Acapulco se reinventa

Imagen del Puerto de Acapulco.

Acapulco se reinventa

Nueve millones de personas eligen cada año pasar sus vacaciones en Acapulco. El que fuera el primer “resort” de México ha sabido combinar los mitos de su pasado con una oferta que concilia diversos tipos de turismo, desde las fiestas de adolescentes hasta los ambientes más exclusivos.

TEXTOS. MANUELA ASTASIO. FOTOS. EFE REPORTAJES.

Concursos de camisetas mojadas conviven con extensos campos de golf en el Puerto de Guerrero, al que las barreras naturales han salvado del colapso urbanístico que viven otros enclaves turísticos del mundo.

Tal diversidad responde a que la bahía de Acapulco fue bendecida por temperaturas que nunca bajan de los veinte grados y por playas kilométricas donde cualquiera puede encontrar su sitio: adictos al bronceado, “surferos” en busca de olas y familias enteras en busca de un día tranquilo.

“Todo el mundo tiene una experiencia de verano en Acapulco”, defiende, en una entrevista con Efe, el director del Fideicomiso de Turismo municipal, Jesús Radilla.

Existen varios Acapulcos, que muchas veces se ignoran entre sí. Está el “viejo” o “Dorado”, cuya visión nocturna siempre impresiona desde la bahía, plagado de altos hoteles, discotecas y restaurantes, y sede sempiterna del “spring break”, las desmadradas vacaciones que México vende a los estudiantes norteamericanos.

Y, en lo que antes eran las afueras de la urbe, brota ahora un nuevo Acapulco, conocido como “Diamante”, donde los inversores extranjeros han disparado la creación de lujosos complejos hoteleros que permiten a sus clientes recibir toda clase de caprichos sin necesidad de pisar las calles de la ciudad.

“Es tan grande, que un día no es suficiente para ver todas las tiendas”, comentan los taxistas cuando circulan junto a “La Isla”, el inmenso centro comercial del Nuevo Acapulco, una recreación de un pequeño pueblo que reúne a multitud de firmas internacionales de moda.

Lo rodean campos de golf, villas privadas y hoteles de las más reconocidas cadenas nacionales e internacionales. Camino Real, Habita y Fairmont son tres ejemplos de los recintos amurallados que encierran playas privadas y todo un mundo de lujos para aquellos que se niegan a renunciar al glamour que catapultó a Acapulco a la fama mundial en los años cincuenta.

RESPETO AL ENTORNO

El mito de aquel Acapulco incluye necesariamente el recuerdo del encanto virgen que la bahía rezumaba cuando a ella arribaron los primeros turistas internacionales, a los que los acapulqueños recibían con collares de hibiscos.

Eso es lo que vuelve a vender, por encima de las ruidosas discotecas y de la siempre atascada avenida de Miguel Alemán, algo similar al paseo marítimo de Acapulco, sólo que separado del mar por los edificios.

Las autoridades locales y los empresarios lo saben bien, así que se esfuerzan en promocionar entornos respetuosos con el medio ambiente, y en contar una vez más cómo, el pasado abril, mientras el presidente mexicano Felipe Calderón pronunciaba el discurso de inauguración del hotel Banyart Tree Cabo Marqués, un tejón salió de la maleza y atravesó el escenario.

LAS NOCHES EN LA BAHÍA

Una fiel parodia del actual Acapulco es el vídeo “Acapulco Dreamers”, con casi 800.000 visitas en Youtube y protagonizado por los mexicanos, Fer y Santi, que interpretan el papel de “fresas” (jóvenes de posición social elevada) de vacaciones en el Puerto de Guerrero.

“Millonarios bajo el sol”, repite el estribillo de la canción que suena mientras Fer y Santi se entregan a la oferta turística local: golf, masajes, yates y casas “con treinta habitaciones”, pero también tacos y “antros” (discotecas).

La noche de Acapulco goza de renombre internacional y cuenta, incluso, con un cóctel inspirado en ella, que mezcla ron blanco con tequila, zumo de naranja y azúcar moreno. Locales como Palladium, Extravaganzza y Baby O atraen, desde hace años, a quienes buscan compartir pista de baile con las caras bonitas del jet-set mexicano.

El menú musical incluye desde cumbia hasta rock, pasando por Dj internacionales tan conocidos como el holandés Tiesto, que son también culpables de que, de jueves a domingo, los hoteles suelan registrar una ocupación del 75 %, según datos del Fideicomiso municipal de Turismo.

Los visitantes procedentes del Distrito Federal y alrededores copan ahora esas noches, que, ya sea en su vertiente más romántica o en la de los concursos de camisetas mojadas, forman parte, asegura Radilla, del imaginario colectivo de México.

Los estadounidenses que antaño invadían el Puerto de Guerrero en busca del verano eterno ya no son tantos, hasta el punto de que una conocida marca de cerveza mexicana propone sustituir el “spring break”, las vacaciones estudiantiles que los jóvenes norteamericanos pasan en México por el “chilango (capitalino) break”. Aún así, 7.000 estudiantes del país vecino visitaron Acapulco el último año, indica Radilla.

TURISMO ECOLÓGICO

Las autoridades municipales bucean ahora en las posibilidades del turismo local para afianzar a los viajeros mexicanos.

Dentro de la estrategia de México para reorientarse hacia una oferta alejada del tradicional reclamo de playas llenas de palmeras, Acapulco lo tiene algo más difícil, pero también lo intenta.

Y lo hace con recursos tan antiguos como las pinturas rupestres que, desde Pie de la Cuesta, recuerdan que Acapulco ya fue habitado hace 3.000 años, o el Fuerte de San Diego, que aloja el Museo Histórico local y ha sido testigo, desde su ubicación en el puerto, de los años en los que éste fue la puerta del comercio de la Nueva España con Oriente y los mares del Sur.

El ecoturismo, tan en boga, es otra de las oportunidades de negocio para Acapulco, rodeado de atracciones naturales del valor de la Laguna de Coyuca o la Laguna Negra, de entorno selvático y habitada por tortugas, garzas y pelícanos, entre otros animales.

La Secretaría federal de Medio Ambiente planea ahora construir un cocodrilario allí, donde también se erigirá una estatua en memoria de Johnny Weismuller, el inolvidable actor que encarnó Tarzán y uno de los responsables de la fama internacional de Acapulco como destino paradisíaco.

La extraordinaria conservación del Parque Natural de El Veladero, en la parte alta de la ciudad, también ha permitido años de explotación turística de este ecosistema, en el que aún pueden avistarse águilas pescadoras e iguanas.

Además, estos parajes son, junto con las playas, el escenario de deportes de riesgo como el ala delta, el ski acuático, el parapente, las rápidas lanchas que surcan el río Papagayo o la caída libre, un atractivo añadido para los que no se conforman con tumbarse al sol en la playa.

Aunque, para deportes de riesgo, el más emblemático es el que cada día practican los clavadistas que se zambullen en el Pacífico al atardecer desde los acantilados de La Quebrada.

La tradición se inició, dicen, cuando en 1934 unos pescadores apostaron por ver quién se lanzaba desde los casi cuarenta metros de altura que alcanza esa zona de la costa. Todavía hoy, los turistas acuden a diario para presenciar cómo, tras pronunciar una oración y esperar a la ola adecuada, los clavadistas saltan.

Esos hombres, mujeres y niños simbolizan el Acapulco en el que las viejas barcazas todavía flotan frente a las playas de los grandes hoteles, el que resiste a las modas y que, spas, golf y discotecas aparte, atrae a nuevos visitantes cada año.

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Un clavadista se lanza de La Quebrada.

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Jóvenes paseando por una playa del Puerto de Acapulco.

UNA RECONOCIDA HOSPITALIDAD

Como otros muchos acapulqueños, Jesús Radilla defiende que la reconocida frase “mi casa es su casa”, nació en esta bahía. El personal de sus hoteles la cumple a rajatabla, especializado como está en mimar y satisfacer hasta el último deseo del huésped.

A Silvia Lira, gerente de ventas nacionales de Las Brisas -símbolo del Acapulco de las estrellas de los años 50 y 60- le gusta explicar cómo su hotel prepara masajes para John Travolta a las tres de la madrugada o recordar el día en el que una de sus empleadas llenó de globos la habitación de un niño que cumplía años.

Y si los niños resultan un inconveniente para alguien, hoteles como Las Brisas ofrecen a sus visitantes zonas “libres” de críos, dirigidas a parejas en escapada romántica, donde cualquier grito infantil implicaría que el huésped no pague la “suite”.

Los “apapachos” (mimos) que estos complejos proporcionan a sus huéspedes son tales que Lira presume de que Las Brisas ha sido reelegido varias veces como destino de los viajes que algunas empresas regalan a sus empleados como incentivo.

Décadas de atención a los clientes más exigentes hicieron de Acapulco no sólo un destino ideal para los que buscaban que sus vacaciones se convirtieran en un auto homenaje, sino también un exportador de personal de hostelería para otros complejos turísticos de México surgidos años después, como Riviera Maya, Riviera Nayarit y Los Cabo.