Preludio de tango
Gardel y Contursi, los fundadores
Manuel Adet
Se dice que Pascual Contursi llevó el tango de los pies a los labios y que los responsables de ese pasaje fueron los versos de “Mi noche triste” y la voz de Carlos Gardel quien a través de su talento interpretativo fundó el tango canción. En realidad, “Mi noche triste” fue antes una composición musical que una letra de tango, aunque para ser más precisos habría que decir que esa composición, una inspiración del músico Samuel Castriota, se llamó originalmente “Lita”, hasta que el sentido estético o el olfato comercial de Gardel le halló el nombre definitivo.
Según parece, Contursi se encontró con “Lita” en el Moulin Rouge, un cabaret de Montevideo cuyo dueño era Emilio Matos, el padre de Gerardo Matos Rodríguez, futuro autor de la Cumparsita, considerado por muchos el himno del tango. La letra es probable que se haya escrito alrededor de 1915 y que el primero en cantarla haya sido el propio Contursi acompañado de su guitarra de nueve cuerdas y del pianista Carlos Warren.
No se conoce con exactitud cuándo a Gardel le llegó esa letra, aunque los uruguayos aseguran que la cantó por primera vez en el teatro Urquiza de Montevideo, una hipótesis que se contradice con la que sostiene que “Mi noche triste” fue estrenada en 1917, para algunos en el teatro Esmeralda -que en 1922, el inolvidable Maipo que partir de la década del cuarenta dirigirá Luis César Amadori- y para otros en el Empire -levantado entonces en Corrientes y Maipú-, un debate que aún no se ha cerrado, como tampoco los historiadores han llegado a ponerse de acuerdo sobre la fecha exacta de la presentación, ya que para unos fue en la primera semana de enero, para otros en marzo y no faltan los que aseguran que el acontecimiento ocurrió en el mes de septiembre y no en el teatro Esmeralda sino en el Empire.
A la hora de las precisiones, cuando las opiniones son tan diversas es muy probable que a todas les asista algo de razón, sobre todo si se tiene en cuenta que para esos años Gardel cantaba casi todas las noches en dos o tres escenarios, siendo el Esmeralda, el Empire y el San Martín los lugares habituales de sus presentaciones, algunas de ellas dirigidas al público nocturno, pero muchas otras -como en el caso del Empire- realizadas en los intervalos de las funciones de cine. Entre tanta incertidumbre de fechas, lo seguro de todos modos es que la grabación para un sello nacional se realizó el 9 de abril de ese año, por lo que a la hora de los homenajes y celebraciones muy bien se le podría otorgar a esa fecha la partida de nacimiento del tango canción y a Gardel la condición de supremo sacerdote del género.
Respecto de la música, habría que señalar que la autoría de Castriota -un músico de perfil bajo que en 1908 llegó a integrar un trío en el que actuaba Francisco Canaro y Vicente Loduca en el memorable café Royal de Suárez y Necochea- fue puesta en tela de juicio, en realidad le inició una querella judicial por plagio, el señor Ángel Sánchez Carreño, el célebre Príncipe Cubano que Cadícamo evoca con excelentes versos en el tango “Adiós Chantecler” , que a mediados de los años cincuenta grabó Juan D’Arienzo con una notable interpretación de Jorge Valdez. Castriota, por supuesto, defendió la autoría de la composición y siempre aseguró que fue estrenada en el café El Protegido, de San Juan y Pasco
El estreno de Gardel de 1917 no produjo sensación y hasta es probable que haya sido recibido con cierta indiferencia por un público que no tenía el oído educado para este tipo de interpretaciones. Gardel y Razzano, en esos años, conformaban un dúo cuyo repertorio incluía canciones camperas, muchas de ellas inspiradas en los payadores al estilo de Betinotti, Ezeiza y De la Nave.
Para 1917, Gardel y Razzano ya llevaban unos cuantos años recorriendo caminos, cantando con suerte diversa en pueblos y ciudades, donde en muchos casos los honorarios apenas alcanzaban para la comida o para alojarse en alguna fonda miserable. Alguna vez, sería interesante referirse al barro que Gardel juntó en los tacos de sus zapatos viajando por los rincones más insólitos de la Argentina, durmiendo en el banco de una plaza, arriba de un acoplado o en la sala de espera de alguna estación, mientras esperaban la función para un público que ignoraba que ese joven excedido en kilos sería en el futuro una de los más formidables mitos nacionales
Según Borges, a Gardel nunca le gustó el tango y se resignó a cantarlo por razones económicas. La afirmación no pretende ser histórica, se conforma con ser irónica y provocativa, pero a la hora de la verdad no se puede desconocer que Gardel fundó con su voz, con su fraseo, con su calidad interpretativa, un estilo que sentó las bases fundamentales de un género que los posteriores cantores habrán de tener en cuenta y en la mayoría de los casos imitar. Esa inspiración creativa, esa sutileza para trabajar los matices, no se logra sin creer en serio en lo que se está haciendo y sin haber asimilado diversas tradiciones musicales, tradiciones que se extienden a lo largo de un arco en uno de cuyos extremos está Caruso y en el otro Betinotti.
Por lo pronto, es Gardel quien empieza interesarse por el tango, ya que Razzano en ningún momento manifestará estas simpatías, al punto que cuando se estrenó “Mi noche triste”, el que la cantó fue Gardel, acompañado por la guitarra de José Ricardo, porque Razzano se limitó a dar un paso atrás como dando a entender que él no tenía nada que ver con esa suerte de travesura de su compañero.
Si bien la leyenda insiste en que esa fue la primera vez que Gardel cantó un tango, es muy probable que en escenarios mucho más reducidos haya ensayado la interpretación de algunos tangos, incluido “Mi noche triste”. Criado en el Abasto, frecuentador de la noche y de los ambientes de los bajos fondos, amigo de carreros, vendedores ambulantes, personajes del hampa, políticos conservadores, bohemios trasnochados, tahúres, prostitutas y rufianes, no es nada extraño que haya desarrollado una particular sensibilidad para interpretar cierta poesía urbana.
Para 1915, el tango era un paso de baile que hacía rato había dejado de ser exclusivo de los bajos fondos, pero fundamentalmente un género musical cuyos principales exponentes eran Ángel Villoldo, Eduardo Arolas, los hermanos Gobbi y Vicente Greco, entre otros. También para esa fecha existían letras y letristas, pero la originalidad de Contusi consistirá en elaborar un relato, una historia que contiene los elementos literarios que habrán de ser constitutivos de la poesía tanguera.
A la hora de ser exigente, podría decirse que “Mi noche triste” está muy lejos de la calidad poética de tangos posteriores, e incluso no es la mejor creación de un autor como Contursi, sobre todo si se lo compara con “Ventanita de arrabal”, “Bandoneón arrabalero” o “El motivo”, probablemente escrito antes que “Mi noche triste”. Pero lo que le otorga a este tango una exclusiva singularidad es que lo presenta Carlos Gardel, motivo por el cual muy bien podría decirse que así como Gardel le dio al tango la modulación precisa, Contursi le otorgó los elementos poéticos indispensables para su futuro desarrollo.
De todos modos, el proceso de consagración no fue lineal. Para 1917, Gardel no era demasiado conocido y el tango cantado era una novedad de incierto destino. Por lo pronto, las páginas de los diarios no registran el suceso, con lo que se verifica que los grandes acontecimientos culturales e históricos los diarios suelen ser los últimos en sintonizarlos. Recordemos al respecto que un escritor intuitivo y sagaz como Fray Mocho, había pronosticado unos años antes que el tango era un género agotado en la Argentina, con lo que se demuestra que los escritores costumbristas son los que menos conocen sobre el destino y las posibilidades de ciertas costumbres nacionales.
Lo que sin duda le dio a este tango su espaldarazo definitivo -decisivo para más de un crítico- fue la obra de teatro “Los dientes del perro”, escrita por González Castillo y Weinbach que se presentó en el teatro Buenos Aires de calle Cangallo durante cuatrocientos funciones. Allí, la cantante española Manolita Poli cantaba “Mi noche triste”, acompañada por el bandoneón de Roberto Firpo, mientras que en el hall de entrada se vendían copias de la letra a 10 centavos a un público que ahora sí parecía disfrutar con esta poesía que hablaba de los problemas eternos del hombre de Buenos Aires: la soledad, el desengaño y la nostalgia por un pasado perdido.




