En Familia

La niñez en riesgo

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En agosto, la comunidad adulta se sensibiliza para dedicar a los niños todo gesto de ternura y conmiseración que cubra, aunque más no sea por unas horas, parte de los deseos y sueños de los “bajitos” de nuestra sociedad.

Rubén Panotto (*)

rubendpanotto @ciudad.com.ar

Establecer un día en el año para recordar un acontecimiento histórico, o festejar un vínculo parental y afectivo, es una buena costumbre que ya ha completado el calendario y mucho más, porque existen jornadas en que se superponen diferentes recordatorios. Así están el Día de la Madre, del Padre, del Abuelo, del Trabajador, del Amigo, de la Mujer, del Niño por Nacer y del Niño Nacido.

No obstante, las estadísticas de organizaciones mundiales como Unicef y la ONU ofrecen un panorama desolador y angustioso de la situación de la niñez en muchos países del mundo. Cien millones de chicos viven en la calle, trece millones son huérfanos por el sida; ochenta mil mueren en Latinoamérica por año como consecuencia de la violencia doméstica. Sucesivamente aumenta el porcentaje de niños trabajadores en la vía pública.

La esclavitud del siglo XXI

Desde hace años, la OIT -Organización Internacional del Trabajo- lleva a cabo el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil. Son más de doscientos cincuenta millones de menores, de entre cinco y diecisiete años de edad, los que trabajan en el mundo.

La Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU tiene informes sobre chicos mineros y soldados, en el marco de lo que se ha dado en llamar la Esclavitud del Siglo XXI. Sumergidos en las entrañas del infierno desde su más tierna infancia, arrastran sus pequeños cuerpos por estrechos túneles, oscuros y peligrosos. Sus manos se convierten en improvisadas herramientas con las que recogen piedras, o escarban la tierra durante largas jornadas, colocan explosivos y acarrean pesadas cargas. Estos niños no tienen juguetes ni van al colegio, trabajan sin horarios ni derechos, privados de educación y en perjuicio de su desarrollo psicológico, físico y emocional. ¿Podemos hacer algo desde nuestro metro cuadrado para cambiar esta realidad? ¿Quiénes tienen la responsabilidad de hacerlo: ¿el Estado?, ¿la sociedad?, ¿la familia?

Responsabilidad, decisiones, unidad

Para salir del impacto y la parálisis que nos provocan estas realidades, la respuesta es: todos estamos involucrados. Sin dudas, el Estado debe generar políticas, capacitar personas, apoyar instituciones y derivar recursos para ofrecer educación y atención de la salud, como un derecho prioritario e inalienable de los niños y niñas por su sola condición de tales. En nuestro país, tenemos la Ley Nacional Nº 26.061, a la cual nuestra provincia adhiere para la Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes. El Art. 5 de la ley provincial dice que la misma tiene como principal objetivo: “El pleno desarrollo de los niños y adolescentes en su medio familiar, social y cultural”, promoviendo en una de sus pautas, el fortalecimiento del rol del grupo familiar en el cumplimiento de los derechos reconocidos. La sociedad, a través de sus organizaciones intermedias y de sus profesionales con idoneidad y vocación que aportan generosamente lo suyo, para impactar en la niñez y obtener una generación de púberes y jóvenes sensibles y vigorosos, que repitan la experiencia en nuevas generaciones. No obstante, seguirá siendo el núcleo familiar el que -a pesar de todas sus falencias y opresiones- cumpla el rol más eficaz para preservar a los niños y niñas de semejante perversidad desplegada sobre sus cabezas. ¿Qué podemos hacer y cómo? La familia ha dado muestras de potenciar su fortaleza cuando se ha unido para enfrentar situaciones límite y de alto riesgo. ¿Cuántas historias conocemos, de países y naciones que luego de sufrir la destrucción provocada por la guerra, los genocidios y aun los intentos de exterminio total de sus razas y etnias se han sobrepuesto y recuperado, por medio de los fuertes vínculos que produce la familia, como entidad terapéutica y reparadora de la vida de las personas?

Lo primero que tenemos que hacer los padres y adultos es asumir nuestra responsabilidad de progenitores. Los niños no vienen a la vida por propia decisión, ni para llenar nuestro casillero de padres, ni son mascotas para llenar agujeros afectivos, ni son objetos deseables como tener un auto, una casa o un plasma. Los niños que nacen como un producto o como un objeto apetecible son huérfanos antes de nacer, como expresa el escritor Sergio Sinay en uno de sus libros. La actitud que sigue al asumir nuestra responsabilidad es la toma de decisiones, conducentes a enfrentar con todo derecho y herramientas a nuestro alcance a los mercaderes de ilusiones, de la tecnología basura que discapacita la mente y el pensamiento; de drogas y productos adictivos que transforman a los niños, niñas y adolescentes en abandonados y excluidos, fuera de una comunidad que parece ensimismada en su autodestrucción. Los padres y adultos responsables debemos unirnos en la escuela, el club, las asociaciones vecinales y en los hogares, para debatir sobre toda acción necesaria que revierta las estadísticas del dolor, en una convivencia piadosa y asertiva que incluya a los niños y adolescentes en nuestros proyectos de vida.

Qué bueno será para nuestros hijos que nos vean involucrados en una lucha sin cuartel contra la cultura del materialismo y el poder a cualquier costo, en contra de la vanalidad, de la vida sin sentido, en contra de la esclavitud moderna del placer efímero, de la manipulación de la sexualidad puramente genital, y redescubrir una familia formadora y contenedora con amor y afecto, a la generación de personitas más vulnerables que son nuestros niños, niñas y adolescentes.

(*) Orientador Familiar.