Verbos deficientes

Enrique José Milani

Muchos se sorprenderán por el calificativo que el autor de esta nota le endosó, un tanto humorísticamente, a una clase especial de verbos. No quiere decir que sean inservibles o que no puedan cumplir con la misión que les encomendó la Lengua, sino que algo les falta, precisamente porque el adjetivo adherido deriva del latín defícere, que quiere decir “falto o incompleto”; también tienen el mismo origen: deficiencia, déficit, deficitario/ria. Por la misma razón, “defecto” significa “carencia o falta de las cualidades “propias y naturales de una cosa’”. Tener un defecto es carecer de aquello que tendría que estar en su lugar. A estos verbos también se los podría clasificar como “verbos carecientes”. No obstante, la gramática benévolamente los llama “verbos defectivos”. Precisamente de éstos nos vamos a ocupar.

Son aquellos que no se conjugan en algunos tiempos o personas, ya porque su significado rechaza el empleo de varias de sus formas, ya porque su estructura no lo permite. Algunos son tan carecientes que se emplean en muy pocas formas, como el v. “adir”, que sólo en el lenguaje jurídico aparece en la frase “adir la herencia”, que significa “aceptar la herencia tácita o expresamente”. Si alguna vez oyéramos: “nosotros los embaíamos, ellos embairán, si embayera o embayese, embayendo, embaído”, nos parecerán voces de otro idioma. Se trata de formas del v. “embaír” (de invadere: acometer), que significa: embelesar, embaucar. Atropellar, acometer con engaño. Maltratar, atormentar. Detener, etc. Derivados: embaición, embaimiento, embaidor/ra. Otro tanto ocurre con “abarse” (de abire, retirarse), en Salamanca: apartarse, retirarse. Úsase en algunas personas del imperativo, subjuntivo e infinitivo: ábese de ahí; ábense, señores; ábate allá que me tiznas.

Por lo limitado de esta nota, no podemos hacer la radiografía de los casi cincuenta verbos defectivos que perduran en el diccionario académico, puesto que a lo largo de los siglos muchos quedaron en el camino, como seguramente les pasará a los que aún perduran, a la vez que se incorporarán otros. Aquí los presentamos: acaecer, acontecer, antojarse, aplacer, atañer, balbucir, buir, concernir, fallir, incumbir, paccionar, preterir, respailar, respectar, soler, usucapir, abolir, aguerrir, arrecirse, desmarrirse, despavorir, desvaír, emolir, manir, transgredir (o trasgredir), raer, roer. Según A. Bello, estos verbos no deben usarse en aquellas formas en que la i desinencial es parte de un diptongo, porque el oído no extraña formas como “ abolió, aboliera, aboliese, aboliere”; pero le chocarían otras como: “aterió, coloriera, denegrieron, despavoriere, empedernió, escarniera, guarniese, manieron”, por ejemplo.

Para que no haya tantos Bellos descontentos con las disonancias de los defectivos, el español propone sinónimos -con conjugación completa- para cada uno de los siguientes: para “aterir”: aterecerse; “colorir”: colorear; “denegrir”: denegrecer; ennegrecer; “desaterir”: desaterecerse; “descolorir: descolorar; “desguarnir”: desguarnecer; “empedernir”: empedernecer; “escarnir”: escarnecer; “garantir”: garantizar; “guarir”: guarecer.

Amable lector, esperamos que este laberinto verbal no haya sido motivo para “desmarrirse”, es decir, ponerse triste y sin fuerzas y tener que “guarirse” (medicarse), sino “hacer de tripas corazón” y comenzar desde hoy a practicar la conjugación de los verbos defectivos.

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Letra D. Kuehtmann, Dresde, Siglo XIX.