Tribuna política

Nos, los conservadores

Dr. Carlos Rodríguez Mansilla

En estos tiempos de inseguridad y desorden, también campea la confusión. Y de las confusiones, la peor es la confusión conceptual.

Así, vemos que, en forma maniquea, se ha determinado que todo lo bueno es “progresista” y todo lo malo es conservador. Vale la pena, entonces, discurrir un poco sobre qué es ser conservador, ya que con respecto al progresismo basta con ver lo que ocurre a diario.

Se quiere presentar a los conservadores como brutos cavernícolas, irracionales pega-palos, incapaces de elaborar una idea. No es así. Para ilustración de muchos progresistas, vale la pena mencionar que el pensamiento conservador tiene en sus filas a talentos de la talla de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Edmund Burke, Joseph de Maistre, Louis de Bonald, Alexis de Tocqueville, Winston Churchill, Juan Donoso Cortés, Benjamín Disraeli y Ortega y Gasset, por sólo mencionar a algunos.

¿En qué consiste el pensamiento conservador? Lejos de las utopías, se ubica en la realidad. De allí que filosóficamente es realista. Y la realidad nos indica que hay un Orden Natural, creado por Dios, y una Ley Natural, puesta por el Creador en el corazón de todos los hombres, y que los hombres deben respetar. Esto se conserva y transmite de generación en generación, mediante la Tradición.

A su vez, el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, libre y dotado de derechos naturales inalienables. El hombre, inclinado naturalmente a la vida en sociedad, como zoon politikon, integra esa sociedad, ese cuerpo social, que es una sociedad de hombres libres, ordenada al Bien Común y formada a partir de la familia.

Para ello es necesario el orden, un orden justo, que garantice la libertad. Porque sin orden no hay libertad. Y el orden es justo cuando el Derecho Positivo vigente se ajusta al Derecho Natural. Las leyes que atentan contra el Derecho Natural rompen el orden, y esa ruptura conlleva la anarquía y la disolución del cuerpo social.

Así sintetizadas brevemente, puede advertirse que las ideas conservadoras son simples y fácilmente comprensibles para cualquiera.

La Argentina conservadora

Aquellos alineados con el progresismo se quejan de que la Argentina es un país conservador, que se resiste a los “cambios”, al “progreso” y a la “modernidad”. Coincido con ellos, no en la queja, sino en lo otro. Así nacimos como nación y así somos los argentinos.

En vísperas del Bicentenario, vale la pena recordar que quien hizo el 25 de Mayo sublevando el Regimiento de Patricios fue un conservador: el coronel Cornelio Saavedra.

También San Martín,el Libertador; Rosas, el paladín de la soberanía, y Estanislao López, el autor de la primera Constitución provincial, fueron conservadores. Lo fueron quienes sancionaron la Constitución Nacional de 1853, y también Julio A. Roca, el estadista que diseñó la Argentina post constitucional.

La Argentina es un país conservador porque tiene muchas cosas valiosas que conservar: su fe en Dios, las glorias obtenidas en los campos de batalla, los lauros de sus intelectuales y científicos, su arraigado concepto de familia, su amor a la Patria y a la libertad, los logros de sus hijos trabajando la tierra o desarrollando la industria en las fábricas.

La Argentina conservadora no quiere que le cambien su modo de vida, que le impongan el progreso del aborto legalizado, la modernidad de las uniones homosexuales y la disolución de la familia. Este país conservador no acepta que imperen la violencia, la prepotencia del piquetero encapuchado, la impunidad de la delincuencia. No quiere el caos generalizado, el desorden instalado y el quiebre del principio de autoridad.

A los argentinos no nos gusta el racismo. No nos gustan las declaraciones del señor D’Elía haciendo del odio su bandera, y elogiando el régimen fundamentalista de los ayatolás iraníes. No aceptamos que se inculque en las escuelas públicas que “la raíz de los males del país es la cultura judeo-cristiana”, porque ésos son nuestros valores.

Tampoco nos gusta que se ataque a los jueces, a las Fuerzas Armadas, a la Iglesia, a la prensa libre, a los hombres del campo.

La reacción

En 1794, en Francia, se produce la Reacción, que pone fin al Terror jacobino de Robespierre, durante la Revolución Francesa. A partir de allí, las izquierdas emplearon peyorativamente el término reaccionario para identificar a quienes profesan ideas conservadoras y se oponen a la revolución.

Lo cierto es que, ante los desbordes que conducen a la violencia y la anarquía, siempre ha aparecido la reacción necesaria. Reacción que no significa golpe de Estado, ni mucho menos, sino reacción en las ideas.

Reacción que surge ante una acción disolvente para, precisamente, restaurar la ley y el orden. Reacción en los espíritus, para salir en defensa de los valores que hay que conservar.

Los argentinos queremos vivir en paz, sin odios ni enfrentamientos. No queremos luchas de clases, ni utopías, ni revoluciones. Queremos un país ordenado, respetuoso de la ley y de las jerarquías, porque el Estado es un sistema legal de jerarquías, o no es nada. Queremos que se respeten la propiedad privada y el derecho a expresar libremente las ideas, aunque sean reaccionarias.

Queremos un país donde los maestros formen desde la autoridad del magisterio, y no queremos maestros temblando ante el arma que esgrime un alumno.

Necesitamos un país que trabaje, que los trabajadores tengan un salario digno y que los productores obtengan el legítimo producto de su inversión y su esfuerzo.

Necesitamos jueces independientes, que no vivan coaccionados por el poderoso de turno.

No queremos que nuestros hijos emigren en busca de algún país normal. Queremos que éste sea un país normal.

Todas las encuestas y los trabajos sociológicos serios indican que éstas son las ideas de los argentinos. De la inmensa mayoría del pueblo, sin distinción de credos religiosos o banderías partidarias.

Si se hiciera un plebiscito, una consulta popular, las grandes mayorías votarían por estas ideas conservadoras, rechazando la utopía anárquica del progresismo.

Por eso el gran fracaso de las izquierdas en la Argentina, que apenas han cosechado ínfima cantidad de sufragios en un siglo. Solamente mimetizadas o enancadas en partidos o alianzas con sectores conservadores del peronismo o el radicalismo han logrado llegar a cargos de gobierno, para luego, en la práctica, terminar en un fiasco.

En el corsi e ricorsi del que hablaba Giambattista Vico en el siglo XVIII, el péndulo de la sociedad comienza a salir de la autodestrucción del progresismo, y se encamina, en el mundo occidental, hacia los esquemas políticos que garantizan la paz y el orden. Argentina no será ajena a esa tendencia.