Preludio de tango

Bailarín compadrito

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Manuel Adet

Según Discépolo el tango es un sentimiento triste que se baila. Juan Carlos Copes sostiene que el tango es la única danza que permite imaginación y creatividad para lograr en sólo tres minutos una historia de amor u odio. “Virulazo”, “Petróleo” y “Tarila” son los apodos de extraordinarios bailarines que le otorgaron calidad artística a una danza sórdida, orillera y prostibularia.

Para mi padre, cuya juventud transcurrió en los años cuarenta, el tango era en primer lugar una danza. La música era importante porque estaba al servicio de la danza. Recién en esos años los cantores de orquesta empezaron a adquirir entidad propia, porque hasta ese entonces los cantores se limitaban a intervenir con un breve estribillo, norma impuesta por directores del nivel de Fresedo o De Caro.

Para los jóvenes de aquellos tiempos, bailar bien el tango era una credencial de prestigio entre los hombres y las mujeres. El escenario para lucirse eran las pistas de bailes de los clubes o los grandes salones, entre los que se incluían los elegantes cabarets de entonces. Un joven consideraba que había ganado la condición de hombre cuando lucía su primer traje, aprendía a jugar al billar, podía hablar con el cigarrillo en los labios y sabía bailar, bailar tango por supuesto. Un traje, una buena corbata con un nudo bien hecho, el clásico peinado a la gomina y los zapatos bien lustrados, los célebres charoles, eran las condiciones indispensables para presentarse en sociedad y ser admitido por el exigente jurado masculino de entonces.

Según los historiadores, el baile nació antes que las letras e incluso que la música. Se dice que los hombres bailaban solos bajo la luz del farol o en la pista improvisada en algún patio de alguna casa vieja o del conventillo. Eso se dice. Lo que está fuera de discusión es que la música, la improvisada música de los inicios estaba pensada y escrita para los bailarines. La danza con los años fue adquiriendo una estructura más compleja, su coreografía se fue estilizando y los grandes bailarines la fueron modelando a su gusto.

Ya en la década del veinte es un baile de salón practicado por hombres y mujeres de las clases medias y altas. “Bailate un tango Ricardo” está dedicado a ese gran bailarín y exquisito escritor que fue Ricardo Güiraldes. Ya para esos años bailar tango es un acto ejercido por damas y caballeros, pero al mismo tiempo es una danza popular y lo seguirá siendo hasta mediados de los años cincuenta, la fecha aproximada en que el tango entra en crisis, una crisis de la que resurgirá con más fuerza, pero lo que entonces adquirirá importancia serán los cantores y la calidad de la música que ya no será exclusivamente para bailarla, sino para escucharla. En efecto, con Astor Piazzolla se impone un tipo de música de altísima calidad que se escucha pero no se baila.

El baile retornará unas décadas después, pero no a las pistas sino a los espectáculos. La danza será ejercida por bailarines profesionales y más de uno lucirá su maestría en el Colón. En un nivel que orilla entre lo pintoresco y lo marginal, el baile será cultivado en algunas peñas motivadas por la nostalgia y en más de un caso saturadas por el anacronismo y la decadencia.

El personaje histórico, el bailarín por excelencia que a través de su biografía expresó la propia historia del tango fue Ovidio José Bianquet, más conocido como “El Cachafaz”, apodo que según se dice le puso su madre porque el muchacho reunía los méritos necesarios para ganarse ese mote. Según Francisco García Giménez -uno de los grandes poetas del tango, con una obra despareja pero decisiva en sus cumbres más altas- “El Cachafaz” conquistó fama de bailarín insuperable y guapo una noche en el célebre local de Hansen. Se había ganado prestigio de guapo y tanguero en Barracas y el Abasto, pero el “Pardo” Santillán era el bailarín por excelencia, aclamado en Hansen y en todos los piringundines de Palermo.

Una noche “El Cachafaz” se presentó en el reducto de Antillán acompañado de un amigo. La historia merece relatarse porque revela que los duelos entre guapos no sólo eran a punta de cuchillo como escriben los poemas de Borges, sino también luciendo habilidades en las pistas de baile. Al “Cachafaz” esa noche lo acompañaba el “Paisanito” un cuchillero de avería. Entraron al salón y se sentaron a una mesa y pidieron de beber. Santillán estaba con sus amigos y seguramente no prestaron atención a las visitas.

Cuando empezó a sonar la orquesta, Santillán salió a la pista con su compañera de baile. “El Cachafaz” se puso de pie y le hizo señas a la primera mujer que vio. Enseguida estaban bailando. Así se inició uno de los duelos más célebres de aquellos años. Las dos parejas pronto quedaron dueñas de la pista y comenzaron a lucir sus habilidades, sus cortes y quebradas, sus giros y contrafrentes. Pronto resultó evidente que a Santillán le había surgido un rival de fuste. Así lo percibieron sus compañeros de mesa que intentaron hacer valer con los facones lo que no podían hacer valer con las piernas. Allí fue cuando intervino el Paisanito y después de parar al más guapo clavó su puñal en el centro de la pista y le dijo al Cachafaz: “Dales el dulce”. Entonces, para el asombro de todos, se inició una ceremonia donde el arte y la compadreada pudieron combinarse. “El Cachafaz” empezó a bailar alrededor del puñal. La exhibición se comentó durante años en la noche porteña. Cuando la exhibición llegó a su fin el “Pardo” se había retirado y un bailarín llegado de otro barrio ocupaba el trono con la misma seguridad y displicencia con que luego ejercerá el título de rey del cabaret.

Al “Cachafaz” lo recuerdan varios tangos. Los más famosos son “El apache argentino” y “Bailarín compadrito”, un poema escrito en 1929 por Miguel Bucino, el autor de “Decile que vuelva” y “Tedio”. “Bailarín compadrito” lo grabará Gardel y transformará al “Cacha” en un mito. La interpretación de Oscar Larroca es muy buena, más allá de las observaciones que se le puedan hacer a la orquesta de De Angelis.

La letra habla de ese hombre vestido como un dandy y peinado a la gomina que llega al cabaret acompañado por la mujer más linda de la noche. El poema compara a ese caballero distinguido que luce su estampa bailando en los salones más elegantes de la ciudad con aquel taura que ensayó sus primeros cortes en los bailongos orilleros de Barracas. El poeta cree adivinar que ese hombre seguro de sí mismo, refinado y altanero no puede olvidar sus años oscuros cuando “de lengue y sin un mango” bailaba la Cumparsita, el mismo tango que “ahora baila hecho un bacán”. Los años han pasado con sus ilusiones y sus fantasías y ese bailarín, ese bailarín compadrito, no puede evitar la nostalgia o mirarse en el espejo del cabaret y sentirse cansado y triste.

En los años treinta el “Cachafaz” viajó a Europa, deslumbró a los franceses con su don para el baile, ganó mucho dinero y lo perdió con la misma facilidad con que lo había ganado. Buena estampa, siempre muy bien vestido, gesto severo, mirada penetrante, era lo que se dice un mozo bien plantado a pesar de su rostro picado por la viruela. Murió en 1942 en Mar del Plata, donde el destino lo había arrastrado con su compañera de baile, Rosita Calderón. Esa noche terminaba de bailar “Don Juan”y estaba tomando una copa cuando lo derrumbó el infarto. Tenía 57 años. Al entierro se lo tuvieron que pagar los amigos porque no tenía un peso.