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En torno al fogolar es el libro que incluye el cuento que publicamos hoy.

Un encuentro de dos mundos

Norma Fortino, de Rosario, ganó el Certamen Literario de Narrativa Breve “Al Calore Della Stessa Fiamma”, organizado en 2007 por el Centro Friulano de Santa Fe, que integra la antología “En torno al fogolar”.

TEXTOS. NORMA FORTINO.

Es el último viaje, se decía Giuseppe mientras la ambulancia bramaba con su sirena, abandonaba el camino de tierra y se internaba a los saltos por los adoquines de las calles más cercanas al centro.

Suerte que me sacaron de noche, pensaba. Porque no habría sido capaz de mirar por última vez el parral cargado de uvas chinches, los troncos torneados de las higueras, la pequeña ventana de la casilla, con macetas floridas, asomada a la lisura del terreno con la pretensión de un balcón en una ladera de su tierra.

Los sentidos lo estaban abandonando, pero percibía sobre él la mirada de Clodomiro, sentía su mano áspera rozándole cada tanto la frente, y pensaba que era una suerte morir con la compañía de alguien que sabía leer el alma.

¡Morir con la compañía de Clodomiro! Las vueltas que tiene esta vida, se decía Giuseppe. Clodomiro había sido el causante de sus más grandes tristezas. ¡Y eso que Giuseppe había vivido desventuras! Desde niño, cuando en su tierra lo único que abundaba era la escasez. Qué decir de la partida, apurada, con los adioses en mitad de la garganta, sin poder pronunciarlos. Con las lágrimas de Antonia, su mujer, casi adolescente, los pies clavados en el muelle, una pregunta en la mirada clara, ¿por qué dejar a los suyos si era casi una niña todavía?.

Giuseppe sabía de la vida de sacrificios que los esperaba en la tierra nueva, pero nunca habría imaginado que esa especie de paraíso prometido fuera en realidad más parecido al infierno. El primer destino había sido Brasil. [...]

Era difícil entenderse con la gente del lugar, casi todos hombres y mujeres de color, con costumbres tan distintas. Apenas se habían instalado en una barraca con la esperanza de partir hacia el interior a trabajar la tierra, cuando la peste sembró el terror en toda la región. En una barcaza recorrieron el río, tan ancho, tan distinto a los ríos de sus montañas.

Giuseppe, con el espanto en cada centímetro de piel, rogando que las temidas pústulas no aparecieran sobre la cara suave de Antonia. Y ella ajena, distante, resignada a todo, también a la muerte. Días río abajo, en la embarcación sucia, ahuyentando los insectos. Después un tren los había introducido en la inmensidad de la pampa [...].

Hasta que llegaron a un pequeño pueblo de casas chatas, y allí se quedaron. Giuseppe aprendió el oficio de albañil. Se ganaba la vida, hasta sobraba algún peso para mandar a los suyos, pero no era lo que había soñado en su Friuli natal: un pedazo de terreno, algunos animales, la uva, el vino casero. En ese pueblo nacieron los hijos. Ocho, tres de ellos mujeres.

Cuando el más grande andaba por los veinte, Giuseppe sintió que no podía seguir soportando tanta monotonía. Las esperanzas de regresar estaban olvidadas. ¡Qué inmigrante podía solventar el viaje de diez personas y llevar la plata suficiente para hacerse de un lugar dónde vivir, por muy humilde que fuera! [...]

Giuseppe sabía que su suerte estaba echada, pero quiso cambiar de vida y emprendió la mudanza a la ciudad. Siguió con su trabajo de albañil. Todos los hijos se fueron casando, pronto y bien. Los varones tenían un oficio, las mujeres eran habilidosas en el arte de la costura y la cocina. No les fue difícil encontrar con quien formar una familia.

Las personas que habían elegido no podían sino agrandar a unos padres como Giuseppe y Antonia; eran todos hijos de inmigrantes. Sólo Paula, caprichosa y arisca como siempre, le había dado semejante disgusto eligiendo a Clodomiro. Era un hombre de esa tierra Clodomiro, piel cetrina, pelo hirsuto, ojos negros. Hombreador de bolsas en el puerto, rudo. Tomador de mate y bebedor de vino.

CONSERVAR LAS RAÍCES

¿Adónde irían a parar las costumbres de su familia, la lengua de sus antepasados?, se preguntaba Giuseppe, siempre preocupado por conservar sus raíces, por mantenerlas vivas en sus hijos y en sus nietos.

Para colmo de todos los males, entre las costumbres de los hombres como Clodomiro no estaba la de casarse como Dios manda. Paula cargó unas pocas cosas en el carro de su suegro, un cochero de plaza, y se marchó. [...]

Clodomiro era un mal esposo. Mujeriego, con frecuencia entonado por el tinto, amante de las parrandas. Trabajador pero indolente al mismo tiempo. Paula no decía una palabra, pero Giuseppe había intuido desde un principio que Clodomiro la maltrataba. Todos sus temores se iban cumpliendo. Ni un aliento de su tierra se respiraba en esa casa.

Paula, tal vez para no confesar su error al elegir a ese marido, se volvía cada vez más huraña. Había incorporado todas las costumbres de la familia de Clodomiro. [...] Pero todos sus hijos eran afectuosos, se prodigaban en abrazos y besos con el nonno.

AÑORANDO SU TIERRA LEJANA

Un día, Clodomiro se apareció en la casa con unos rollos de papel. Los extendió sobre la mesa. Me compré media manzana cerca del bajo, en un loteo. Si quiere puede irse a vivir allá, viejo, propuso Clodomiro a Giuseppe. [...]

Giuseppe llegó en tranvía a ese suburbio, a un paso de la costa, puro pantano, puro ranchería. Pero cuánta alegría al descubrir la parra de tronco añoso y las ramas torneadas de las higueras. [...]

En unos pocos días alambró el terreno y en un par de semanas levantó la casilla. Hágala como quiera viejo, le había dicho Clodomiro. Giuseppe construyó el techo a dos aguas, con una chimenea, se esmeró en pintar piedras en todas las paredes, y no se olvidó del fogolar en la cocina. Igual a las casas de mi tierra, pensaba Giuseppe asomado al pequeño balcón de hierro que adornaba la ventana [...].

Clodomiro lo visitaba cada vez más a menudo y viendo el entusiasmo de Giuseppe por transformar ese terreno en un lugar parecido a su tierra lejana, comenzó a preguntarle sobre su gente y sus costumbres. [...] Había sido linda la grapa viejo, y yo que anduve siempre quemándome las tripas con ese tinto “e porquería. ¿Qué le parece Clodomiro si fabricamos nuestro propio vino?, propuso Giuseppe cuando el parral era una gigantesca mancha de color violeta. Y ahí se pusieron los dos, meta pisar uva, meta llenar botellas.

[...] Estos chamamé se parecen a las polcas que bailaba en mi juventud, decía, aguzando el oído para oír la música del acordeón que llegaba desde los ranchos más cercanos. Le traje estas dos cabras pa “la leche, viejo. Y ya que estamos podemos fabricar algunos quesos. ¡No va a querer que las mate!, se alarmó Giuseppe. Le digo que son pa “leche y queso, no dice usté que no hay como el queso “e cabra. Y de paso le alivian el trabajo de andar cortando tanto yuyo.

AYUDA FINAL

¿Así que el Friuli había estado cerca de Venecia? Con razón se acostumbró tan pronto a estos barriales. ¿Y por qué no me cuenta cómo llegó a estos pagos?, quería saber Clodomiro. A mí me hubiera gustado atravesar el mar; pensar que me pasé la vida en el puerto y nunca viajé en un barco, se lamentaba. ¡Que murra ni murra!, no me quiera joder viejo, ¿o no se acuerda que hoy nos toca el truco?

Así durante años. Hasta aquella tarde, cuando Clodomorio encontró a Giuseppe hecho un ovillo en la cama, la boca abierta, la lengua dura, los ojos llenos de lágrimas. ¡Qué le pasó viejo! ¿No puede hablar? Aguante, aguante, que corro hasta la guardia “el puerto pa “pedir una ambulancia. No se me quiera morir ahora. Mire que la uva viene mejor que nunca este año...

Dicen que unos pocos segundos antes de la muerte bastan para rememorar una vida entera. Giuseppe había tenido mucho tiempo. Los recuerdos habían comenzado a brotar con el primer rugir del motor de la ambulancia.

Cuando llegó a la sala de guardia del hospital ya habían pasado por su mente todos los avatares de su existencia. Y con los últimos retazos de lucidez arañándole el cerebro pensaba que era una suerte morir en la compañía de Clodomiro, en la compañía de alguien que había sabido llegarle al alma.

Giuseppe sabía de la vida de sacrificios que los esperaba en la tierra nueva, pero nunca habría imaginado que esa especie de paraíso prometido fuera en realidad más parecido al infierno. El primer destino había sido Brasil. Era difícil entenderse con la gente del lugar, casi todos de color, con costumbres tan distintas.

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El fogolar es una antigua costumbre que conservan los descendientes de friulanos.

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Los bailes de carnaval en el Friulano convocaban a los santafesinos.

AÑORANZAS Y TRISTEZAS

Cuando Antonia murió, Giuseppe encontró en esa casa el consuelo necesario. Los otros hijos y nietos vivían en un mundo distinto, lo querían, pero en sus casas Giuseppe no se sentía cómodo. [...]

Giuseppe ya había perdonado a Paula la elección de ese marido, ya se había acostumbrado a convivir con un hombre de costumbre tan distintas a las suyas, cuando sucedió lo de Dina. Aquella Nochebuena Clodomiro cocinaba un lechón a las brasas. En un rincón del patio Giuseppe fumaba su toscano y tomaba su grapa. [...]

Cuando Paula apareció con las nueces, Giuseppe sintió que el aroma a castañas asadas lo invadía, lo llevaba de nuevo a su infancia, al regazo de su madre, al calor del fogolar, a sus escapadas con Antonia. Manoteó un buen puñado y las puso sobre las brasas donde Clodomiro había preparado el asado. Después llamó a Dina, la nieta de ojos claros y piel blanca, y le dio a probar las nueces calientes. Son castañas, como las que comía tu nonno allá en su tierra, le repetía una y otra vez.

Basta de tantas nueces, viejo, protestó Clodomiro, me la va a empachar a esa chinita. [...] Al día siguiente Dina tenía la panza hinchada y el cuerpito ardiente. Andiamo al hospital, gritaba Giuseppe, puro llanto, puro remordimiento por haber causado el atracón de nueces.

Qué hospital ni hospital, chillaba Clodomiro, a mis hijos los cura mi comadre. Paula, como siempre, asentía con su silencio. Cuando Dina murió, después de dos días de potajes y ungüentos, Giuseppe sintió que el odio que años atrás había sentido por Clodomiro renacía con más fuerza. Y Paula comenzó a demostrar que no estaba dispuesta a seguir siendo la sombra del marido. Se atrevía a contradecirlo y hasta le daba algunas órdenes.

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El Centro Friulano preserva las raíces de quienes llegaron de esa región de Italia.