Un hombre que debe sentirse, en cierta forma, partícipe del éxito
Cruyff, el único que no perdió
El holandés maravilló con la número 14 en la Naranja Mecánica, marcando un camino, y luego revolucionó al Barcelona, echando las raíces de esta España de Del Bosque.
Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a
Johannesburgo, Sudáfrica)
No se sabe cómo estará o si su vaticinio de que España era más que Holanda habrá sido de compromiso o escondiendo algún favoritismo del corazón por su país. Pero Johan Cruyff puede considerarse el único ser en esta tierra que ayer tuvo su verdadero domingo de gloria. Ya lo había vaticinado en la semana a través de su columna: “No quiero polemizar y menos con Hierro, que asegura que España tiene su propio estilo, que no copia al Barcelona. Lo siento, pero el estilo de España es el estilo del Barcelona. La selección que derrotó a Alemania tuvo un centro del campo con Xavi, Iniesta, Busquets y, a menudo, Pedrito. La idea de Del Bosque de colocar a Pedrito demuestra que sabe a la perfección lo que le puede ofrecer cada jugador azulgrana: posesión, pocas pérdidas de balón, profundidad, sacrificio por todo el campo y, sobre todo, presión cuando pierden la pelota”.
Cruyff sacó 11 veces campeón al Barcelona y supo armar un famoso “Dream Team”. Pero lo mejor de todo, fue que Cruyff se hizo cabeza de proyecto para comenzar el verdadero cambio del Barcelona, antes integrado en su totalidad por jugadores extranjeros. Pero Cruyff, ese mismo Cruyff del comienzo del cambio en el fútbol español, fue el mismo que condujo desde adentro de la cancha a aquella famosa Naranja Mecánica holandesa de 1974 y 1978, otro de los equipos que marcó un verdadero cambio en el fútbol escribiendo aquella leyenda del “fútbol total” que luego se hizo carne en muchos de los entrenadores que comenzaron a ser tildados de “estudiosos”.
Revolución I: Holanda de 1974
Louis van Gaal asegura que la perfección no existe en el fútbol, pero sabe que Holanda se acercó mucho a ella en ese Mundial de 1974. Y lo sufrimos nosotros con el 4-0 en Gelsenkirchen (antes nos habían hecho otros 4 en una gira previa, en un partido jugado en Amsterdam).
Quique Wolff, hoy periodista, era el capitán de la selección. Y recuerda, sin negarlo, que Carnevali se tomaba su tiempo para volver a poner la pelota en juego cada vez que Holanda remataba sobre su arco, ante los gritos desesperados de Perfumo para que apurara el juego. Es que la pelota iba y venía enseguida como un frontón. “No pasamos la mitad de la cancha”, se cuenta de ese ya hoy lejano 26 de junio de 1974.
Cruyff dejó la práctica activa del fútbol y se dedicó a la dirección técnica. No hizo el mismo recorrido de tantos otros que deslumbraron adentro de una cancha, pero cuya sabiduría que, evidentemente, nacía naturalmente de los pies, del talento innato, de lo lúdico en su máxima y absoluta expresión, no pudieron prolongar luego, a la hora de parar equipos en la cancha, de plantear estrategias de juego, de indicarles caminos a sus jugadores. Cruyff no fue como ellos. La sabiduría que transmitía con esa número 14, que pasó a la historia, luego se prolongó a la hora de conducir a sus equipos.
Revolución II: Barcelona
El 5 de abril de 1990, Barcelona jugaba con el Real Madrid en la final de la Copa del Rey y Cruyff atravesaba una situación crítica en el club. Su contrato estaba a punto de concluir y ya no lo querían más. Además, la selección estaba integrada -a diferencia de ahora- con gran mayoría de jugadores del Real Madrid y llegaba con la chapa de candidata al Mundial de Italia, que terminó en rotundo fracaso (no pudo pasar la primera fase). Pocos eran los que veían la gran transformación que estaba gestando Cruyff. “Me gusta ganar jugando bien. Y, si pierdo, prefiero hacerlo jugando bien”, comentaba Cruyff. Y lo bueno es que lo llevaba a la práctica.
Cruyff usaba un “5” ofensivo como Pep Guardiola, algo parecido a este Xavi de ahora, que le pide la pelota prestada a Xabi Alonso y desde allí genera juega con Iniesta. Y ponía tres delanteros a los que no quería para defender, sino para que gastasen todas sus energías en atacar. Pero a esto Cruyff lo fue metiendo en el lugar en el que se debe inculcar: las canteras. Cuando se fue, Guardiola, Amor, Sergi, Ferrer y varios otros notables futbolistas habían mamado la concepción de este holandés que revolucionó al Barcelona. Así, con esta idea futbolera, ganó 11 torneos en las 8 temporadas que dirigió a la blaugrana, marcando un punto de inflexión en un club que sólo había obtenido dos Ligas entre 1960 y 1990 y que jamás había ganado la Copa de Europa.
Cruyff devolvió la belleza al fútbol del Barcelona y demostró el crucial valor de las canteras. A partir de su llegada, Barcelona entendió cómo y de qué forma debía trabajar. Por eso, que hoy haya tantos jugadores catalanes en la selección de Del Bosque se debe casi en su totalidad al influjo de este holandés al que tanto le debe el Barcelona y que en aquel 5 de abril de 1990 dependía de ese resultado para seguir o terminar su vínculo con el club.
Se lo debe España como también le debe Holanda el haber sido el abanderado de aquellos revolucionarios del fútbol que una tarde lluviosa y fría de junio de 1974, en Gelsenkirchen, no nos prestaron un solo instante la pelota y no nos dejaron pasar la mitad de la cancha.




