Jane Russell

La voluptuosidad en escena

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La actriz, en la época de su mayor esplendor y protagonismo.

Foto: Archivo El Litoral

 

Ana María Zancada

Jane Russell en realidad se llamaba Ernestina Jane Geraldine, un nombre demasiado largo para el mundo del espectáculo. Nació el 21 de junio de 1921, era hija de una actriz sin mayor trascendencia y de un militar. A instancias de la madre o tal vez por vocación llevada en los genes, estudió actuación con madame Ouspenkaya y luego con Max Reinhart. Pero lo que en realidad hizo que Howard Hughes fijara su atención en ella, fueron sus 96,50 cm de busto. El excéntrico aviador-millonario-director-productor, andaba a la búsqueda de un busto prominente para su película “Outlaw”, para el público de habla hispana “El forajido” o “Fuera de la ley”. Lo cierto es que la joven, rápidamente se vio envuelta en el fragor de los sets y compartiendo cartel con un ignoto actor, Jack Beutel, pero fue suficiente para alterar la paciencia del estricto control de moralidad que reinaba entonces en Hollywood. La imagen sensual de esta muchacha voluptuosa, luciendo su seno con total desparpajo, con una cámara que para nada lo ignoraba, además de estar destacado con un brassiere, especialmente diseñado por el propio Hughes, desató el escándalo.

La película fue terminada en 1941, pero recién pudo ser apreciada por el público en 1946. De todas formas, el mito ya había nacido. El público la conocía y seguía a esta morena, de belleza rotunda, físico desbordante, audaz pero cuyos ojos dejaban traslucir, para los más observadores, una mirada melancólica. El resto del elenco pasó al olvido, pero nadie olvidó a la joven recostada en la hierba, como un desafío a las convenciones y la moralina de entonces. Se puede decir que Hughes fue el hacedor del mito pero también la marcó para siempre en una carrera que de no haber sido por sus exuberantes formas habría sido diferente.

Figura magnética

En una ocasión Bob Hope la presentó como “las dos y única Jane Russell”. Pero a pesar y con todo su físico, algo de talento había y ella deseaba demostrarlo. No tuvo muchas oportunidades. Su figura era magnética para las cámaras y de alguna manera el público no pedía otra cosa.

Participó en programas radiales humorísticos, como modelo de glamour en revistas militares. Su primer novio y marido por más de veinte años fue Robert Waterfield, un jugador de fútbol americano, en ese momento el hombre más envidiado por todos los hombres.

La década de 1950 fue la etapa más prolífica, actuando en películas que aprovechaban su rotundo físico: “Las fronteras del crimen”, “Macao” en 1952, y luego vino lo que tal vez fue su mejor trabajo: “Los hombres las prefieren rubias”, compartiendo roles con Marilyn Monroe y bajo las órdenes de un gran director, Howard Hawks. Este trabajo sirvió para que ambas dejasen grabadas sus manos en el cemento del Teatro Chino de Hollywood Boulevard. Durante la filmación ambas divas se llevaron muy bien. En realidad eran dos almas simples atrapadas en un cuerpo voluptuoso en una época en que no existían las siliconas.

En 1955 Jane hizo una especie de secuela titulada “Los caballeros se casan con las morenas”, pero ya el modelo estaba agotado. Aunque continuó actuando en los años ‘60, su aparición en la pantalla grande fue opacándose.

Su segundo marido, Roger Barret, murió a los pocos meses de su matrimonio. Fue un gran dolor, y en los tiempos que siguieron buscó ahogar su soledad en el alcohol, debiendo soportar hasta el calabozo por conducir ebria. Su gran fuerza de voluntad y su tercer marido la ayudaron a sentirse nuevamente segura. Un aborto mal hecho frustró sus ansias de maternidad. Sus tres hijos adoptivos fueron otro fracaso, pero ella superó todo eso para seguir adelante.

Sus últimas declaraciones fueron publicadas en 1991, y mostraban una mujer serena, dedicada a obras de caridad, luego de haber grabado algunos discos, blues y spirituals y de haber hecho comerciales para la línea de corpiños Playtex (¡qué mas!). Desde entonces no se ha publicado nada sobre ella, pero queda su imagen sensual, contundente, en una inequívoca invitación desde la pantalla, inalcanzable como todos los sueños.