Dorigo Revisitado

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“La colmena”, de Andrés Dorigo.

(El jardín de las delicias)

 

Por Estela Figueroa

Hubo una vez un sapo asqueroso haciendo meditación sentado sobre las cabezas de un grupo de víboras blandas.

El sapo tenía los ojos saltones como los de un hombre que conozco. Las víboras, ¿le morderían el traste? ¿o el sapo les trituró la cabeza? Pesado, el sapo, como aquel tipo.

También había una plaga de insectos dorigueanos. Como llevaba el pelo recogido, uno se me metió en la oreja y me susurró: “¡A su derecha, madame!”.

Entonces vi un árbol planeta cargado de frutos. Hundí mi cabeza entre sus hojas para refrescarme. Y recordé los versos de Juanele...: “¡Cuánta dicha que se da para nadie!”.

Y caminé descalza sorteando los cactus de flores amarillas. Caminé con cuidado porque las espinas eran filosas y su solo roce me podía lastimar como el amor o la ausencia del amor.

Yo, una pobre huérfana. Yo, una menesterosa, girando otra vez el cuerpo hacia pinceladas verdes y lilas que daban ganas de comérselas a lengüetazos como se comen los helados. Y entre las pinceladas, un pájaro multicolor, observado por un pequeño gato negro. ¿Quién matará a quién? Fue allí cuando yo, una vieja vestida de gitana, salí de la alucinación y caí dormida.

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“Sapito”, de Andrés Dorigo.