Marianela

Daniela Gomila.

DNI es 16.629.909.

Señores directores: Amanece en Santa Fe, miércoles 5 de mayo, día gris de niebla. En el trabajo, como cada mañana desde hace años, todo en su lugar, un poco más de papeles que días anteriores. Al regresar a casa, mis hijos peleando por la compu, el desorden de ropa... Pero hoy no hubo rezongos de mamá. Hubo un nudo muy grande y preciso al pensar que muy cerca de mí hay una mamá que nunca más tendrá la posibilidad de palpar la presencia de su hija. Esta mamá es una más, entre tantas, que deberá aprender a vivir de nuevo, de la manera que se lo permita el mutilado corazón.

Muchas preguntas sin repuestas y la impotencia que causa la barbarie.

Las voces en la calle, la indignación que se apodera de la gente que cada día se pone de pie para cumplir con sus obligaciones de buen ciudadano, enarbolando la bandera de la honestidad y la dignidad que nos han transmitido nuestros padres.

Marianela seguramente era demasiado buena para este mundo y sin equívoco alguno la misión que tenía en la Tierra fue cumplida y el Señor le encomendó otra, en otro lugar. Bendita sea y pobre de los que quedamos aquí en la búsqueda de respuestas.

Hoy volví a mi casa, era un revoltijo total, pero no protesté, di gracias a Dios porque mis hijos estaban, los abracé y les dije lo que saben pero no suelo decir: que los quiero. Para los papás de Marianela no hay palabras porque es una pérdida terrenal que no tiene nombre, pero en la fe que profesan encontrarán que Dios no le da a nadie una cruz más pesada que la que pueden soportar, y que la tuvieron entre ellos 25 años dando lo que sabía y había aprendido a dar a su paso: ternura. Para los delincuentes tampoco hay palabras, porque no tienen conciencia, elemento vital para entender, razonar y así poder convivir.

A la sociedad, que desde cada lugar en que estemos pongamos nuestro aporte para que nivelemos las acciones hacia arriba y la base está en la familia, y a partir de ahí hacia afuera, para que de una vez por todas logremos la acción de incluir a todos, que dará como resultado la armonía.

A las autoridades, que agoten las medidas necesarias, para que estos individuos que seguimos cruzando por las calles no apaguen luces bellas como la de esta mujercita llena de proyectos, que soñaba mientras cada mañana tomaba su bicicleta e iba al trabajo para costearse sus estudios.

A la abuela Ñata, en su paso por esta vida, la fortaleza necesaria que hallara en su interior y la convicción de que quienes amamos nunca se van mientras los tengamos presentes en nuestro corazón, y que por ahí se nos adelantan y abren esa puerta que lleva hacia el escalón del cielo, ese escalón que sólo da pie a los buenos. Allí, en el equilibrio que da la paz, nos aguardan velando por nosotros, los terrestres que equivocamos tantas veces nuestro accionar.

La vida es eso que nos pasa al lado mientras pensamos y añoramos lo que aún no tenemos. Todo sucede por algún motivo. Marianela nos dejó una lección, bienaventurados sean aquellos que la comprendan.