Señal de ajuste

Vidas ejemplares

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Ricardo Caruso Lombardi y Omar Asad , dos entrenadores bárbaros.

Fotos: Archivo El Litoral

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Roberto Maurer

La tele no economizó las imágenes del choque de horteras que protagonizaron los entrenadores Omar Asad y Ricardo Caruso Lombardi, durante el partido entre Godoy Cruz y Tigre. No hizo falta escucharlos: los gestos fueron elocuentes, tanto como si hubieran pasado su vida jugando al oficio mudo. Pero apenas habría transcurrido una hora cuando en el noticioso de TN ya se habían leído los labios de los energúmenos. Si alguien no había comprendido el lenguaje gestual, o por si fuera necesario, la traducción subtitulada revelaba que Lombardi señalaba a su colega como consumidor de estupefacientes, en tanto que Asad lo acusaba de sacarle plata a sus jugadores. Los insultos verbales eran aún menos académicos que las señas: “negro vigilante”, “gordo puto”, “falopero”, “drogón” y “chanta”.

ESCÁNDALO PARA TODOS

El incidente fue una fiesta para la tele, que gozó con su repetición, y las imágenes aleccionaron acerca de la naturaleza actual del fútbol, que ya no responde a los sueños de los líricos que fundaban clubes en el café de la esquina, hace un siglo. Hoy, el fútbol constituye un poder mundial que lo sitúa junto a otras actividades globales como el narcotráfico, el comercio de armas y el lavado de dinero, que, al menos, son más discretas y no ocupan permanentemente la pantalla de televisión. Ahora, a través del proyecto “Fútbol para todos”, ese mundo está a disposición de la sociedad, que lo sustenta económicamente a través del Estado nacional.

Otros escándalos son menos visibles que el producido en la cancha mendocina, pero igualmente constituyen la materia de un continuo y obsesivo tratamiento en noticieros y en programas deportivos que fueron entrando en punta de pie en el universo del chimento, y ahora se revuelcan en él.

Desde hace unos años, el cabaret es injustamente utilizado como metáfora del vestuario de Boca Juniors. El cabaret fue un espacio mixto de hombres y mujeres, un lugar de respeto regulado por estrictas reglas no escritas. Y en el fútbol, corriendo la cortina del placar, se descubre un mundo de varoncitos nerviosos que pelean a veces a mordiscos y arañazos, y en este aspecto puede citarse a Gallardo.

Las últimas peleas en el elenco boquense y otras situaciones que fueron ampliamente divulgadas, como el triángulo pasional producido en River y los amoríos de la ex esposa de Simeone con un guardavidas, por no mencionar las olvidadas y también celebradas incursiones del Bambino Veira en el mundo de la minoridad, podrían abrir una nueva especialización de la tele: la farándula del fútbol se lo ha ganado. Es decir, si los chimentos de la farándula siempre fueron un género de la tele, ¿acaso los escándalos del fútbol no podrían tener su propio lugar en la pantalla? Los comentaristas deportivos, así, se evitarían el mezclar el análisis táctico con las travesuras de los chicos malos y las interminables referencias a la enigmática relación entre Riquelme y Palermo. Los cronistas de fútbol también estarían liberados de esa cruz que representa la humana vocación de Orteguita por el trago, y podrían dedicarse a discurrir en profundidad acerca de la conveniencia de defender con tres o con cuatro.

LA PELOTA SE MANCHA

Se podrían imaginar programas donde, por ejemplo, entrarían las relaciones con las botineras -hoy monopolizadas por Jorge Rial-, el vocabulario colorido de Maradona, o el negocio de River cuando tercerizó el pase de Higuaín a través de un casi invisible club de la segunda división suiza, o las noches de los jugadores en Cocodrilo, o la situación interna de la barra brava de Almirante Brown. Horacio Pagani ya no tendría que denunciar al Gordo Palacios, quien, aun sentado a su lado, sería uno de los cabecillas de “la conspiración para desestabilizarlo a Riquelme y sacarlo de Boca”.

EN LAS AULAS

El ministro de Educación de la Nación, un ser más bien ausente, apareció al fin, ya no para anunciar algún proyecto trascendente, sino para ofrecer soluciones a una polémica que se repite periódicamente, acerca de si corresponde relevar a los escolares de sus obligaciones para que puedan disfrutar del Mundial de la Fifa, y la autorización a las escuelas para encender los televisores, si los poseen.

Entonces, se ingresa el cálculo mezquino y pueril de las horas y turnos escolares que demandarían los partidos de la selección nacional, cuando, en realidad no se trata de un problema cuantitativo, sino de asumir el retroceso de la actividad educativa ante cualquier manifestación exitista. La educación siempre cede espacios, y así se desvaloriza paso a paso. Hasta podría suceder que la final de “Bailando por un sueño” alguna vez se declare de interés educativo, ya que forma parte de la cultura en su sentido general, como el fútbol y los diálogos entre Asad y Lombardi. La educación, en fin, se va alejando cada vez más del latín obligatorio.