De “Aún ir a unir”

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Jorge Leonidas Escudero, retratado por Malena Peralta.

Cada nuevo libro de Jorge Leonidas Escudero (San Juan, 1920) depara nuevas sorpresas. Su inconfundible acento, su inconfundible música y su mundo se amplían y enriquecen hacia vórtices donde tienen cabida desde los abismos más angustiantes al humorismo más luminoso. Ediciones en Danza acaba de publicar “Aún ir a unir”, del que transcribimos estos poemas.

 

Por Joarge Leonidas Escudero

Lejanías muertas

 

En tarde noche a veces cuando estoy desvelado

algún perro se encarama en el aire

para acompañarme desde lejos.

Así pasa y yo intento

volver a donde antes no estuve.

Suelo entredormido

quejarme bajito pero triste.

Y si alguien preguntara ¿qué te pasa chei?

diría no sé.

Perro encadenado a estas calles vivo

sin salida y respiro

como único alivio

el aire que me llega desde el horizonte.

Ya lo sé,

en la noche nadie escuchará mis aullidos,

la misma lejanía tal vez no exista

más allá de mí.

¿Piedra libre?

 

Pienso que porque entro y salgo de mi casa,

voy a la plaza y me rasco, entro al café

u opino que el mundo anda rengo

ya está, soy libre.

Eso creo y ayer

conversé con un profesor amigo.

Todos somos hijos de la necesidad,

del determinismo, creo que dijo.

Me dio risa pensar que la bruta necesidad

pueda manejarnos a su antojo.

Así opiné y él agregó:

Si ahora me das una patada

no es tuyo el enojo, es del otro,

del determinismo que viene montado en vos,

caballo.

Me sentí casi ofendido y él remató:

Somos el Mono Sapiens que vive en nosotros

y transcurridos algunos miles

de siglos llegaremos al Homo Liberto,

el cual sin reflexionar

hará naturalmente lo que es bueno.

Esa foto

 

Callecita de un pueblo escondido

en un recodo de mí, allá

donde entró en el pasado lo que pasó

pero sigue estando en una foto.

Hay una fila de casas

achatadas bajo harto cielo.

No hay árboles ni gente pero al fondo

se ve un jinete yéndose.

Un jinete que no acaba de irse

y ahí está. Soy yo

como alejándome para no volver,

pero no avanzo porque la nostalgia

lo agarra de la cola al caballo

y lo tiene ahí, fijo, para que no me aleje.

Es nomás que me fui. Sí, ya sé,

la foto qu’ estoy mirando

no quiere que me haya ido,

eso es todo.

La cruz de palo

 

A unos cerros del sur de Calingasta

fui a buscar lo que todavía no hallo

cuando vi una cruz de palo

tirada en el camino.

Ya iba pasando de largo y pensé

ques mala seña ver algo así cuando uno

anda buscando riquezas minerales.

Me devolví pues y le dije: Vos

¿qué andás haciendo aquí?

La cruz se quedó callada. Ntonces agregué:

Sos propia de un cementerio

y vaya a saber cómo

apareciste “n la huella;

pero ahora te invito, con todo respeto,

acompañarme a unos mates. Vos

como leña al fuego y ahí conversamos.

Así fue. Y al escuchar

en el silencio cordillerano

su crepitar en las llamas le dije a ver

si me decís algo del más allá porque en eso

supuesto sos muy entendida.

Y ahí empezó la cruz a chisporrotear

cosas de muertos mientras llegó la noche oscura

y me dio miedo.

¿Y?

 

No es que me esté volviendo loco, es que

a veces oigo en los ruidos mecánicos

palabras y hasta frases enteras.

La puerta de la heladera pregunta: ¿Ah?,

la de armario se queja: ¡Dejame!,

la persiana chilla: ¡No sé no sé!

La máquina de afeitar nombra a mi abuela

cariñosamente,

en cambio otros ruidos me retan.

La puerta de calle ayer cuando salía

dijo andate a la eme.

Le comenté esto a un amigo y dijo vos

todavía no estás loco,

hay gente normal que oye

también hablar a los muebles.

No sé si dijo verdá

o sólo para no asustarme. El caso

es que si la puerta de calle me insulta otra vez

voy a contestarle con una patada.

 
De “Aún ir a unir”

“La luna y su eco” (1960), de Antonio Berni.

La visita

 

Espero una visita a la cual si la veo

venir hacia mí me engaño,

ella es ella sólo

cuando ya está aquí, cuando llegó.

A la mente le gusta decir ésta es

cuando casi siempre

es sólo una falsa interpretación.

Claro, porque l’ hombre cree

que él puede fabricarla,

por eso vos afiná la expectativa

no vayás a confundir gato por liebre.

Es que es rara esta visita,

se deja ver sólo cuando ya está encima.

Se llama como se te ocurra llamarla

y viene como chispa, instantánea,

de modo que a vos no te queda otra

más que decir ¡Ah, eso es!

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“La olla y la carne” (1960), de Antonio Berni.