Al margen de la crónica

“Sin medias” tintas

Nunca voy a olvidar del día en que vino a casa acongojada porque los chicos de su escuelita tiritaban de frío. Fue directo a mi armario y empezó a poner las medias en una bolsa. Cuando miré en el cajón, noté que me había dejado un solo par. “¡Pero mami! -protesté con mis 9 años- ¿y yo qué me voy a poner?”. “Con este par te alcanza y después te compro más, ¿no ves que esos chicos las necesitan más que vos?”, me respondió.

Al otro día llegó con la novedad de que iba a crear un “ropero escolar”, que generalmente es un simple armario con llave donde se van guardando las prendas que el propio personal de la escuela va trayendo desde sus casas. Así que todo lo de la familia iba a parar ahí: ropa usada, semiusada y casi nueva también. Fue a pedir a los vecinos, a los centros de ayuda y se armó de unas buenas bolsas. Arregló algunas prendas deterioradas y a las semanas siguientes ya vino más aliviada porque “sus chicos”, todos los alumnos de esa escuelita rural, estaban abrigados.

Esta situación está sumamente vigente hoy día. Los maestros, directivos y personal escolar de los contextos de pobreza se hacen cargo de las exigencias que llegan a la institución educativa, y que cada vez son más: que eduque, que dé de comer, que haga asistencia social, que proteja la niñez, detecte abusos, prevenga la violencia, incluya al diferente.

Las demandas sociales de los sectores postergados llueven sobre la escuela que se encuentra en una situación paradojal. Su función es enseñar, pero ¿puede hacerlo si un chico tiene hambre o tiembla de frío? A veces se plantean los dos aspectos como antagónicos. Sin embargo, la enseñanza y el cuidado del niño van de la mano. No hay medias tintas. ¿O acaso le queda otra alternativa que hacerse cargo?