París de película

Fotografía sin fecha de principios del siglo XX, de la Torre Eiffel, emblema de París.

París de película

Como escenario natural en filmes memorables, recreada en estudios situados a miles de kilómetros y hasta como un personaje más, la “ciudad luz” ganó protagonismo desde los comienzos del séptimo arte.

TEXTO. MERCEDES ÁLVAREZ. FOTOS. EFE REPORTAJES.

El cineasta de origen alemán Ernst Lubitsch declaraba sin pudor que, entre el París reconstruido en los estudios de la Paramount y el París de Francia, prefería el que se erigía bajo el sol de California.

Precisamente de ahí, y de otros estudios como el de la Metro-Goldwyn-Mayer o incluso de aquellos situados a pocos kilómetros del verdadero París, salieron numerosas películas que contribuyeron a construir un imaginario personal de la capital gala.

No sólo eso, sino que también los planos, los ángulos, los colores o la banda sonora pueden convertir a su antojo a París en ciudad del erotismo, del misterio o, simplemente, en un ingenuo lugar de cuento.

Cuando el cine todavía no tenía color ni sonido, París ya reivindicaba con discreción su importancia en la historia del séptimo arte.

Así, los hermanos Lumière, padres franceses del cinematógrafo, sucumbieron a la atracción de la capital y organizaron en el Salón Indio del Gran Café del Bulevar de los Capuchinos, a pocos pasos de la Ópera, la primera exhibición pública de pago del cine.

Fue el 28 de diciembre de 1895 y sólo acudieron 35 personas -los Lumière no se atrevieron a hacer mucha publicidad por miedo al fracaso- que pudieron ver piezas ahora tan famosas como “La sortie des Usines Lumiére” (“La salida de la fábrica Lumière”) o “L’arroseur arrosé” (“El regador regado”).

La fascinación por el invento atrajo a los parisinos que se agolpaban para ver las películas breves que proponían los Lumière, quienes a su vez, devolvieron el favor a la ciudad capturando con el cinematógrafo sus calles y monumentos en más de 170 cintas, de las 1.400 que realizaron.

El mago Georges Méliès -presente en esa primera muestra pública- jugó con el cinematógrafo y, alejándose del género documental de los hermanos lioneses, salpicó París de fantasía.

El surrealismo realizó su propio retrato de la capital al situar allí una persecución en torno a un ataúd o al mostrar una bailarina barbuda en la película “Entr’acte” (1924) de René Clair o de manera “poética” de la mano del también francés André Sauvage, como explicó a Efe-Reportajes N.T. Binh, autor del libro “Paris au cinéma. La vie rêvée de la capitale de Méliès à Amélie Poulain”.

EN OTRO ESCENARIO

Fue precisamente Clair quien trasladó por primera vez París a un estudio -a pocos kilómetros de la original- en la que también fue su primera película sonora, “Sous les toits de Paris” (“Bajo los techos de París”), de 1930.

Hollywood no tardará en apoderarse de la ciudad luz y convertirla en refugio de las pulsiones de los personajes. El carácter de la ciudad -construido en cierta manera por los estudios- es más permisivo con respecto a ciertas cuestiones morales.

Este libertinaje queda patente en la conocida frase “Siempre nos quedará París” de “Casablanca” (1942), con la que Rick Blaine (Humphrey Bogart) e Ilsa Lund (Ingrid Bergman) convierten en cómplice de amores no confesables a la ciudad bañada por el Sena.

De la misma manera, “Irma la Douce”, el filme en el que Jack Lemmon da vida a un policía que se relaciona con una prostituta encarnada por Shirley MacLaine, sólo podía ambientarse en París porque “ningún productor hollywoodiense” habría avalado la obra, aunque el director fuera Billy Wilder.

“La censura moral se puede permitir algunos excesos ¡con la excusa del exotismo parisino!”, concluye Binh.

Esta película, al igual que “Un americano en París”, de Vincente Minnelli con Gene Kelly, o “Angel”, de Ernst Lubitsch con Marlene Dietrich, fue rodada a miles de kilómetros del empedrado parisino.

UN PERSONAJE MÁS

Todo empezó a principios de los años veinte cuando dos famosos fotógrafos, los hermanos Seeberger, recibieron el encargo de ir a Francia para tomar fotos de lugares y personajes “típicamente parisinos” que sirvieran de modelo para los directores artísticos de los estudios.

“Hasta los años cincuenta no era frecuente que Hollywood grabara en exteriores”, contó Binh, pero eso empezó a cambiar a finales de la década con filmes como “Fanny Face”, de Fred Astaire y Audrey Hepburn, cuyo rodaje se desarrolló en lugares -verdaderos- como el Museo del Louvre, el Campo de Marte o la Ópera.

Incluso el maestro del suspense, Alfred Hitchcock, sucumbió a los encantos de la antigua Lutecia con “Topaz”, rodada a finales de los sesenta en localizaciones reales que se convierten en escenario de las intrigas de espionaje de la Guerra Fría.

Los directores de la Nouvelle Vague le dieron un lavado de imagen cinematográfica a París y convirtieron su autenticidad en un personaje más de sus películas, como en “À bout de souffle”, de Jean-Luc Godard, y “Les 400 coups”, de François Truffaut.

Más tarde llegarían producciones que rememoran los tiempos de oro de París en el cine como “Everyone says I love you” (“Todos dicen te quiero) de Woody Allen en la que los protagonistas bailan a orillas del Sena en homenaje a “Un americano en París”.

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Humphrey Bogart e Ingrid Bergman convierten en cómplice de amores no confesables a la capital francesa en la película “Casablanca” con la frase”Siempre nos quedará París”.

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A pesar de la reconstrucción de la ciudad en los estudios de Berlín, Quentin Tarantino no pudo evitar rodar unas escenas de sus “Bastardos sin gloria” en un café en París.

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en “Irma la Douce”, Jack Lemmon da vida a un policía que se relaciona con una prostituta encarnada por Shirley MacLaine.

EN LA CÁMARA DE TARANTINO

A pesar de la reconstrucción de la ciudad en los estudios de Berlín, Quentin Tarantino no pudo evitar rodar unas escenas de sus “Inglourious Basterds” (“Malditos bastardos”) en un café en París, “La Renaissance”, al considerar que conservaban el ambiente de los años cuarenta. El director había visto el “bistrot” en “Le sang des autres” de Claude Chabrol, explicó Binh.

Se trata de una imagen menos distorsionada de Montmartre que las propuestas de colores saturados y encuadres osados de “Le fabuleux destin d’Amélie Poulain” (“Amélie”) o “Moulin Rouge”, en las que París, representada por el barrio de los artistas, se convierte en una ciudad mágica de cliché.