: Juan Ramón Balcarce, Juan José Viamonte y Manuel Vicente Maza. Son todos federales, pero están algo remisos en entregarle a Rosas la suma del poder público. El más rebelde es Balcarce, sobre todo su cuñado, el general Enrique Martínez. La célebre Revolución de los Restauradores de octubre de 1833 deja en claro dónde reside el poder y pone punto final a las aspiraciones políticas de los federales liberales. Con la derrota de Balcarce el camino al poder absoluto para Rosas está abierto. Si en 1829 se había iniciado el exilio de los unitarios, a partir de 1834 el mismo destino deben optar los federales moderados. Para los que no están convencidos de esa alternativa los señores de la Mazorca se encargan de recordárselo con sus buenos modales.

Juan José Viamonte no llega a estar seis meses en el gobierno. Renuncia en junio de 1834 y algunos consideran que la presencia inoportuna de Rivadavia en un barco, ha precipitado su caída. La Legislatura, cada vez más convertida en una asamblea de seguidores de Juan Manuel, le suplica que se haga cargo del gobierno. Rosas se comporta como esas damas que conociendo el poder de sus atributos pueden darse el lujo de rechazar las insistentes ofertas de los galanes. Suma del poder público o nada, es su consigna íntima.

El gobierno ahora cae en manos de Maza, el mismo que tres años más tarde será asesinado en su despacho en un episodio nunca aclarado del todo, pero donde el puñal de la Mazorca fue el principal protagonista. Maza carece de poder y de ambiciones de poder. Desde su “exilio” en la campaña Rosas sigue moviendo los hilos a la espera del momento oportuno. Ese momento se produce el 16 de febrero, cuando una partida comandada por Santos Pérez asesina a Facundo Quiroga en Barranca Yaco. La noticia llega a Buenos Aires pocos días después. Ahora sí ha llegado el momento de dar el jaque mate. Maza renuncia el 7 de marzo y la Legislatura decide otorgarle la suma del poder público a Rosas. Todos están asustados. El rumor que circula es que la muerte de Quiroga es el punto de partida de una conspiración de los salvajes unitarios para asesinar a los principales cabecillas del federalismo, incluido Rosas. Nada de esto es verdad, pero ya se sabe que en ciertas circunstancias no es muy complicado sugestionar a la opinión pública con rumores alarmistas.

Rosas no tiene el “sí fácil”. Solicita doce días para pensar la oferta. El 16 de marzo le escribe a la Legislatura y le dice que está de acuerdo en asumir en esas condiciones, pero, siempre hay un pero, considera necesario que todo esto sea revalidado por la opinión pública. Entre el 14 y el 16 de marzo los habitantes de la ciudad de Buenos Aires votan por Sí o por No. La votación se hace sólo en la ciudad, porque se estima desde el vamos que la campaña es rosista ciento por ciento. Vota toda persona mayor de veinte años, incluidos los extranjeros. Buenos Aires entonces tiene sesenta mil habitantes, por lo que se estima que hay alrededor de veinte mil personas en condiciones de votar. El resultado es abrumadoramente favorable al Sí: 9.316 a favor y sólo cuatro en contra. Considerando las presiones sociales existentes, está claro que el éxito de Rosas es sólo aparente. El recurso de los opositores en este caso no fue votar por No, sino abstenerse.

Con estas cartas a su favor Rosas ahora decide hacerse cargo del poder. En 1829 lo favoreció la muerte de Dorrego; en 1835 la de Quiroga. Rosas ejercerá el poder como un déspota hasta 1852, pero nunca dejará de invocar la legitimidad republicana ni de mantener en actividad, formal pero real, a la Legislatura. Sobre esta particular modalidad de ejercer el poder en una etapa riquísima en acontecimientos hay mucho para decir, pero esto ya es otra historia.

Rosas y la suma del poder público

Juan Manuel de Rosas es el poder efectivo y real de Buenos Aires y la Confederación desde 1829; pero la suma del poder público, la concentración del poder en su persona, se formaliza el 13 de abril de 1835. Foto: Archivo El Litoral