La vuelta al mundo

Las elecciones en Brasil

Rogelio Alaniz

Si le vamos a creer a las encuestas, todo parece indicar que el domingo 3 de octubre la candidata oficialista Dilma Rousseff se impondrá a José Serra. Según el sistema electoral brasileño, el candidato más votado gana en la primera vuelta si obtiene más del cincuenta por ciento de los votos. Si así no fuera, el primero y el segundo compiten en una segunda vuelta prevista para el 31 de octubre.

Por lo pronto, Rousseff se prepara para ejercer la presidencia contando para ello con el respaldo del presidente Lula, quien luego de dos mandatos presidenciales exhibe una aprobación social que supera el setenta por ciento del electorado. Siempre se discute en estos casos si los votos pueden transferirse. Da la impresión que en este caso la “transferencia” es posible porque la candidata elegida cuenta con prestigio propio y su imagen pública ofrece pocos flancos.

Rousseff tiene sesenta y dos años y una larga trayectoria política que incluye su participación en grupos armados de izquierda, militancia social y desempeño en la función pública. Quienes han pretendido descalificarla por su pasado izquierdista fracasaron en toda la línea. El país que eligió a Lula no tendría demasiados prejuicios para votar a alguien que, detalles más, detalles menos, cuenta con un pasado político parecido. Rousseff militó en una guerrilla cuya composición social era mayoritariamente pequeño burguesa, mientras que Lula lo hizo en el movimiento obrero, pero estas diferencias que pueden interesar a historiadores y sociólogos, hoy carecen de relevancia para un electorado que ha demostrado no dejarse impresionar por antecedentes políticos de más de cuarenta años de antigüedad.

Más importante que interesarse por lo que hizo Rousseff cuando recién salía de la adolescencia, es interesarse por sus gestiones en ministerios y secretarías de Estado. Por lo que dicen las encuestas, parecería que la opinión pública la considera una funcionaria eficiente. Sus críticos le reprochan que no ha ejercido cargos ejecutivos, una “falta” que los partidarios de Serra han intentado explotar sin resultados importantes hasta la vista. A diferencia de Rousseff, Serra ha sido gobernador del poderoso Estado de San Pablo y su popularidad es considerada por sus seguidores una prueba de que se trata de un político experimentado.

De todos modos, lo que está fuera de discusión es que el principal capital político de Dilma Rousseff se llama Lula da Silva, quien no le ha retaceado apoyo. Rousseff es la primera en saber que su candidatura crece a la sombra del presidente. En un reciente discurso que duró casi una hora nombró al presidente cincuenta veces, es decir, una vez por minuto. Si para los escritores la redundancia es un pecado del estilo, para los políticos -Rousseff en este caso- parece ser una virtud.

Dilma se presenta, además, como la primera candidata mujer con aspiraciones reales de llegar a la presidencia. Su reivindicación del género le ha sido útil, tan útil como la abundante publicidad que la presenta al lado de Lula o compartiendo momentos de felicidad con trabajadores y habitantes de las favelas. Los entendidos dicen que carece de carisma o que no tiene el carisma de la otra candidata mujer en estos comicios, Marina Silva, ex ministra de Medio Ambiente durante la primera gestión de Lula y aspirante a la presidencia por el Partido Verde. Silva es muy considerada en determinadas franjas sociales, su carisma es superior al de Rousseff y Serra, pero las encuestas le dan un modesto ocho por ciento, con lo que se demuestra que el carisma puede ser importante pero nunca decisivo. Por lo menos, en estas elecciones no lo es.

Los opositores han tratado de explotar los abundantes episodios de corrupción que han acompañado a la gestión de Lula. En su momento -sobre todo durante su primera gestión- las denuncias fueron graves y más de un funcionario debió presentar la dimisión o dar un paso al costado. En la actualidad no parece ser éste el flanco débil de la gestión de Lula. En Brasil, como en la mayoría de los países de la región, si un gobierno logra dar respuestas a necesidades reales de la gente y ofrece un balance económico y social más o menos aceptable, la corrupción que pueda salpicar a sus funcionarios no afecta demasiado su imagen.

Por otro lado, si bien el gobierno del PT no es un dechado de ética republicana, tampoco puede decirse que sea una charca de ilícitos y negociados. En lo personal, Lula mantiene una buena imagen, no ha recibido cuestionamientos importantes y la imputación que en su momento le hicieran por su afición al alcohol no fue más allá de la anécdota y hasta es posible que entre las clases populares esa imagen más que salpicarlo lo haya favorecido.

Con respecto a la política internacional de Brasil, tampoco hay acusaciones relevantes, todo lo contrario. En la región, la imagen de Lula está más cerca del componedor que del conflictivo. Mientras Chávez esté en Venezuela, Lula dispondrá de margen para posar de moderado y bien educado. Las críticas que ha despertado en la derecha por no haberse solidarizado con los presos políticos cubanos no le movieron el amperímetro. Y algo parecido podría decirse de sus relaciones con Irán, relaciones que van más allá de las simpatías ideológicas -en realidad Lula no tiene nada que ver con el integrismo musulmán- y comprometen al Estado brasileño más allá de la identidad ideológica de sus gobiernos. Con Rousseff, con Serra o con quien sea, Brasil se esforzará por cultivar la relación con Irán porque están en juego cuestiones geoestratégicas y liderazgos regionales, y éste es un tema que desde la época imperial la diplomacia de Itamaraty ha tenido en claro.

Lo que en todo caso está fuera de discusión es que, gane quien gane, la política exterior de Brasil -y seguramente su política interna- no cambiarán en lo decisivo. Serra es un político socialdemócrata -por lo menos así lo presentan- que también exhibe un pasado comprometido en las luchas contra las dictaduras militares y con una interesante experiencia como ministro y gobernador. Objetivamente no es un mal candidato, todo lo contrario. Es un hombre inteligente, honesto, progresista y con ideas propias. Sus diferencias con Rousseff se relacionan más con los apoyos sociales que cada candidato recibe que con cuestiones teóricas o ideológicas. Puede que el perfil de Serra esté más cercano al de un socialdemócrata europeo y el de Rousseff al de una populista latinoamericana, pero también en este campo habría muchas precisiones teóricas que hacer.

Brasil llega a estas elecciones en un buen momento político y económico, con un balance favorable y con una gestión a la que se le atribuye la mayoría de estos logros. En este contexto es hasta previsible que el electorado premie con su voto a quienes considera los responsables de estos beneficios. De todas maneras falta más de un mes para las elecciones, y en política se sabe que nunca nada es definitivo. Aunque bueno es advertir que las sociedades suelen ser conservadoras, no dan saltos al vacío y no apuestan al cambio a cualquier precio, sobre todo cuando lo que existe anda bien o más o menos bien.

Las elecciones en Brasil

Competencia y convivencia. José Serra y Dilma Roussef se saludan. Fue hace pocos días antes de un debate televisado. Gane quien gane las elecciones presidenciales, la matriz de un Brasil pensado en términos de potencia mundial no cambiará.

Foto: Agencia EFE