Preludio de tango

Homero Expósito y la poética del tango

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Manuel Adet

Existe un amplio consenso en admitir que las letras de tango de Homero Expósito constituyen la expresión más alta de la poética de un género que para la época en que este escritor, nacido en Campana pero criado en Zárate, empieza a escribir, ya hacía rato que Discépolo, Manzi, Le Pera, Cadícamo o Contursi, para citar a los más notables pero no los únicos, habían conectado al tango con la mejor literatura. Seguramente esas consideraciones tuvo en cuenta en su momento ese excelente poeta que fue Raúl Gustavo Aguirre, cuando decidió incorporar en su antología de poesía argentina a algunos de los principales creadores del llamado ritmo del dos por cuatro.

Habitualmente los críticos, para referirse a la complejidad de los poemas de Expósito o a la singularidad de sus metáforas, citan los primeros versos del tango “Óyeme” escrito en 1947: “Tu forma de partir / me dio la sensación / de un arco de violín / clavado en un gorrión”, letra dedicada no a un amor perdido o ausente, sino a la muerte del hermano de Enrique Mario Francini.

El fragmento sin duda es representativo de una escritura diferente a lo que se conocía hasta entonces en el género, sobre todo si se tiene en cuenta que para 1947 Expósito aún no había cumplido los treinta años y ya había escrito algunos de sus tangos más célebres, entre otros, su máxima creación “Naranjo en flor”, compuesto con su hermano Virgilio en 1944, para no citar tangos anteriores como “Maquillaje”, “Percal”, “Trenzas”, “Yuyo verde” “Margo”, “Pedacito de cielo”, “Tristeza de la calle Corrientes” o “Qué me van a hablar de amor”, por lo que muy bien puede decirse que para 1947 la poética de Expósito ya estaba lograda aunque, como suele ocurrir con toda poesía innovadora, se necesitaron muchos años y la aprobación de los mejores cantores y directores de orquesta para que se acepte. Algo parecido había ocurrido en su momento con los tangos de Discépolo “Qué vachaché” y “Yira yira”, que fueron recibidos por el público no sólo con indiferencia sino con cierta hostilidad. O los primeros tangos que Le Pera le escribió a Gardel, letras de alta calidad poética que de todos modos diferían con el modelo clásico impuesto por el género.

En los tangos de Expósito, el paisaje deja de ser una manifestación “realista” para transformarse en un símbolo cargado de significados y sugerencias a través de las imágenes y las metáforas, muchas de ellas relacionadas con el paisaje y otras referidas a la tradición del tango pero elaboradas en otra escala. Los títulos de tres de sus letras aluden a esta relación con la naturaleza: “Naranjo en flor”, “Yuyo verde” y “Flor de lino”, y no deja de llamar la atención que estos versos, cuyo objeto parecieran ser una celebración a la naturaleza, aludan a un paisaje íntimo alejado del naturalismo o el paisajismo.

Por supuesto que semejantes transgresiones a la tradición provocó incomprensiones y más de un malentendido. Sin ir más lejos, “Naranjo en flor” recién mereció la aprobación del gran público cuando Goyeneche lo interpreta en 1974 acompañado de la orquesta de Atilio Stampone. Si bien este tango ya había sido grabado por Troilo con la voz de Floreal Ruiz, fue Goyeneche el que logró darle el tono justo y la acentuación adecuada para un público que ya empezaba a estar preparado para asimilar estas novedades.

A partir de allí “Naranjo en flor” se transformó en un éxito interpretado por cantantes provenientes de los más diversos géneros y corrientes, un reconocimiento que a los Expósito no los debe haber sorprendido porque para entonces no sólo algunos de sus mejores tangos ya estaban incorporados al repertorio de las grandes orquestas, sino que ya circulaba por el mundo el bolero “Vete de mí” grabado por primera vez por el célebre Bola de Nieve, por no mencionar un popular fox trox, impuesto por un grupo musical considerado en esa época como uno de los emblemas de la “nueva ola”; me refiero a los TNT, quienes vendieron cientos de miles de discos con una letra escrita por Homero y que para quienes lo conocieron aseguran que fue el producto de una apuesta o una broma, porque se trata de “Eso”, una letra que más que poema es un juego de palabras liviano, una licencia poética -para designarla de alguna manera- “travesura” que para ellos no significaba ninguna novedad, porque Virgilio en su momento había arreglado canciones y acompañado con su orquesta de jazz las proezas de su primo, el entonces popular Billy Cafaro.

Homero y Virgilio -hay un tercer hermano que no se dedicó ni a la poesía ni a la música- se criaron en Zárate y en esa ciudad levantada a orillas del río donde abundan los naranjos, las flores de lino y los yuyos verdes, desarrollaron sus vocaciones. Los biógrafos destacan la influencia que sobre ellos tuvo su padre, un anarquista cuya pasión por los clásicos se expresó en los nombres que les puso a sus hijos. Homero y Virgilio conocerán en la biblioteca de la casa a los grandes escritores y músicos de su tiempo. Zárate en esos años se transforma en un centro de creación musical como lo prueban la presencia de Armando Pontier, Enrique Delfino, Osmar Maderna, Miguel Caló y los hermanos Berón: Adolfo, Elba y Raúl. En una de sus últimas entrevistas, Virgilio se refiere a la influencia que sobre ellos tuvo Juan Elhert, un violinista alemán que llegó a Zárate e inició una notable generación en los misterios de la música.

Si hasta principios de los años cuarenta las principales influencias de los escritores de tango fueron Rubén Darío, Amado Nervo e incluso Evaristo Carriego, con Expósito las influencias se amplían hacia los poetas contemporáneos. Rimbaud, Verlaine, Baudelaire son algunos de los autores que empiezan a gravitar. Esta influencia se hace visible en la calidad de las imágenes y en el recurso del verso libre. Homero siempre consideró que para escribir un tango primero era necesario saber escribir un soneto y conocer el valor de las palabras por su sonido y musicalidad. Sus letras disponen de una rima no convencional, fiel a su principio que “quien nace con cadencia no necesita de rimas”.

Obsesivo con sus versos, se dice que el tango “Chau, no va más” lo corrigió sesenta y tres veces. Algo parecido ocurrió con “Flor de lino” y “Te llaman malevo” grabado por Troilo en 1957 con una inolvidable interpretación de Ángel Cárdenas. Las primera estrofa que escribió de “Naranjo en flor” fue la que sedujo a Emile Cioran: “Primero hay que saber sufrir / después amar / después partir / y al fin andar sin pensamientos”. Con esos versos fue elaborando luego los restantes, incluido ese sorprendente inicio que para más de un crítico constituye un haiku perfecto: “Era más blanda que el agua, que el agua blanda...”.

Con Expósito el debate entre forma y contenido, el anacrónico debate entre forma y contenido, se resuelve a través de la única manera que se debe resolver esa contradicción, a través de la poesía, del trabajo obsesivo con las palabras, portadoras mediante la creación de una singular percepción del mundo. Expósito practica en su oficio de poeta aquello que Ezra Pound ya había formulado con su habitual lucidez: “La poesía es el idioma cargado de sentido hasta el grado máximo”.