Arte y psicoanálisis

6.jpg

“La musa dormida”, de Constantin Brancusi.

Por Nilda Somer

“El artista y el psicoanalista”, de Joyce McDougall y autores varios. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2010.

La insatisfacción se perfila como una de las musas concretas del artista. Freud, más allá del conocimiento y del respeto que tenía por el arte -cualidades que no supieron cultivar muchos de sus seguidores, que del arte parecen conocer sólo lo que les llega por interpósita persona, y sólo saben citar “La carta robada” de Poe o “El hombre de arena” de Hoffmann, a Duchamp o a “Santa Ana con la Virgen y el Niño”, de Leonardo da Vinci-, concebía al escritor como un niño que juega en crear su propio mundo, “un mundo de fantasías que toma muy en serio y que inviste ampliamente en el plano emocional”. En algún momento de su “El creador literario y el fantaseo” concluye que “debemos hacernos a la idea de que, si los dichosos ya no fantasean, son los insatisfechos quienes lo hacen”.

El conjunto de estudios reunidos en “El artista y el psicoanalista” reconoce en Joyce McDougall una contribución esencial en el estudio de la creatividad artística, considerada a la vez como una práctica y un objeto privilegiado de reflexión, y toman como eje su ensayo que da título al volumen que nos ocupa.

“Cada hombre en su complejidad psíquica es una obra maestra; cada análisis es una odisea”, escribió McDougall, que examina, con ayuda de tres casos clínicos tipo, las situaciones de los fenómenos que intervienen en el proceso creativo, ya sea paralizándolo o estimulándolo, concluyendo que en situaciones como “la lucha con el medio de expresión elegido; la lucha contra las proyecciones en el público; la fuerza de las tendencias pregenitales, y la importancia de la bisexualidad psíquica, nos encontramos ante cuatro versiones de la escena primitiva que pueden ser, una u otra, o todas, fuente de creatividad o de esterilidad”.

Michel de M’Uzan, en su texto titulado “El infierno de la creatividad” reconoce que en la creación artística existen profundidades imposibles de recorrer, al sostener que “ciertos “bloqueos’ pueden desaparecer gracias a la cura analítica, pero para el artista, confusamente inquieto en alguna medida con respecto a la base revolucionaria de su trabajo, ¿convendría quizás no prolongar demasiado la experiencia? Georges Bataille no decía al escritor excepcionalmente paralizado: “¡Por fin el estancamiento!’, es cierto, pero después de todo, ¿no es sabido que el análisis más profundo no supera el surco de un labrador comparado con la corteza terrestre?”.

También Phillipe Porret reconoce una arista conflictiva e indeterminada (en “El artista acude al psicoanalista, el artista sacude al psicoanálisis”): “El artista sacude al psicoanálisis cuando lo lleva a renunciar a lo que cree saber para descubrir con él lo inédito de una creación extima, las resonancias múltiples del acontecimiento que ésta constituye, tanto para el analizante que tiene que asumirla como para el analista que se arriesga a oír algo diferente a una confirmación: lo inaudito de una metáfora que, luego de un tiempo, viene a des-ordenar el aparato del lenguaje; la puesta en práctica en el arte de lo que debemos llamar también su fuerza de gravedad”.

Dominique Suchet en el interesante estudio “De la invitación a la reliquia”, apela a los artistas que menciona un escritor durante su análisis, sobre todo al poeta surrealista (pero que resistió siempre a la intransigencia de Breton) Robert Desnos, a Magritte y a otros artistas para concluir que “el psicoanálisis no explica la obra de arte ni al artista, no se abre camino en la patografía. Pero tampoco el psicoanálisis se explica por la obra de arte que lo desborda”. Ante la aparición de obras de arte en el bagaje compartido con los pacientes, el analista “sólo puede dedicarse al estudio de los orígenes misteriosos de la creación artística a partir de la influencia que ciertas obras tuvieron en él”.

Se destaca también el estudio de Vladimir Marinov sobre el escultor Constantin Brancusi.