EDITORIAL

Amenazas y

autocensura

La tensión es parte inevitable de las relaciones entre el poder y los medios de comunicación. En la Argentina, como en cualquier otro lugar del mundo, la misión de informar desemboca irremediablemente en este fenómeno generado entre quienes aspiran a que la ciudadanía apruebe sus gestiones y aquellos que deben informar sobre esos actos y, además, opinar sobre su génesis, alcances, intenciones o límites.

El poder -político, empresarial, institucional o de cualquier otro género- se siente cómodo con el periodismo cortés, que destaca lo positivo, silencia lo reprochable y no hace preguntas por miedo a saber. Sin embargo, no es ésa su misión.

Existen métodos brutales para impedir la libre transmisión de informaciones, como sucede en países donde los periodistas son silenciados, incluso, con la muerte. En otras ocasiones y sin llegar a tales niveles de violencia, gobiernos elegidos por el voto popular apelan a formas dictatoriales para imponer sus ideas. Venezuela es un claro ejemplo.

Pero las agresiones explícitas no son la única forma de lograr el silencio. Existen métodos más sutiles, aunque no menos efectivos para infundir un temor que desemboque en la autocensura. Es probable que periodistas y medios de comunicación amenazados se autolimiten cuando se encuentran bajo amenaza.

Este tipo de intimidaciones suele tener como objetivo, sobre todo, a periodistas particulares. Es que ellos siempre serán más vulnerables que los medios para los cuales trabajan. El miedo y el silencio suelen ir de la mano.

La semana pasada, manos anónimas -como generalmente ocurre en estos casos- pegaron carteles en la ciudad de Buenos Aires en los que aparecían los rostros de doce periodistas que trabajan para distintos medios del grupo Clarín. Entre ellos había periodistas radiales, televisivos y de prensa escrita, con distintas funciones y niveles de responsabilidad.

Estos carteles representan una gravísima amenaza para los periodistas involucrados. La reproducción de sus rostros en la vía pública es, como dijo Adepa en un comunicado, una manera de “definir blancos”, de “marcar” a supuestos oponentes. Las consecuencias pueden ser incontrolables pues estos comunicadores, sus familiares o personas cercanas, podrían quedar a merced de la violencia de quienes, en este caso, definen a un sector del periodismo como “el enemigo”.

El mismo día de la pegatina de carteles, se produjo una agresión callejera contra el conductor radial y televisivo Fernando Bravo y existieron amenazas a una periodista del sitio Perfil.com.

Se puede estar a favor o en contra de las políticas llevadas adelante por el gobierno nacional. Se puede coincidir, o no, con la manera de ejercer el periodismo por parte de algunos medios de comunicación o de los periodistas que trabajan para ellos. Lo que no se puede tolerar, es el uso de la violencia y de la amenaza para infundir temor.

La Argentina tiene una experiencia nefasta en este sentido. Y quienes hoy tienen en sus manos la delicada tarea de conducir los destinos del país, lo saben.