El Gauchito Gil

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Luis Guillermo Blanco

Se cree que el Gauchito Gil (también conocido como “Curuzú Gil”, del guaraní: curuzú = cruz) nació en la zona de Pay-Ubre, hoy Mercedes, Corrientes, en los años 1830, y se dice que su verdadero nombre era Antonio Mamerto Gil Núñez o Antonio Gil. Existen diferentes versiones acerca de su vida y de los motivos y la forma de su muerte, pero lo cierto es que la leyenda de Gil forma parte de la cultura popular, que es uno de los más importantes representantes del santoral profano correntino, y que es con su detención y ejecución que comienza su fervoroso culto, que se ha extendido a todo el país.

Después de la caída de Rosas, los federales litoraleños se dividieron en dos fracciones políticas, los Liberales (Celestes) y los Autonomistas (Rojos o Colorados). Cerca de 1850, el coronel celeste Salazar convocó a todos los hombres posibles para librar combate (las batallas de Ifrán y Cañada del Tabaco). Gil dijo que no había que pelear entre hermanos y no se presentó al reclutamiento, por lo cual fue considerado como un desertor, a quienes se los castigaba degollándolos o fusilándolos.

Ante ello, Gil debió huir a los campos y, en la clandestinidad, carneaba animales de las estancias para comer e invitaba a los pobrísimos gauchos lugareños. Se cuenta que comandó un grupo de bandidos, robando a los poderosos y distribuyendo el botín entre los pobres. Luego fue tomado prisionero por hombres de Salazar, para ser llevado a Pay-Ubre y, de allí, enviado a Goya, donde se encontraban los tribunales. Pero los reos que tenían ese destino jamás llegaban a Goya: se les daba muerte en el camino y se informaba un “intento de fuga”.

Enterado el pueblo de la detención de Gil, se movilizó buscando apoyo en el coronel Velázquez (que conocía a Gil como un buen hombre), quien juntó una serie de firmas y se presentó ante Salazar para interceder. Éste hizo una nota dejando a Gil en libertad, la cual fue remitida a Pay-Ubre, pero Gil ya había sido llevado hacia Goya. El grupo, integrado por Gil, un sargento y tres soldados, se detuvo en un cruce de caminos. Gil sabía que lo iban a ejecutar y le dijo al sargento que no lo matase porque la orden de perdón venía en camino. El sargento le contestó: “De ésta no te salvás”. Gil le respondió que, cuando regresara a Pay-Ubre, iban a informarle que su hijo se estaba muriendo y, como iba a derramar sangre inocente, que rezara por él para que intercediera ante Dios por la vida de su hijo. El sargento se burló y lo ejecutó. Existen varios relatos de la forma en que lo mataron. Parece que lo colgaron cabeza abajo de un algarrobo para evitar los poderes hipnóticos que se dice que tenía y para que no influyera la figura de San La Muerte (El Litoral, 16/7/10) que llevaba colgada en su cuello, y lo degollaron.

La tropa volvió a Pay-Ubre; allí, el sargento se enteró del perdón y, recordando las últimas palabras de Gil, fue a su casa, donde se enteró de que su pequeño hijo estaba muy grave y de que el médico lo había desahuciado. Entonces, se arrodilló y le pidió a Gil que intercediese ante Dios para salvar la vida de su hijo. Al llegar la madrugada, el niño se había curado. El sargento construyó con sus propias manos una cruz de espinillo (o de ñandubay) y la llevó al lugar adonde había matado a Gil. Colocó la cruz, pidió perdón y agradeció. Algunos sitúan estos hechos en 1890, y para otros ocurrieron entre 1840 y 1848. Todos coinciden en que la muerte de Gil aconteció un 8 de enero.

Cuando estos hechos fueron relatados, la noticia corrió velozmente y al sitio de la ejecución llegaron sinceros y sencillos habitantes para pedir gracia al milagroso gaucho. Con el transcurso del tiempo, ese paraje se convirtió en su santuario y lugar de peregrinación. Desde lejos se observa el centenar de tacuaras con banderas rojas (color que es distintivo de Gil, haciendo referencia a su condición de federal o de “Colorado”), el mausoleo con las placas de agradecimiento, una enorme cantidad de ofrendas, y cintas rojas con pedidos escritos (salud, dinero, trabajo, amor, valor para enfrentar una situación y protección a los viajeros) o con expresiones de agradecimiento. Es costumbre dejar una cinta atada a las miles que hay, y retirar otra ya “bendecida” por el santo, que se coloca en la muñeca, en el espejo del auto o en algún lugar de la casa o comercio para que proteja o ayude. Cada 8 de enero, en un clima festivo, se reúnen allí miles de devotos, y el sacerdote de Mercedes oficia una misa por el alma de Gil.

El poeta correntino Florencio Godoy Cruz escribió un poema en su honor (A la muerte de Antonio Gil), otro es de autoría de la poetisa mercedeña María Luisa Paiz (Injusta condena) -un chamamé con música de Roberto Galarza-, y el músico chaqueño Antonio Ríos también le dedicó un tema (El Gauchito de los Milagros). Pero la letra de la canción del sacerdote católico, poeta y músico Julián Zini (Antonio Gil) merece una meditada lectura, pues dice y es mucho más que un homenaje a Gil. Basta con recordar su primera estrofa: “Honda expresión correntina de nuestra fe popular en la cruz de Antonio Gil, el pueblo viene a rezar, y a su modo, clama al cielo por la justicia social y por ese catecismo que no le supimos dar”.