Entrevista a Adrián Linari
Arandú: a caballo entre dos filosofías

Ediciones Ciccus ([email protected]) acaba de publicar “Arandú”, una novela de Adrián Linari, que apela al recurso del encuentro de manuscritos en una lengua desaparecida, y al ulterior recurso de revelar al traductor como involuntario traidor. En esta entrevista, el autor se refiere al tema de la obra, y a continuación transcribimos un fragmento de la novela. Linari está radicado en Romang. Es autor de “Guazú” (novela, 1993), “Los cuentos del Aguará” (novela, 1999), “Opera Omnia” (novela, 2006), “Palabra de mi esperanza” (ensayo, 1999).
De la Redacción de El Litoral
—¿Por qué Arandú?
—Al título que elegí para la novela, después de haber desechado varios otros, lo tomé de la palabra que precede al punto final, cuando al protagonista-narrador lo nombran sabio, término que en guaraní se dice precisamente Arandú. Desde ese final, que el lector conoce desde el inicio de la lectura, él va a ir recuperando para nosotros su trayecto por lo que la historia recuerda como “la Iniciativa Paraguay”, aquel plan que apuntaba a convertir a la Paracuaria o región de las Misiones, en un vasto territorio independiente de guaraníes reducidos en ciudades.
—Ese plan, ¿qué relación tiene con la Misiones Jesuíticas?
—El argumento se desliza, precisamente, en una reducción jesuítica del Alto Paraná. Y lo va haciendo a través de tres voces: la de Domingo, el guaraní reducido devenido narrador, la de Franz, su maestro jesuita, y la del traductor que por casualidad da con el manuscrito escrito por el primero. Es una excusa para desarrollar un diálogo entre la filosofía europea y la del indígena.
—Es, entonces, una obra que recorre el territorio de la filosofía...
—En todo caso, de distintas tradiciones filosóficas. En esto de la filosofía como en la historia, la economía y tantos otros ejercicios de reflexión-, hemos asumido y naturalizado la visión europeocéntrica del mundo y lo que traté de hacer fue plantarme sobre un punto de vista distinto. Las mismas preguntas de siempre, procurando plantear otros caminos hacia las respuestas. El escenario es una excusa para pensar este ejercicio-arte desde una periferia, siguiendo aquella máxima según la cual “allí donde caminan tus pies, allí piensa tu cabeza”. Lo orientan dos ideas-fuerza: la de la utopía y la de la identidad. La utopía de los jesuitas, consistente en recrear la humanidad en un nuevo mundo, virginal, y la del guaraní, hecha del anhelo por la tierra-sin-males, ese lugar al que sólo se ingresa en forma comunitaria, en el que ya no existe el dolor ni la muerte y en el que ningún hombre se para encima de otro hombre ni precisa esforzar la voz. Y la identidad del europeo que va perdiendo certezas y desconfiando de sus propios dogmas a medida que se encarna en el territorio para él original, en diálogo con la del joven que ya no es guaraní porque ha abrazado un modo de vida extraño a los suyos- pero tampoco es europeo. En buena medida, a través de ellos, me voy preguntando por nuestra propia identidad.
—En la novela resalta el espacio concedido al diálogo.
—En general, el diálogo es un recurso caro a la reflexión filosófica. Facilita la construcción de ideas, el hallazgo de sospechas, el rastreo de verdades aunque más no sea chiquititas, permite imponerle un ritmo y una coloración al texto. Un texto que no nació con la idea de hacerse narración, sino que se hizo novela por propia iniciativa. En “Los libros arden mal”, Manuel Rivas escribió: “La vida es así, compañero, tiene vocación de cuento. Y si no entiendes esto, no entiendes nada”. Algo de esto le sucedió a Arandú.




