Un relojero con mucha cuerda

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Juan Antonio Rosso

Para conservar su profesión de relojero, continúa reparando relojes antiguos como hobby. Pero también decidió perfeccionarse en el arte de tallar madera, un complemento para su actividad.

TEXTOS. MARIANA RIVERA. FOTO. LUIS CETRARO.

POR CORRESPONDENCIA. “Soy relojero de profesión, aunque estoy jubilado, ya que trabajé 37 años, 13 días y 6 horas, según dice la AFIP cuando presenté los papeles. En 1952 iba a la casa de un tío que era mecánico, pero le hubiese gustado ser relojero. Yo había terminado la primaria y me decía que tenía que seguir esta profesión. Mi primo compraba el Patoruzú y otras revistas, donde aparecían publicidades que ofrecían hacer el curso por correspondencia en escuelas de relojería. Estaba la Escuela Suiza y la Universal y yo no sabía cuál elegir. Tiré la moneda y salió La Universal. Fue un error. Estudié por correo y después varios amigos me prestaron libros para seguir aprendiendo”.

¿POCO FUTURO? “Empecé a arreglar relojes sobre una mesita vieja que me regaló mi abuela (quien me decía que me iba a morir de hambre con esta profesión) con las herramientas que me había mandado la escuela donde estudié. Vivíamos en el campo, entre Monte Vera y Recreo, entre la ruta 11 y el kilómetro 18: primero trabajaba con mi papá y después arreglaba los relojes. Reparando relojes pude arreglar la casa que era de mi papá para vivir con mi esposa y también comprarme una moto y después un autito viejo, tipo cachapé. Vivíamos muy sencillamente. Allí tuvimos una hija y la llevé a mi esposa a tenerla al hospital con esa chatita. Después vino el varón, pero ya con auto nuevo. Hoy tenemos 49 años de matrimonio, dos hijos casados y cuatro nietos”.

UN GOLPE DE SUERTE. “En 1965 soñé un número y al día siguiente justo vino un vendedor de lotería. En mi casa teníamos la biblioteca del Movimiento Familiar Cristiano y estaba el cura cuando llegó el vendedor. Tenía dos números con terminación 9. Mi señora eligió uno y el otro lo compró el cura. Salió en el premio mayor de la lotería de Santiago del Estero, repartido entre tres. Era un millón de pesos de entonces. De ahí en adelante anduvimos bien, pero seguimos trabajando igual. No obstante, éramos jóvenes y si hubiésemos manejado bien esta plata hoy estaríamos mejor. Después vino una inflación y se perdió mucho”.

LA CAÍDA DE LA ACTIVIDAD. “Cuando salieron los relojes electrónicos todo cambió: si nosotros cobrábamos 2,50 para arreglar la malla estos nuevos salían $ 1,90. Por eso, 5.800 relojeros en la Argentina quedaron sin trabajo y muchos se pasaron a la artesanía o se dedicaron a otra cosa. Con mi señora empezamos a vender artículos del hogar, pero yo seguía arreglando relojes de los que quedaban o de la gente que tenía nostalgia por ellos. Hasta hoy, la gente me regala estos relojes y los sigo arreglando como hobby. Incluso, muchas casas de antigüedades me traen muchos para reparar”.

DARSE UN GUSTO. “Después de jubilarme hice muchas cosas, como ir a aprender a tallar madera a la Escuela Industrial. Gracias a eso ya hice varios relojes cu-cú, para lo cual me ayudó haber leído un libro de restauración. Cursé dos años y tengo el certificado. El año pasado pedí permiso para seguir asistiendo, pero me dijeron que no se podía porque hay un cupo. Pero el secretario consultó a las autoridades y le explicó que este profesor era además amigo de los alumnos y, por eso, pagando la cuota de la cooperadora pude seguir yendo. Este año voy a ir también pero tengo que esperar porque se anotó mucha gente. El tallado en madera complementa mi trabajo de relojería. También hice joyería, que no es compatible con la relojería, ya que la técnica de trabajo es distinta: se usa ácido en joyería, que es una mala palabra para los relojes porque rompe las cuerdas, entre otros daños”.

A LA VUELTA DE LA ESQUINA. “Quería aprender a tallar madera desde hacía muchos años. Un día vi en la televisión que un señor de Esperanza enseñaba este oficio, ya perdido. Era profesor del Liceo Municipal de esa ciudad y me llevó a ver los talleres de tallado y de esculturas, entre otros. Luego vino un amigo que me dijo que me quería llevar a conocer a una persona que tallaba madera, que hoy tiene 80 años. Era el profesor Alfredo Molina, quien me dijo que enseñaba en la Escuela Industrial. Al día siguiente fui a inscribirme, pero como era el último día de clases, volví al año siguiente. Desde hacía 15 años enseñaban a tallar madera cerca de mi casa y no lo sabía; y además te dan un título de la Escuela Industrial de la Universidad Nacional del Litoral”.

así soy yo

EL HUERTO Y LA HNA. JULIANA

“Conocí a la hermana Juliana porque arreglaba los relojes del Colegio del Huerto. Recuerdo que ella subía la escalera a dar cuerda al reloj que estaba en el ingreso de la capilla. También había otro en la sala del comedor de la clausura de las hermanas. A este reloj alguien le había sacado la máquina y puesto otra de mala calidad. Juliana decidió arreglarlo (tenía musiquita) y ponerlo en la sacristía. Le dije que el padre nos iba a echar cuando sonara pero me dijo que ya sabía y que no iba a decir nada. Debe estar andando todavía. Un día había una madre superiora nueva y no quería arreglar los relojes, pero Juliana me llevó a hablar con ella. Me explicó que las hermanas vivían de la caridad y me pidió si les podía hacer precio para el arreglo de los relojes y le expliqué que menos de lo que le cobraba a la hermana Juliana no podía cobrarle, porque hacía el trabajo gratis...”.

ACCIONES SOLIDARIAS

“Arreglé el reloj de la Iglesia de San Justo, el de la Facultad de Ingeniería Química y, recientemente, el de la Escuela Industrial, que hacía más de 20 años que no tocaba la campana. Un día le dije al director que lo podía arreglar sin cobrarle nada. Me dijo que le faltaba un engranaje. Le sugerí que no tenía problemas en hacerlo pero si llegaba a un punto en que no podía continuar con el trabajo me podrían ayudar los alumnos de la propia escuela, que aprenden fresado, para hacer la pieza que faltaba. Me llevé el reloj a mi casa y a los 15 días lo llevé de vuelta, tocando la campana”.