EDITORIAL
EDITORIAL
De traiciones y lealtades
El ministro Aníbal Fernández calificó hace unos días al vicepresidente Julio Cobos de “traidor”. El mismo término empleó en su momento el diputado Kunkel, un talibán del oficialismo, para referirse a su colega Felipe Solá, ex gobernador de Buenos Aires y actual legislador.
No conocemos las opiniones de Duhalde respecto de los comportamientos de Kirchner o del propio Fernández, pero las podemos imaginar o deducir. Como se recordará, Kirchner fue presidente de la Nación gracias al complejo montaje político que realizó Eduardo Duhalde, quien habilitó un singular sistema de lemas no acumulativo -con segunda vuelta incluida-, en el que Menem tenía poca o ninguna posibilidad de ganar, realidad que lo llevó a desistir, dejándole a Kirchner el camino expedito a la presidencia. Tampoco conocemos sus opiniones sobre Fernández, quien antes de revelarse como la primera espada del kirchnerismo desplegó idéntica pasión a favor de Duhalde.
Consideraciones históricas al margen, queda claro que la palabra “traidor” siempre ha sido pronunciada en las filas del peronismo. Es más, se inscribe entre sus tradiciones más violentas, aunque también es cierto que los traidores de hoy pueden reciclarse en los compañeros de mañana.
Lo opuesto al “traidor” en esta tradición política es el “leal”, el que practica la “lealtad”, conceptos que representan una apreciada actitud de subordinación al jefe o líder, y la consiguiente renuncia a cualquier intento de autonomía. Queda claro que, desde esta perspectiva, la “lealtad” está reñida con el libre albedrío o el ejercicio de la propia libertad. Esta concepción de la política implica la sujeción de las conductas y los roles a la estrategia orgánica de la conducción. Se trata de una estructura vertical del poder que somete problemas de conciencia o convicciones personales a las determinaciones de la jefatura. Es una variante de la obediencia debida.
Es cierto que los tiempos cambian y que la militarización de la consigna de la lealtad se había suavizado, pero las tensiones de los últimos meses la han revitalizado. De modo que los “traidores” vuelven a aparecer en la mira de la única fuerza política nacional que incluye estas categorías, más afines a la tradición militar que a las concepciones liberales y republicanas.
En la Constitución Nacional el concepto de “traidor” se usa para referirse a los “traidores a la Patria”, una referencia cuyo origen se puede rastrear en la revolución francesa y en el clima histórico de la configuración de las nacionalidades y la organización de los Estados. Pero el peronismo traslada el concepto o la calificación al disciplinamiento interno en una fuerza política.
Es verdad que hoy estas categorías son algo anacrónicas, aun para el peronismo, y que carecen del rigor militar o ideológico de sus primeros tiempos; pero, como los hechos se encargan de probar, basta alguna crisis en la conducción del poder para que estos vocablos resurjan con su carga intimidante y descalificatoria.